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– ¿Te agradaba lord Leslie?

– Oh, sí. Era un buen hombre y amaba a Rosamund con toda el alma. Lo que le ocurrió la primavera pasada fue una verdadera tragedia, aunque él no lo sepa, ya que sus recuerdos de los dos últimos años se han borrado para siempre.

– ¿Rosamund tiene el corazón destrozado?

– Sí. Pero los corazones pueden arreglarse, o al menos eso me han dicho.

– Entonces quizá me quede alguna esperanza.

– Quizá. Pero no te apresures, Logan Hepburn. No la abrumes con exigencias en estos momentos. Necesita un hombre fuerte que la respete y reconozca que ella también es una mujer fuerte. Bajo ningún concepto intentes doblegar su voluntad.

– ¿Le informarás sobre la muerte de mi esposa?

Por supuesto. Pero te aconsejo esperar hasta mediados del verano para cortejarla. Ella sentía gran afecto por Jeannie y no tolerará que le faltes el respeto. Y, por el amor de Dios, Logan, ¡no se te ocurra hablar de hijos con ella! Si logras conducirla al altar, los niños vendrán como consecuencia natural del mutuo amor que se profesen. ¿Entendido? Ahora dime qué hay de cenar, querido amigo. ¡Desfallezco de hambre!

Logan lanzó una sincera y estrepitosa carcajada. Había olvidado que Tom era un personaje muy divertido y, de alguna manera, la risa le devolvió el alma al cuerpo. Hacía demasiado tiempo que no se reía.

Un ruido proveniente de la cuna le indicó que su hijo había despertado. Lo alzó con sumo cuidado y se lo mostró a su huésped:

– ¿No es hermoso mi hijito, Tom?

– ¡Claro que sí!

Ansioso por bajar, el niño forcejeaba en los brazos de su padre. Logan lo paró en el piso y el muchachito caminó a los tumbos hacia uno de los mastines que había en el salón, se subió al lomo y aulló de placer. Los dos hombres se desternillaron de risa cuando vieron que el perro giraba su enorme cabeza y, mimoso, le lamía la carita.

– Le regalaré un poni en primavera -alardeó Logan-. Es un niño muy valiente.

– Sí, veo que es muy valiente -acordó Tom, y pensó: "Y veo que tú eres un padre bueno y abnegado, cualidades nada despreciables a los ojos de mi prima".

– ¿Pasarás la noche aquí?

– Sí. ¿Tus hermanos cenarán con nosotros?

– Murieron en el campo de Flodden.

– ¡Oh, has sufrido demasiadas pérdidas, milord! Llorar a tus muertos durante el invierno mitigará las penas, querido amigo, estoy seguro.

Al día siguiente Tom regresó a Friarsgate, impaciente por contarle a Rosamund todo lo que sabía.

La joven estalló en lágrimas cuando se enteró de la muerte de Jeannie y su bebé.

– Y dejó huérfano a su hijito. ¡Ay, primo, estos son tiempos difíciles para todos!

– Es cierto.

Cuando Rosamund se retiró del salón, Edmund preguntó:

– ¿Crees que Logan Hepburn intentará cortejarla?

– Tal vez, pero lo aconsejé que no apareciera por aquí hasta mediados del verano. A ella le agradaba Jeannie.

– Lo sé.

– Debes decirle a Maybel que contenga la lengua.

– Sí. Recordaré a mi bienintencionada esposa que si trata de convencer a Rosamund de que se fije en Logan, lo único que conseguirá será espantar a tu prima. Aunque él mismo la ahuyentará si empieza de nuevo a hablar de los hijos -acotó Edmund riendo con malicia.

– También le prohibí tocar ese tema -replicó Tom, jocoso.

Celebraron la temporada navideña que concluía con la Noche de Epifanía. Tom, como siempre, se mostró muy generoso con las hijas de Rosamund, quien, dadas las circunstancias, se sorprendió de que se las hubiese ingeniado para encontrarles regalos a todas.

– Tal vez viaje a Escocia en primavera -le dijo su primo-y me ocupe del barco que planeamos construir el año pasado.

– No perdimos el tiempo. Los rebaños que compramos el último verano tendrán cría el mes que viene.

– Nunca entenderé por qué las ovejas insisten en parir en febrero, cuando el tiempo es horrible y los lobos acechan por todas partes.

– Nadie ha entendido jamás a las ovejas -replicó Rosamund, riendo-. Es su modo de ser y me temo que nunca cambiarán. Al menos he logrado proteger los rebaños ahora que la nieve está cubriendo las pasturas en las laderas de las colinas.

El invierno se había instalado definitivamente. Tom regresó a Otterly para administrar su propiedad y ocuparse de sus asuntos comerciales. Para la festividad de la Purificación de la Virgen, el 2 de febrero, los días habían empezado a alargarse ostensiblemente. El padre Mata impartía lecciones a las hijas de Rosamund seis mañanas por semana. Las tres niñas se, sentaban a la gran mesa del salón y estudiaban aplicadamente, pues su madre y sus tíos consideraban que la educación era muy importante. Todas sabían leer y escribir. El joven pastor les enseñaba latín, no solo el clerical que se usaba en la misa, sino también el que se hablaba en las naciones civilizadas. Rosamund les daba clases de francés, del mismo modo que el padre de las niñas se lo había enseñado a ella. Sabían contar y hacer las operaciones básicas de aritmética. Rosamund y Edmund instruyeron a Philippa sobre cómo llevar las cuentas de la propiedad, ya que algún día la responsabilidad de Friarsgate recaería en ella.

– Los grandes señores suelen contratar a otras personas para que hagan ese trabajo, pero una dama inteligente tiene que saber administrar su propio dinero. De ese modo, evitará que los demás se equivoquen o incluso la engañen por ser mujer. No es fácil manejar Friarsgate, pero, si quieres conservarlo, tendrás que aprender. ¿Comprendes, mi ángel?

– Sí, mamá, entiendo perfectamente. Y si algún día me caso, ¿no debería ocuparse mi marido de todos esos asuntos?

– Friarsgate te pertenecerá a ti, Philippa, no a tu esposo. Tú eres la heredera y será tuyo hasta que lo legues a tu hijo o hija. Nunca será propiedad de tu esposo. Soy la última de los Bolton de Friarsgate y tú serás la primera Meredith de Friarsgate, pero tu heredero, que espero sea varón, será el próximo lord o lady de la finca. El desgraciado tío Henry nunca lo comprendió; para él, los dueños de Friarsgate deben ser los Bolton, pero nuestros hijos varones han muerto.

– ¿Cómo? ¿Y el hijo del tío Henry, mamá? -preguntó Philippa con aire inocente.

– Sólo podría convertirse en el heredero si tus hermanas y yo desapareciéramos de la tierra. No lo he visto desde que era pequeño. Era un niño odioso que siempre andaba pavoneándose y dando órdenes.

– Dicen que ahora es el jefe de una banda de ladrones.

– Lo sé. ¿Quién te lo dijo?

– Maybel. Asegura que Henry joven es todavía peor que la ramera de su madre.

– Tal vez tenga razón, pero no debería haberte dicho eso, Philippa. Quítate de la cabeza a tu malvado tío y a toda su prole. Jamás se inmiscuirán en tu vida.

– Sí, mamá -replicó la muchacha, obediente.

Rosamund salió a buscar a su vieja niñera.

– Maybel, no hables a mis hijas del joven Henry o las asustarás.

– A esas tres no las asusta nada.

– Porque son pequeñas y están protegidas. No han tenido la misma vida que yo y no quiero que sientan temor por los Bolton.

– Las cuidas demasiado, Rosamund. En vez de llevar a Philippa al palacio de la reina Margarita deberías haberla presentado en la corte de nuestra bondadosa Catalina. Ella fue amiga tuya alguna vez y podría ayudarla si la conociera. Philippa cumplirá diez años en abril y ya es hora de que empieces a buscarle un marido.

– Todavía no. Tal vez cuando tenga doce.

– Los buenos candidatos ya estarán comprometidos si esperas demasiado tiempo -replicó Maybel, molesta por la actitud de su sobrina-. A los diez años ya te habías casado dos veces y a los catorce ibas por el tercer marido.