– Y justamente por esa razón esperaré hasta que Philippa tenga doce. No quiero que se case con un vejestorio. Quiero que se enamore y despose a un muchacho de su edad, y que, en la medida de lo posible, permanezca con él el resto de su vida.
– ¡Pura charlatanería romántica!
– Pues, te guste o no, son mis hijas y tengo todo el derecho de planificar su vida. Y lo haré de la manera más sabia posible.
– Tal vez prefieran forjar sus propios planes.
Con la llegada de la primavera las colinas comenzaron a reverdecer. Bajo el cálido sol, las ovejas guiaban con orgullo a sus nuevas crías por las praderas. Los campos habían sido arados y sembrados. Los árboles de los huertos rebosaban de flores. El 15 de mayo, Banon, la segunda hija de Rosamund, festejó su octavo cumpleaños; Philippa cumplió diez a fines de abril; Bessie, cinco, a fines de mayo. Como en las celebraciones anteriores, Tom acudió a la fiesta y regaló a Bessie un cachorrito terrier. La niña gritó de alegría al abrir la cesta donde lo había colocado su tío, a quien agradeció con un fuerte abrazo. El inquieto perrito saltó de la canasta y correteó por el jardín, celosamente perseguido por la pequeña Bessie. Todos se echaron a reír, cuando, de pronto, fueron sorprendidos por visitas inesperadas, guiadas por un sirviente.
– ¡Cuánta felicidad! -exclamó Henry Bolton. Lo acompañaba un muchacho alto a quien Rosamund reconoció de inmediato. Era su primo Henry.
La dama de Friarsgate se levantó de su asiento.
– ¡Tío Henry, qué sorpresa! Acércate y únete a la fiesta. -Ignoró a su primo a propósito.
– He traído a mi hijo, que en estos momentos vive conmigo.
– Me han contado que se dedica a robar, tío.
– No, no, sobrina. Es un hombre completamente reformado. ¿Verdad, hijo?
– Sí, padre -respondió el joven, con los ojos clavados en Philippa-. ¿Ella es la heredera de Friarsgate, padre?
– Nunca te caracterizaste por la sutileza, primo -intervino Rosamund-. Si tienes la peregrina idea de desposar a mi hija, quítatela ya mismo de la cabeza. Ya se lo advertí a tu padre en diciembre. -Lanzó una mirada feroz a sus parientes.
– Con alguien tendrá que casarse la niña, primita -replicó el joven.
– Quien despose a mi hija ha de reunir dos condiciones fundamentales: primero, ella debe estar enamorada de él, y segundo, el hombre debe pertenecer a la nobleza. Y tú no satisfaces ninguna de esas condiciones. Si el propósito de la visita es pedir la mano de mi hija, me temo que pierden el tiempo.
– ¡Qué falta de hospitalidad!
– Irrumpes en mi casa sin previo aviso, traes a tu hijo que ha pasado los últimos años de su vida robando y causando escándalos, y pretendes casar a mi inocente hija con este rufián, algo que, te lo advertí, es absolutamente imposible. ¿Y ahora te asombras de mi falta de hospitalidad? En toda tu vida no hiciste otra cosa que tratar de arrebatarme mis tierras, pero no lo lograste, y ahora esperas obtenerlas a expensas de mi niña. ¡Jamás! ¡Te lo juro! ¡Márchate de inmediato! ¡Llévate a ese maldito engendro y no vuelvas a pisar mi propiedad!
Rosamund se plantó firme y extendió el brazo señalando la salida. La familia contemplaba la escena en absoluto silencio. Sus hijas nunca la habían visto tan enojada.
– Siempre fuiste una mujer insoportable. ¡Esta tierra es de los Bolton, perra estúpida, y lo seguirá siendo! ¡Te mataré antes de permitir que entregues Friarsgate a un extraño!
Se abalanzó sobre ella hecho una furia, pero Rosamund fue más rápida y dio un paso atrás.
– ¡Vete! -gritó con voz potente.
El rostro de Henry viró del rojo al morado.
– Ojalá hubieses muerto junto con tu hermano y tus padres. Siempre has sido una desgracia para mí, ¡maldita bruja! Todo esto debería ser mío, ¡mío! -Le salía espuma por la boca. Luego pegó un horrible alarido y cayó postrado a los pies de su sobrina.
– Me parece que por fin has aniquilado al viejo demonio -dijo el joven Henry mientras Edmund, arrodillado, tomaba el pulso a su medio hermano.
– Está muerto -informó el tío.
– ¡Me alegro! -replicó Rosamund con vehemencia.
El padre Mata se acercó y le aconsejó amablemente:
– Ten piedad de él, milady.
– Él nunca tuvo piedad de mí. No obstante, le daré en la muerte lo que jamás le daría en vida, padre Mata. Dejaré que lo entierren en Friarsgate.
El sacerdote hizo un gesto de aprobación.
– ¿Su casa es mía ahora? -se interesó el joven Henry.
– No -se apresuró a responder Tom-. La construí para él mientras viviera, pero forma parte de Otterly y Otterly es mío. Sé que tu padre redactó un testamento y que tú eres el único heredero. Ven a verme uno de estos días y averiguaremos qué te ha legado..
El joven asintió. Luego se dirigió a Rosamund y le hizo una reverencia.
– No diré que ha sido un placer volver a verte, prima. Aunque confieso que preferiría mil veces casarme y acostarme contigo que con esa tonta de tu hija. Soy un hombre experimentado ahora, y las mujeres me consideran muy diestro en la cama.
– ¡Lárgate! Me repugnas. Ni siquiera sientes pena por tu padre.
– No, no siento pena por mi padre. Lo detestaba. Siempre lo odié por la crueldad con que trataba a mi madre. Si me hubiera apoderado de Friarsgate, lo habría echado a patadas como tú. Y nunca hubiera permitido que enterraran sus inmundos huesos en esta tierra. -Se inclinó una vez más ante Rosamund. -Tal vez regrese algún día.
– Jamás -respondió con dureza y frialdad.
CAPÍTULO 15
La mañana siguiente al cumpleaños de Bessie, llevaron los restos mortales de Henry Bolton al cementerio familiar y le dieron cristiana sepultura junto a la tumba de su madre. Los padres y el hermano de Rosamund yacían al lado del abuelo. El hijo de Henry no había regresado para el entierro, y Rosamund temía que estuviera en las inmediaciones y que hubiera visto a Philippa.
– ¿Sabes si mi primo estuvo con su padre este invierno? -le preguntó a Tom.
Lord Cambridge meneó la cabeza.
– De haber estado, habría llamado al sheriff. ¡Por Dios, prima, me podría haber asesinado en la cama sin siquiera enterarme! -La idea lo hizo palidecer. -Me pregunto por qué la señora Dodger no me lo dijo, aunque la vi poco durante el invierno. Desde luego, hablaré con ella cuando regrese a Otterly dentro de unos días.
– Pero si la embaucaron o la amenazaron ya no podrás confiar en ella, sobre todo si mi primo anda por allí. ¡Oh, Dios! ¿Qué voy a hacer, Tom? Ojalá me hubiera casado con Patrick.
– ¿Todavía piensas en él?
– No lo he olvidado ni por un instante.
– Y nunca lo olvidarás, pero debes continuar con tu vida, pues él nunca volverá a estar de nuevo contigo y lo sabes.
– Lo sé, y sin embargo, no puedo evitar el sufrimiento que me produce su ausencia, un sufrimiento que no deseo compartir con nadie. Ahora mi problema consiste en saber si el joven Henry continúa acechándonos. ¿Cómo voy a proteger a Philippa? No puede estar constantemente custodiada por hombres armados y tampoco quiero amedrentarla.
La solución al problema llegó días más tarde, cuando un mensajero de la reina Catalina le comunicó que Su Alteza requería su presencia en la corte. La joven se sorprendió, pues no comprendía que aún se acordaran de una persona tan insignificante como ella. La reina tenía, por cierto, cosas más importantes de las que ocuparse. Las aventuras de Enrique Tudor en Francia, el año pasado, y la aplastante victoria de los ingleses en Flodden habían colocado a Inglaterra casi en la cima del mundo. Incluso en el norte se sabía que los representantes de todos los países de Europa llegaban a Londres para presentar sus credenciales al rey, en calidad de embajadores. ¿Cómo era posible que todavía la recordaran en medio de tantos triunfos?
– Es la solución que buscabas -dijo Thomas Bolton-. Iremos a la corte y llevaremos a Philippa con nosotros. Ya ha conocido a la reina Margarita y a su difunto esposo. Ahora le toca saludar a nuestros reyes, y si la niña les cae en gracia, las consecuencias de esa visita pueden ser muy ventajosas. Enviaré un mensaje para que tengan listas las casas de Londres y Greenwich y aprovecharé el viaje para reunirme con mis orfebres. También debemos buscar a un agente de ventas que se ocupe de nuestros asuntos en Londres. ¡Ah, me olvidaba! Nuestro barco estará listo para hacerse a la mar el año próximo. Si este año retiramos nuestros tejidos del mercado, aumentaremos tanto las existencias como la demanda.