– Se llama Tam por mi tío Tom -respondió Bessie.
– Lo pondremos en una canasta y lo llevarás en tu poni.
– Logan es muy generoso, mamá -murmuró Philippa acercándose a su madre-. Banon y Bessie la pasarán muy bien con él.
– Sí -se limitó a contestar su madre. Tal vez Jeannie, que Dios la tenga en la gloria, había logrado civilizarlo.
Después del desayuno se prepararon para la partida del señor de Claven's Carn. Las niñas ya estaban montadas en los ponis, impacientes.
– Volveré mañana con los hombres encargados de vigilar Friarsgate y con quienes te escoltarán al sur -anunció Logan.
– Partiré mañana y haré un alto en el monasterio de mi tío.
– Me parece una idea excelente y evitarás que Philippa se canse. Es un viaje demasiado largo.
Rosamund miró en torno y dijo:
– Todavía no veo a nadie en lo alto de las colinas. Últimamente, siempre hay alguno espiándonos.
– No. Envié a mis hombres al alba para ver qué sucedía y, tal como lo sospeché, no aparecieron tu primo ni sus rufianes. Es mejor que nos vayamos antes de que Henry se percate de que tú y tus hijas se han ido. Te agradezco la hospitalidad, Rosamund Bolton.
Luego, montó en su brioso corcel y encabezó la marcha, seguido por sus hombres. Detrás iban Banon y Bessie, el carro con sus pertenencias y, finalmente, las dos criadas.
Rosamund les dijo adiós con la mano, y las niñas, después de responder al saludo sin mucha efusividad, se concentraron en la aventura que tenían por delante y no en la madre que dejaban atrás.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.
– Sólo se van a Claven's Carn, mamá. No las has perdido para siempre la consoló Philippa.
A despecho de su tristeza, no pudo menos que reír.
– Philippa, tienes tanto sentido común… No sé de quién lo heredaste, pero me alegro.
– Según Edmund, me parezco a la bisabuela.
Pasaron el día ocupadas en los preparativos del viaje. Algunos de los vestidos de Rosamund habían sufrido modificaciones considerables bajo la dirección de Tom, al igual que los dos atuendos que Philippa había usado el año anterior en Escocia, a los cuales se sumaba ahora un vestido nuevo. También las alhajas y otras pertenencias fueron cuidadosamente elegidas y empaquetadas. Era preciso que la madre y la hija se presentaran en la corte vestidas a la moda.
– Ojalá pudiera acompañarlas, milady -dijo Annie melancólicamente. Estaba de nuevo encinta y aún no había destetado a su primer hijo.
– Lo hará Lucy -contestó Rosamund-. La has entrenado muy bien y deberías sentirte orgullosa de tu hermana.
– Pero ella irá a la corte y yo me quedaré aquí -se lamentó. Rosamund se echó a reír.
– Los viajes no son muy placenteros que digamos, Annie, ¿o ya te has olvidado?
– Sí, he olvidado las molestias del viaje, pero recuerdo San Lorenzo bajo el sol invernal, milady.
– De todos modos, no puedes quejarte. Has conocido San Lorenzo, la corte del rey Enrique y la del pobre Jacobo Estuardo, que Dios lo tenga en la gloria.
– Sin embargo, me gustaría ver al rey Enrique en toda su magnificencia. ¿Se quedará mucho tiempo, milady?
– No más que el necesario. Annie cerró el baúl con las ropas de su ama y dijo:
– Se rumorea que el señor de Claven's Carn estaría dispuesto a cortejarla si usted se lo permitiera.
Rosamund meneó la cabeza. ¿Por qué los sirvientes siempre acaban por enterarse de aquello que uno no quiere que se enteren?
– Me voy a Londres, Annie, y no tengo tiempo para dedicar a mi sempiterno enamorado escocés.
Annie esbozó una sonrisita irónica.
– A usted siempre le agradó mantener las cosas en secreto.
– Nadie puede guardar un secreto en Friarsgate -replicó su ama, soltando una carcajada.
Logan regresó a la mañana siguiente acompañado por treinta hombres.
– Los más jóvenes vigilarán Friarsgate y los más avezados te acompañarán al sur.
– ¿Cómo están Banon y Bessie? -le preguntó ella, sin disimular su ansiedad.
– Cansadas después del viaje. ¡Pero qué niñas tan adorables tienes, Rosamund! Ya han seducido al ama de llaves y el pequeño está encantado con ellas.
– ¿Johnnie se parece a ti?
– Es como tu Bessie. Físicamente se parece al padre, pero ha heredado el carácter de mi dulce Jeannie. Puede cambiar cuando crezca, no lo sé, pues nunca he criado a un niño.
– Si las niñas te fastidian, manda llamar a Maybel y las aleccionará. Aunque es mejor que la anciana se quede en Friarsgate. Su ausencia pasaría menos inadvertida que la de mis hijas. Y te agradezco nuevamente, tanto por los hombres que has contratado como por cuidar a mis hijas, Logan Hepburn.
– Esperaré ansiosamente tu regreso.
– Yo extrañaré un poquito tu arrogancia. Te comportas de una manera muy educada conmigo, como si caminaras sobre huevos y tuvieras miedo de pisarlos, Logan Hepburn.
– Procuro demostrarte que no soy un rústico fronterizo ni un canalla escocés, como me llamaste en una oportunidad, ni indigno de pedir tu mano, Rosamund. Si me permitiera incurrir en mi conducta anterior, consideraría seriamente la posibilidad de impedir este viaje. Te tomaría en mis brazos y te besaría hasta que te flaquearan las piernas. Luego te llevaría a la iglesia para que el padre Mata nos casara dijo sonriendo como un lobo contemplando su apetitosa presa-. Pero tú prefieres un amante civilizado. Cuando nos casemos… en caso de que me aceptes -se apresuró a corregirse-, te prometo que me convertiré en el hombre que necesitas, Rosamund Bolton.
Le hizo una reverencia y la ayudó a subir al caballo.
Ella se acomodó en la montura. Su corazón latía nerviosamente, pero cuando lo miró, la expresión de sus ojos ambarinos era tranquila y reflexiva.
– Sí, pensándolo bien, extraño tu arrogancia -repitió, sonriéndole con picardía y tomando las riendas en su mano enguantada.
– El terciopelo castaño dorado te sienta muy bien -murmuro Logan besándole la otra mano-. Saluda de mi parte a tu tío Richard.
– Lo haré -dijo, y espoleando su corcel, partió a todo galope.
Cabalgaron hasta llegar al monasterio de St. Cuthbert. Fueron muy bien recibidos, y tras instalarlos en la casa de huéspedes, el párroco Richard Bolton los invitó a cenar en su refectorio privado. Hacía más de un año que Rosamund no veía a su tío, el hermano menor de Edmund.
– Por cierto, sobrina, mi hermano me tiene al tanto de todo, pero me sorprende que hayas decidido regresar a la corte. Creí que no te interesaba particularmente ese tipo de vida.
– Y no me interesa. No obstante, la reina me ha convocado y es una buena oportunidad para que Philippa conozca a los reyes. Dentro de unos pocos años, tío, tendré que encontrarle un buen marido, no te olvides.
– Así es, ya es casi una señorita -admitió el prior. Luego, dirigiéndose a Philippa, agregó-: ¿No desearías servir a la Santa Madre Iglesia, mi niña?
– Solo en calidad de esposa y madre, milord párroco -respondió Philippa cortésmente.
Richard chasqueó la lengua.
– Veo que la has educado como es debido, sobrina.
– Según Edmund, me parezco a la bisabuela -acotó Philippa con una sonrisa.
– Sí. -El párroco se quedó pensativo unos instantes. -La mujer de nuestro padre era muy sensata y tenía un gran corazón. Nos trataba a todos por igual, lo que no debía de resultarle nada fácil, pues Edmund y yo éramos bastardos. A los cuatro nos prodigó el mismo amor… y los mismos castigos. Ahora dime, ¿por qué la reina Catalina ha convocado al palacio a una insignificante propietaria rural del norte?
Rosamund le explicó las posibles causas de la invitación con lujo de detalles.
– Debes ser precavida -le aconsejó Richard, al tiempo que le sonreía a Philippa-. Mi niña, ve con el hermano Robert. Él te mostrará mi pequeño reino antes de que oscurezca. Mañana partirás al alba y no tendrás tiempo de verlo.