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Saciado, Tom empujó la silla hacia atrás, separándola de la mesa.

– Una excelente comida -le dijo al mayordomo-. Felicita de mi parte al cocinero.

– Sí, milord, lo haré. -Luego se dirigió a Rosamund-: Su baño estará listo en media hora, milady.

– Agradézcale a los criados -respondió ella-. Sé que no es tarea sencilla subir el agua por la escalera y valoro el esfuerzo.

– Sí, milady -dijo el mayordomo. La dama de Friarsgate siempre se había mostrado amable con la servidumbre de su primo. En ese sentido, era una mujer de lo más insólita.

– Estoy cansadísima, mamá -exclamó Philippa, bostezando.

– Entonces te bañarás primero, mi ángel, pues no te has metido en el agua desde que partimos de Friarsgate. Y aunque muchos de los que frecuentan el palacio no se bañan muy a menudo, el rey Enrique tiene el olfato de un sabueso y no soporta el mal olor de los cortesanos.

– ¿Qué haré mañana cuando vayas a ver a la reina?

– Te quedarás en cama para reponerte del viaje y luego pasearás por los jardines de tu tío. La vista del río es fascinante y, de seguro, disfrutarás del panorama, sobre todo ahora que es verano.

Finalmente, el mayordomo volvió para comunicarles que la tina estaba lista.

– Buenas noches, Tom -se despidió Rosamund.

– Buenas noches, mis amores. Y tú, primita, no te desveles, pues mañana debes mostrarte en tu mejor versión.

Cuando llegaron a la alcoba, Lucy ya había aromatizado el baño con esencia de brezo blanco y la fragancia inundaba el cuarto.

– Ayuda primero a Philippa.

Después se sentó en la banqueta junto a la ventana y durante un rato contempló los jardines de su primo y el Támesis. La noche había caído y podía ver los faroles de las barcazas que iban y venían por el río. Pensó en las sugestivas estatuas que adornaban el jardín de Thomas Bolton y sonrió. No era probable que Philippa comprendiera la naturaleza de esas estatuas, pero si por casualidad llegaba a reparar en sus atributos masculinos, ello le resultaría sumamente ventajoso en el futuro.

Mañana. ¿Vería mañana al rey? Se habían separado en buenos términos y aunque seguramente sentiría curiosidad o incluso enojo por su relación con el conde de Glenkirk, sin duda la perdonaría si ella se lo pedía de buenas maneras. ¿Y cuáles serían esas "buenas maneras"? ¿Quizá someterse de nuevo a sus caprichos, demostrándole no solamente su lealtad sino también su devoción? La idea le resultaba inquietante, mas era preciso considerar la situación desde todos los ángulos a fin de estar preparada para lo que pudiera ocurrir.

En ese momento Lucy entró en el cuarto.

– La señorita Philippa está en la cama. ¿Desea bañarse ahora, milady?

Rosamund se puso de pie y se alejó de la ventana. -Sí, pero primero le daré las buenas noches a mi hija -dijo, encamándose a la puerta y maniobrando el pestillo para abrir la puerta que separaba ambas habitaciones-. Buenas noches, mi amor, sueña solo cosas bellas y que los ángeles te guarden.

– Sí, mamá. Nunca he dormido en una cama tan maravillosa. Tío Tom tiene cosas de lo más bonitas por todas partes.

– Así es, querida -la besó en la frente.

– Mamá, ¿el rey será bueno contigo? No te mandará a la Torre, ¿no es cierto? -el rostro de Philippa reflejaba una profunda ansiedad.

– No, mi ángel. El rey siempre ha sido muy bueno con tu mamá, y no hay razones para suponer que no lo sea en esta ocasión -le respondió. Luego sopló la vela apoyada en la mesita de noche y se retiró del cuarto.

Lucy la ayudó a desvestirse y recogió cuidadosamente la ropa de su ama.

– Algunas prendas necesitan un buen lavado, pero otras solo una buena cepillada. ¿Qué vestirá mañana, milady?

– Cuelga los vestidos en el guardarropa y elige el que más te plazca. En este momento me resulta imposible pensar. Mañana, cuando me despierte, lo tendrás listo.

– Sí, milady -dijo la doncella y la ayudó a meterse en la tina-. Su cabello está lleno de polvo y no brillará a menos que lo lave varias veces. Seguramente querrá causar una buena impresión cuando vuelva a la corte. Según se dice, al rey le gustan las mujeres bellas.

– Es cierto, Lucy, pero no debes repetir esas cosas, pues resultan ofensivas para la reina. Catalina de Aragón es una dama sumamente amable y espera que quienes la rodean se comporten con decoro. Las mujeres bellas deberían comportarse con circunspección en presencia de Su Majestad Enrique Tudor.

Una vez lavado y recogido el cabello, Rosamund se dio una rápida enjabonada porque el agua empezaba a enfriarse. Por último, salió de la tina y Lucy la envolvió en una toalla mientras la secaba con otra.

Se sentó junto al fuego, se soltó el cabello y lo cepilló hasta que quedó seco. Después, se puso un camisón limpio con aplicaciones de encaje, abandonó la antecámara donde habían colocado la tina y se metió en la cama.

– ¿Es todo por hoy, milady? -preguntó amablemente Lucy. -Sí. Vete a la cama, muchacha. Debes de estar tan cansada como todos nosotros. Buenas noches, Lucy.

Después cerró los ojos. Estaba de nuevo en Londres, una posibilidad que jamás había considerado. Mañana iría a la corte y vería al rey.

Mañana. ¿Qué le sucedería mañana? ¿Y por qué Rosamund Bolton le interesaba tanto a Enrique Tudor? Tal vez mañana podría encontrar la respuesta a todos sus interrogantes. Pese a estar exhausta, la inquietud le impedía dormir y, solo al cabo de unas horas pudo, finalmente, conciliar el sueño.

CAPÍTULO 16

Cuando Rosamund se despertó, los pájaros estaban cantando en el jardín de Tom y una cálida brisa entraba por las ventanas. Bostezó, se desperezó y alargó la cabeza para mirar a través de la puerta entreabierta. Philippa dormía profundamente. El viaje le había resultado largo y fatigoso, pero la pobre niña no se había quejado en ningún momento. Su madre se asomó a una de las ventanas y aspiró una profunda bocanada de aire, cuyo aroma en nada se parecía al del campo. Había más tráfago en el río del que recordaba. Las dos barcazas amarradas al muelle se balanceaban en la soleada mañana. Consideró que el panorama era espléndido, mientras se dirigía a la puerta del dormitorio de Philippa y la cerraba con suavidad.

– Buenos días, milady -la saludó Lucy, entrando en la habitación con una bandeja.

– Buenos días, Lucy. Philippa duerme como un lirón. Déjala que se despierte sola.

– Sí, milady. Ahora venga y coma. Si no se apura no llegará a tiempo a Westminster.

Rosamund se sentó a la mesa.

– Trataré de no demorarme. ¿Lord Cambridge está levantado?

– Oh, sí, milady Y quiere saber qué vestirá usted, pues él no atina a decidirse y ha armado tal jaleo con respecto a la ropa que su pobre criado está completamente confundido.

– ¿Qué vestido elegiste, Lucy?

– Bueno, milady, considerando las circunstancias, pensé que era mejor aparentar complacencia y elegí un vestido verde Tudor. Es sencillo y de diseño recatado, pues no querrá parecer ostentosa ante la reina.

– ¿Verde Tudor? No recuerdo tener un vestido de ese color.

– Se lo confeccionaron en San Lorenzo, pero yo le hice algunas modificaciones en las mangas y en el escote. Permítame mostrárselo.