– Si mi conducta lo ha inducido a error, le pido humildemente mis disculpas. No era mi intención provocarlo. Perdóneme, Su Alteza, por favor.
Enrique Tudor quedó en silencio un largo rato, considerando la situación desde todos los ángulos posibles. Evidentemente, no podía guardar los dulces y comérselos al mismo tiempo.
– Estás perdonada, señora. No obstante, vendrás a Windsor, por el bien de Catalina. Inés de Salinas ha sido despedida. Tu visita a la corte me dio la oportunidad de liberarme de ella, y te lo agradezco. Sé que de Windsor querrás volver directamente a Friarsgate y te concedo mi permiso. Pero acompáñanos unas semanas. ¿Quién sabe cuándo regresarás a la corte?
– Tal vez nunca, pero de seguro mi hija Philippa deseará volver algún día.
– Tus hijas siempre serán bienvenidas en esta corte.
– Gracias, Su Majestad.
– Ahora ve al gran salón, señora.
Rosamund lo saludó ceremoniosamente y se dispuso a abandonar la habitación.
– Deberías buscar un nuevo marido -comentó el rey de pronto.
– No intentes imponerme a nadie. El novio que me endosen no vivirá para ver el sol luego de la boda -le advirtió Rosamund.
– Pero yo soy tu rey y tengo derecho a elegirte esposo.
– Me he casado tres veces para complacer a los demás, Enrique.
– ¿Crees que volverás a encontrar el amor, Rosamund?
– Quizás, Enrique. Ojalá -respondió. Luego abrió la puerta y salió al pasillo donde la aguardaba el pequeño paje, que se frotaba los ojos para despabilarse, pues se había quedado dormido de pie. Ella le sonrió y acarició su rubia cabecita-. Llévame al salón, niño.
Apenas llegó a destino, Tom se le abalanzó, muerto de curiosidad. -¿Dónde está Philippa? -preguntó al ver que su hija no estaba con él.
– Le presenté a un montón de damitas de su edad. En la corte las niñas no deben andar pegadas a las perneras de un tío viejo. Por favor, prima del alma, cuéntame qué ha pasado. Estoy intrigadísimo. -La llevó a un rincón aislado y se sentaron en un banco.
– No hay mucho que contar. El rey quería saber por qué había ido a Escocia y a San Lorenzo. Se enteró de mi visita a Arcobaleno por el soplón de lord Howard. Le expliqué todo de la manera más sencilla posible. Luego, pensó que podríamos retomar el romance donde lo habíamos dejado.
– ¡No! -Lord Cambridge parecía de veras escandalizado.
– Cálmate, Tom. Lo convencí de que no era una buena idea. Insistió en que lo acompañáramos a Windsor, pero me dijo que de ahí podíamos volver directamente a casa. Debemos quedarnos un tiempo más en la corte.
– Es verdad. Si partieras en este momento, despertarías sospechas, sobre todo ahora que expulsaron públicamente a Inés de Salinas. Dicen que ella y su marido se marcharán a España muy pronto para visitar a sus ancianos padres. Por otra parte, a Philippa le vendrá muy bien conocer las diversiones de la corte y podrá entablar valiosas relaciones. Recuerda tu estadía en el palacio cuando eras niña. Son muy pocas las personas que pueden jactarse de ser amigas de dos reinas.
– Pero no tengo amigos aquí.
– Entonces, es hora de que te consigas algunos.
– ¿Para qué? En la medida de lo posible, evitaré volver a este sitio.
– Pero Philippa regresará y el marido que le escojamos será algún miembro de esta corte. Vamos, Rosamund, siempre es bueno cultivar nuevas amistades -explicó Tom con paciencia. Su prima siempre había preferido su compañía y la de unos pocos parientes a la de los extraños, pero era hora de revisar esa actitud.
– O sea que quieres presentarme a algunas personas -refunfuñó.
– Puede que mis hábitos no le agraden a todo el mundo, pero gracias a mi ingenio y sentido del humor conozco a mucha gente de alcurnia, querida mía -dijo con una sonrisa picara-. Ahora que arreglaste el entuerto con Sus Majestades y debes ir a Windsor, tienes la oportunidad de conocer a damas y caballeros de tu misma clase. ¿Cómo piensas encontrarle un buen marido a Philippa si no te mezclas con la nobleza?
Rosamund se echó a reír.
– Ese es el problema, Tom. Philippa es demasiado joven para casarse.
– Por supuesto. ¿Quién quiere apresurarse? Mira, tardaremos unos dos o tres años en establecer los contactos apropiados y ella demorará un año más en elegir entre todos los pretendientes. Estas situaciones deben manejarse con mucho tacto y delicadeza. Hay que mirar bien la mercadería antes de comprarla.
– ¡Ay, Tom, todo parece tan calculado!
– Y lo es.
– Pero mi deseo es que se enamore y que el amor dure para siempre.
– ¡Cómo si la vida fuera tan simple, querida primita! Con suerte, conseguirá casarse con alguien a quien ame, si tienen tiempo de conocerse. Pero lo más probable es que el amor surja más tarde. Tanto el matrimonio con tu primo como la boda con Hugh Cabot se arreglaron con el fin de mantener a Friarsgate dentro de la familia. En esa época eras demasiado joven para comprender el amor, pero luego, cuando te casaste con Owein Meredith, tampoco estabas enamorada de él, ¿verdad?
Rosamund negó con la cabeza.
– Sin embargo, con el tiempo llegaste a amarlo porque era un buen hombre y respetaba tu posición de propietaria de Friarsgate. Si planificamos todo con cuidado, Philippa tendrá la misma suerte que tú. Es preciso iniciar la búsqueda ahora mismo; de lo contrario, las oportunidades se irán reduciendo cada vez más. Y, por favor, te lo suplico, no empieces con la historia del gran amor que se profesaban tú y lord Leslie. Fue un caso único y excepcional. Son muy pocos los que logran vivir una experiencia tan intensa.
– Lo sé -sollozó.
– Mi dulce prima -dijo Tom secándole las lágrimas que caían por sus mejillas-, tienes que estar agradecida de haber conocido ese tipo de amor, pero también debes ser sensata y realista en lo que concierne a tu hija.
Rosamund asintió.
– Está bien. Conoceré a esas personas que deseas presentarme -acordó con una sonrisa-, pero en otro momento, ¿sí? Hoy fue un día fatal y no veo la hora de regresar a tu casa y sentarme en el jardín para contemplar el río.
– Y pensar, tal vez, en ese escocés sinvergüenza -bromeó Tom.
– Sí -replicó, provocando el asombro de lord Cambridge.
– Ve tú sola; yo regresaré más tarde con Lucy y Philippa.
La joven besó las suaves mejillas de su primo.
– ¿Qué haría sin ti, mi adorado Tom?
– Si quieres que te diga la verdad, ¡tiemblo de sólo pensarlo!
– No se queden hasta muy tarde. Es el primer día de Philippa en la corte y pronto tendremos que partir a Windsor. Tom asintió y la observó alejarse.
Rosamund abordó la barca, se sentó en el banco de terciopelo azul y cerró los ojos.
– Llévenme a casa -ordenó a los remeros.
El aire era cálido; el río estaba bajo y despedía un olor fétido a causa de las marismas que se habían formado en las márgenes. Suspiró: lo peor había pasado y comenzaba a sentir nostalgia de su amado Friarsgate. Pero Tom tenía razón. Si deseaba ver a sus hijas casadas con hombres de familias prominentes, debía empezar ya mismo a conocer gente y establecer contactos. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando recordó que unos pocos años atrás era solo una niña. Ahora era una mujer de veinticinco años, tres veces viuda y a la caza de maridos, no para sí, sino para sus tres hijas. Aunque, sin duda, persistía en ella la necesidad de amor.
Rosamund sabía que estaba sola. Pero, ¿deseaba volver a casarse? ¿Quería a Logan Hepburn? Tenía la impresión de que había estado escapando de él toda su vida, o que Logan la había estado persiguiendo eternamente. Por supuesto, era solo una impresión, pues jamás había oído hablar del señor de Claven's Carn hasta que… ¡Por Dios! ¿Hacía tanto tiempo que Logan, montado en su caballo en la cima de la colina que dominaba todo Friarsgate, le había pedido matrimonio? ¡Once años! ¡No, no podía ser! Sin embargo, había sido justo antes de casarse con Owein y Philippa ya tenía diez años, de modo que hacía once años que ella había discutido acaloradamente con él y le había prohibido asistir a su boda. Pero él se había presentado, con sus dos hermanos, grandes cantidades de whisky y salmón, y habían tocado las gaitas en honor a los novios. ¡Once años!