Los alemanes se salieron con la suya, me di cuenta: eliminaron a sus judíos y a sus hombres al mismo tiempo. Y las mujeres continuaron. Solas, amargadas, pero con un perfecto control, barrieron y fregaron los suelos. Amazonas con viejos sombreros y pieles picadas por la polilla, criaron los hijos, cuidaron los jardines, y dieron a luz a la Alemania del futuro, la Alemania que hoy conocemos. Ahora hay otra generación de alemanes. Ahora se incuban problemas otra vez.
Virginia Woolf, que tal vez entendía los problemas de la creatividad de las mujeres mejor que ninguna otra escritora habla de:
la acumulación de vida no registrada… las mujeres en las esquinas de las calles con los brazos en jarras, y los anillos incrustados en sus dedos gruesos e hinchados, hablando con gestos semejantes al movimiento de las palabras de Shakespeare; o de las violeteras y cerilleras y viejas brujas paradas debajo de los umbrales; o de chicas fugadas de casa cuyos rostros, como olas al sol y nubes, señalan la llegada de hombres y mujeres y las luces parpadeantes de los escaparates de las tiendas. Todo lo que habrá que explorar…
Está conjurando esa gran parte de la vida de las mujeres a la que no afectó la relación con los hombres. Esta parte -y es una parte enorme- se admite que no tiene importancia, no es un tema adecuado para la literatura.
Mientras los hombres fijen el destino de la literatura, la cosa continuará igual. Sólo el amor -sea romance o adulterio- se pensará que es adecuado para la literatura.
¿Por qué? Porque los hombres están en su mismo centro y a los hombres no les gusta que les recuerden que hay una parte de la vida de las mujeres de la que ellos no son el centro. En consecuencia, muchas mujeres todavía hacen literatura según el modo en que los hombres consideran importante. De ahí la fijación literaria en «el amor».
¿Qué pasaría si escribiéramos de nuestras propias vidas, sin referencia al sexo de los hombres? ¿Se puede imaginar tamaña herejía? Piénsese en las burlas con que se recibió a Violette le Duc, Monique Wittig, Anaís Nin, May Sarton. Después de que el «amor» se ha terminado para ti, queda mucha vida, dice Colette, estableciendo la herejía principal. También le castigaron por establecerlo -negándole el funeral que merecía (el funeral que cualquier hombre de su estatura habría tenido) y las escarapelas, cintas y medallas-. Dudo que a ella le importara.
Una soledad feliz, la felicidad de dos mujeres que viven juntas como amigas o amantes, la felicidad de una madre y una hija, compartiendo la cama, hablando la noche entera; la felicidad de dos hermanas cuando se han ido sus maridos, o han muerto; la felicidad del trabajo; de la jardinería, del cuidado de los niños; de las compras; de los paseos; de ocuparse de una casa: todo eso son herejías.
La mayor parte de nuestras vidas transcurre en soledad, o con otras mujeres, y sin embargo se nos pide que iluminemos la parte mucho más pequeña de nuestras vidas que compartimos con los hombres. La vida de las mujeres no es toda oscuridad excepto en eso, y encima nos piden que hagamos como si lo fuera y que escribamos del amor, el amor, el amor, hasta que nos aburrimos incluso a nosotras mismas.
Eso es lo que de verdad significa ser el segundo sexo. Todos tus placeres y penas se consideran secundarios con respecto a los que se comparten con el otro sexo.
¿Son tan interesantes de verdad los hombres? Para ellos mismos sí. Sin embargo, últimamente, encuentro a las mujeres mucho más interesantes. He vivido para los hombres tan gran parte de mi vida que al darme cuenta de eso me sobresalté. ¿He estado tan limitada por las convenciones, que yo, la supuesta rebelde, soy tan convencional como cualquiera de las mujeres de mi tiempo? ¿O me he transformado gracias al sexo porque siempre supe que era el modo fundamental de seducir a la musa? Si soy honrada conmigo misma, debo responder a estas preguntas.
Sexo
«He tenido un sueño que en absoluto era un sueño» -dijo Byron. Yo también he vivido un idilio un verano perfecto de mi vida. Cuando la gente dice «Eros», sé lo que quieren decir, aunque puede que ellos no. Y cuando necesito una fantasía para evocar la mayor pasión que puede soportar una mujer, ése es mi punto de referencia.
Entonces yo no estaba casada -pasó entre mi tercero y cuarto matrimonio-, y me había enamorado de un hombre que me parecía Pan, olía a verano y sexo, y navegaba con su velero por la laguna de Venecia y por el mar Adriático.
Nuestra relación había empezado un año atrás; nos enamoramos en su barco, esperamos todo un año anhelantes, y entonces, cuando volví a Venecia el verano siguiente, pasamos unos horas clandestinas perfectas en la casa que él compartía con la mujer de su vida. Posteriormente seguimos en contacto por teléfono y fax durante años, viéndonos siempre que podíamos. Yo llevaba dos relojes, de modo que siempre sabía la hora que era en Venecia, y nos hablábamos por teléfono describiendo lo que haríamos, o habíamos hecho, uno al otro.
– Estoy explotando lleno de estrellas… -diría él (en italiano) al correrse. Todo eran metáforas planetarias. El sexo era cósmico, por fibra óptica.
Yo iría a Venecia y me quedaría en una hermosa suite del Gritti (donde el agua se reflejaba en el techo), y él vendría a verme mañana y tarde.
Pero un verano (¿era el segundo o el tercero? No lo consigo recordar) decidí alquilar el piano nobile de un palazzo durante tres meses con objeto de darnos un tiempo ilimitado para explorar la relación y ver si podía convertirse en permanente. Lo que hizo que me diera cuenta de que Eros nunca es permanente, o más bien que las condiciones para su permanencia no son permanentes.
Llegué sola a finales de junio y me instalé en mi palazzo alquilado, con sus ventanas dando al canal Giudecca, barcas con letras en cirílico pasando, el jardín vallado lleno de rosas y un peral (pero) asombrosamente fértil en el centro, cargado de peras maduras.
Piero (vamos a llamarle así) llegó a las once en punto de la primera mañana a decirme hola («per salutarti»), dijo. Les dijo hola a mis pezones, mi cuello, mis labios, mi lengua, me cogió de la mano y anduvo conmigo por el dormitorio, donde fue descubriendo mi cuerpo lentamente, soltando exclamaciones ante la belleza de cada parte, y me penetró en la cama, manteniéndose con firmeza dentro de mí durante lo que pareció para siempre, mientras yo me llenaba de zumo como las peras del peral y empezaba a estremecerme como si me estuviera agitando una tormenta.