Ahora bien, hay rendiciones y rendiciones. Rendirse a alguien que encarna una fantasía propia es una cosa. Pero rendirse a un violador es otra.
La posibilidad del sexo es la posibilidad de la rendición. Unas personas necesitan determinada ropa, sitios muy lejanos, idiomas diferentes, cadenas, y otras personas lo consiguen más deprisa y con menos líos, pero el hecho de rendirse es el mismo. Historia de O me funciona como ningún otro libro erótico porque capta esa rendición. No cuenta cómo se debe dirigir la propia vida. Reconoce que Eros es algo aparte de -puede que incluso antitético a- la vida. Por lo tanto, lo condenan quienes quieren manuales prácticos por encima de todo. Norteamérica no es un sitio para la fantasía. Aquí los libros tienen que ser didácticos, u otra cosa.
Pero la fantasía no se domina del todo. Emerge en las novelas rosa, en las de terror, en las de suspense.
¡Sacadnos de aquí, haced que nos rindamos!, gritamos. Proporcionadnos un sitio donde no haya que hacer apuestas. ¡Dadnos un sitio donde nos podamos relajar! Los hombres han tenido burdeles durante siglos, pero ¿ha existido alguna vez un burdel para mujeres? ¿Una mezcla de gimnasio y salón de belleza, pero abarrotado de hombres guapos, complacientes? (Les habrían hecho el análisis del sida, por supuesto.) Una podría ir allí durante un par de horas entre la oficina y casa. Nada de darles la lata a los maridos. Nada de darles la lata a los hijos. Nada de buenas acciones. Nada de actos benéficos. Nada de televisión. Nada de entrevistas con Oprah o Sally Jessy Raphael. ¿Por qué parece sospechosa esta fantasía?
Porque algunas mujeres te verían allí y conseguirían que tu marido tocara el silbato, y harían una redada en el local.
Las mujeres no protegen el placer de las otras. Tienen tan poco por sí mismas, que quieren que también sufran las demás mujeres.
Y luego está la cuestión del arrebato. Una mujer enamorada pierde la cabeza. No puede centrar su sexualidad en un sitio. Al cabo de un tiempo haría saltar el esquema. Sólo para demostrar lo explosivo que es el amor.
Las mujeres en grupo tienden a ser puritanas. No encontrarás arrebato en tu club de campo, el club de jardinería, el banquete de bodas. Hasta las putas se vuelven puritanas en grupo. ¿Hay algo más controlado y controlador que un harén?
¿Qué empuja a las mujeres hacia el puritanismo? El sexo también significa mucho para nosotras. Nos perdemos. Durante generaciones, esto fue literalmente verdad: muerte al dar a luz, muerte por un embarazo obligado, y todo lo demás que les corresponde a las mujeres. Todavía tenemos una memoria racial de todo eso. Todavía nos inquieta mucho el sexo para dejarlo en libertad.
Por eso es tan difícil aceptar las fantasías de los hombres y aplicarlas a las mujeres. No parecen corresponderles. La anatomía es distinta, pero también lo es el contexto del sexo. Un hombre especializa su polla. El coño de una mujer es una metáfora de su existencia. Quiere que la tomen. Quiere que se la lleven.
Durante varios años participé en una terapia de grupo. Todos los participantes eran estrellas: artistas, escritores, actores, bailarines. Unos eran heteros, otros gay, otros bi, y todos tenían problemas sexuales con su pareja.
No siempre. A veces. Cuanto más enamorados estaban, el sexo se volvía más difícil de conseguir. No era la falta de amor lo que originaba eso, sino la sobreabundancia. Y el miedo al abandono que la sobreabundancia originaba.
Un hombre estaba demasiado enamorado de su mujer para follársela. Cuando ella se iba de la ciudad, siempre llamaba a su ex novia, la mujer con la que no se había casado. Se ponía en erección con sólo marcar su número de teléfono. Cuando llegaba al apartamento de la mujer, tenía la polla dura y una mancha de humedad en la parte de delante de sus vaqueros.
Uno de los miembros del grupo era un hombre gay algo mayor que había elegido el celibato. Se llevaba a casa chicos guapos para charlar y pasar el rato. Mientras los chicos dormían en la habitación de su hijo (el hijo estaba en la universidad), fantaseaba sobre ellos y se la meneaba sin parar. Nunca tocó a ninguno de esos chicos, ni a su mujer, que era su mejor amiga.
Así eran las cosas en el grupo. El actor se volvió impotente con su mujer cuando ésta hizo una película que tuvo mucho éxito y él no. El artista dejó a su mujer y se trasladó a las montañas de Colorado con una instructora de esquí. El sexo parecía un enigma para cada uno y para todos; el sexo con la propia pareja, esto es. Y sin embargo, lo que más querían era tener una pareja, en especial cuando eran solteros.
La terapeuta era una mujer que creía en el matrimonio. Su marido era el otro terapeuta.
Mientras se apilaban las pruebas de que el sexo con la propia pareja es algo que se contradice en sus términos, ella analizaba y analizaba, considerando miedo esa anestesia sexual.
En la época del grupo, yo estaba soltera. Distribuía mi vida sexual entre tres galanes, incluyendo a Piero, y aunque muchas veces era anárquica y no siempre satisfactoria, nunca resultaba triste.
¿Por qué se casaron estas personas, me preguntaba yo, si el matrimonio eliminaba el sexo? A ellas les daba pena que yo estuviera soltera. Yo despreciaba su estado de casados. Sin embargo también estaba celosa. Anhelaba una pareja, un compañero, un novio. Sabía que el matrimonio era una búsqueda de eso.
Algunos de los miembros del grupo se separaron de su pareja, tuvieron aventuras, se volvieron a casar, se sintieron inquietos otra vez. Yo por fin también me volví a casar, encontrando gran consuelo en ser capaz de echar raíces en un sitio, gran consuelo por tener aquel amigo.
Y sin embargo la inquietud no se iba. Y el anhelo no se iba. En los sueños, en las fantasías, volvía a surgir, originando los pensamientos más apasionados.
Necesitamos una bacanal, un carnaval, un aquelarre de brujas, mucho más de lo que necesitamos todos esos divorcios y nuevos matrimonios. Necesitamos un sitio donde soñar, un sitio donde encontrarnos con el tentador. Los videojuegos no sirven. Ni siquiera sirve la realidad virtual. Nos condenan a repetir las fantasías del que hizo los dibujos una y otra vez. Necesitamos fantasías corpóreas, no fantasías encarnadas en películas y chips. Pero hemos perdido los antiguos misterios de las vestales, ¿o los tenemos?
Ayer por la noche, en mitad de este capítulo, me acosté y soñé. Soñé que recibía una llamada de un antiguo novio que se llamaba Laurence. Se reunía conmigo en Connecticut, cerca de mi casa de junto al bosque, y me llevaba por entre la maleza y bajo los salientes de piedra. En los bosques de Nueva Inglaterra había un jardín con formas de las que yo no sabía nada: arcadas, terrazas, pastos, setos de boj con ingeniosas formas isabelinas: corazones, zorros, camas con dosel. Atravesamos andando el jardín, buscando un laberinto privado en el que tumbarnos.
Nuestras familias nos perseguían. Había gritos y risas al otro lado de los setos. Pero nosotros teníamos prisa, buscábamos un santuario.
Entonces cambió la escena. Yo subía la escalera hacia una casa de masajes de la parte alta de los bosques. Me esperaban dos mujeres. Una me puso unas gafas especiales para oscurecer la habitación. Otra me quitó las medias y el sostén. No llevaba bragas, sólo un liguero sobre mi centro húmedo. Me tumbaron en una mesa y se pusieron a chuparme, terapéuticamente, por supuesto. Una me chupaba los labios de la vulva y el clítoris, mientras la otra me daba masaje en la nuca, en los brazos, la cabeza, y me chupaba los labios. El teléfono no dejaba de sonar, pero yo no hacía caso. Laurence, Piero y mi marido estaban fuera llamando molestamente a la puerta. Soñolienta, murmuré:
– Largo.
Desperté con el rocío del sueño todavía entre las piernas.
En mis sueños siempre estoy de viaje, en busca de una satisfacción que nunca llega. El sueño es la búsqueda y la búsqueda es el sueño. Si hay orgasmo en el sueño, éste es incompleto. Lo que es satisfactorio no origina nuestros sueños. El mejor matrimonio es como un dormir sin sueños: sin conflictos, inocente.
Despierto porque un enorme hombre barbudo me sacude y me trae zumo de naranja. Tengo los muslos húmedos por los deseos del sueño. ¿Se trata de una paradoja? No más de lo que es la vida.
– Cuéntame tu fantasía -dice él-, cuenta -me mete la mano entre las piernas-. Estás toda mojada -dice.
– Estaba escribiendo en sueños -digo yo.
Según este capítulo se ha ido desplegando en mi mesa de trabajo -estas fantasías, ensueños, recuerdos-, mi vida de vigilia con mi marido se ha vuelto más y más sexual. Nos encontramos haciendo el amor todas las noches, riendo y besándonos por la mañana. Me encuentro contándole mis sueños y fantasías, leyéndole páginas que le excitan, bromeando con él como con un amante nuevo. Nos entregamos a un idilio doméstico.
Eso me asombra. Todos los días escribo que el sexo es imposible en el matrimonio. Todas las noches me muestro en desacuerdo.
Puede que la verdad sea que lo que hace el sexo posible es compartir honradamente las fantasías, y que vivir en pareja en cautividad habitualmente resulta antitético con esa honradez. Nos enredamos en papeles maritales. Personificamos a nuestros padres. Olvidamos los sueños y cuentos de hadas que oímos en nuestra adolescencia. Acumulamos rabia para construir el muro de Berlín.