Verdad. A unos sí, a otros no. La mayoría -lo mismo que tú- son ambivalentes con respecto a la paternidad, lo que es bastante humano, después de todo. Tú, sin embargo, tienes hormonas que corren por tu cuerpo y te hacen -o a gran parte de ti- ser sentimental con respecto a los niños pequeños de un modo que no lo son la mayoría de los hombres. Durante los años en que tienes menstruación, el cuerpo te recuerda mensualmente tu mortalidad, y tu capacidad para crear; a él no se lo recuerda el cuerpo. Su cuerpo le recuerda que su pene está siempre presente, que es vulnerable, insistente, y que está solo. Llegará a decirte casi cualquier cosa con objeto de parecer invencible, duro, no solitario. Y después eso le hará decir lo que sea para sentirse libre. Mientras tú deseas unirte a otro, a él le asusta. Tu relación primaria fue con un ser humano del mismo sexo, la suya fue con un ser humano del opuesto. De modo que él teme la unión aunque la busque. Tu deseo de unión no es ambivalente. A ti no te da miedo que te trague tu madre; de hecho, esperas convertirte en ella. Añade eso a las diferencias hormonales entre los sexos y tienes a un sexo que desea unirse y al otro sexo que desea tanto unirse como lo teme. Los hombres son apasionados y claustrofóbicos al mismo tiempo, avanzan y se retiran simultáneamente. Ésta es la broma que Dios le gasta a la raza humana. Algunos psicólogos teorizan que si los hombres cuidaran a los recién nacidos, la cosa cambiaría. Nosotras queremos intentarlo, pero la mayoría de los hombres no quieren. Los recién nacidos parecen ponerles nerviosos. Claro que hay esos hombres modelo que escriben artículos en la columna para hombres del New York Times. Ésos no cuentan. ¿Quién sabe lo que hacen después de terminar su columna? Además, no son más un hombre corriente de lo que es una mujer corriente Katharine Hepburn. Si cuentas con un hombre así, hay muchas oportunidades de que no estés leyendo esto. A lo mejor tu hija contará con un hombre así, pero para ti es demasiado tarde. En la generación flagelada, los recién nacidos hacen aumentar la claustrofobia de los hombres; y por eso cuando tú estás más encajada, él está más fuera de lugar. Si comprendes esto y no lo tomas como algo personal, serás mucho más feliz.
Tópico 9. A los hombres les gustan las mujeres lascivas.
Verdad. Para la mayoría de los hombres, la mujer ideal debe ser lasciva de un determinado modo. Del modo determinado que le gusta a él. Y la mujer debe desconectar de modo tan rápido como se termina un espectáculo porno o como él cierra el desplegable central. ¿Te has fijado alguna vez en el modo en que los hombres más lascivos babean ante el desplegable central del Playboy mientras ignoran a la mujer de carne y hueso de su cama? ¿Se trata de una paradoja? No exactamente. El desplegable central (como el espectáculo porno) es más seguro. Se atiene a su ritmo. Una mujer de carne y hueso no. Mejor aún, dos mujeres. Una lasciva e intermitentemente disponible. Otra no-sexual y eternamente disponible (para que le dé de comer). Para la mente masculina, eso es el cielo (es decir, la completa seguridad), lo que nos lleva de vuelta al tópico número 1.
Tópico 10. Los hombres son racionales, las mujeres irracionales.
Verdad. Si la consistencia es la racionalidad, las mujeres son más racionales. Desean integración, sinceridad, unión. Puede que padezcan depresión posparto y miedo a la menopausia, pero habitualmente son mucho menos ambivalentes en lo que se refiere al lanzarse a la vida. Los hombres lo saben y les gustan las mujeres fuertes que les guíen.
Las mujeres fuertes que estratégicamente hagan como que son débiles.
Tópico 11. Los hombres aborrecen a las mujeres que tienen más dinero que ellos.
Verdad. En realidad los hombres aborrecen a las mujeres que les controlan. Son perfectamente felices teniendo mujeres con dinero mientras ellos controlen el dinero, o les parezca que lo controlan. ¿Recuerdas el código de Napoleón? ¿Recuerdas a todas esas herederas con las que se casaron por el dinero en los días en que el dinero de una mujer se convertía automáticamente en el de su marido? Lo que aborrecen los hombres es que las mujeres tengan fuerza para controlarles. Y el dinero, en nuestra sociedad, es la representación definitiva de la fuerza. Si ganas o tienes más dinero que tu hombre, tendrás que encontrar modos reales -o imaginarios- de entregarle el control, el suficiente control para equilibrar la balanza, y, con todo, a lo mejor nunca te perdona.
Tópico 12. A los hombres les gustan las mujeres de rasgos perfectos y cuerpos perfectos.
Verdad. De hecho, a los hombres les gustan más a cierta distancia que desde cerca, donde les pueden poner un poco nerviosos, excepto para exhibirse.
Al leer esto ahora, me parece una especie de grito de dolor disfrazado de consejos a una a la que habían abandonado. A la que habían abandonado era a mí, tanto si lo admitía como si no.
Salía con hombres, tratando de entender por primera vez en mi vida al sexo opuesto. Tenía que intentarlo.
Sentía que estaba en juego mi supervivencia. Siempre había tenido docenas de hombres entre los que escoger. Ahora ya tenía cuarenta.años y los hombres por lo general estaban casados o muertos. Otros sólo salían con mujeres de menos de treinta años. Los restantes eran gay, estupendos como amigos, pero por lo general no disponibles para el sexo. O bien tenía que renunciar a los hombres -lo que quizá no fuese una mala idea, pero pensaba que siempre lo podría hacer más tarde- o aprender, a largo plazo, cómo funcionaban. Este libro de consejos sin terminar debe de haber sido un intento mío de codificar mis conocimientos. Y todavía creo en todas y cada una de esas «reglas del amor». Después de varios años de un matrimonio maduro, creo en ellas más.
Podríamos plantear la cuestión de por qué creía yo, a los cuarenta años y pico, que necesitaba a un hombre. Me gusta mi propia compañía, me puedo ganar la vida, nunca he tenido problemas para encontrar amantes. Entonces, ¿por qué quería una pareja?
Le he dado vueltas a esta cuestión y nunca he encontrado una respuesta racional. A lo mejor la respuesta no es racional. A lo mejor sólo se trata del mismo motivo por el que los gansos se emparejan y los monos rhesus prefieren madres reales a maniquíes hechos de tela y alambre. A lo mejor sólo es una cuestión de calor. O a lo mejor es el triste hecho de que las mujeres todavía estamos tan discriminadas en el mundo del hombre que es mejor tener un aliado concreto que encarar en soledad un mundo que nos discrimina tanto.
¡Qué carga de calor y protección parece haber en las palabras «mi marido»! ¡Qué seguridad, confianza, solidaridad! A lo mejor por eso nos casamos aunque sepamos que el matrimonio puede significar que le roben el dinero a una, que usen a los hijos de una como rehenes, o la maltraten físicamente a una. En último término, matrimonio significa:
el papel de mediadora, te lo digo yo, entre Monsieur y el resto de la humanidad… Matrimonio significa… significa: «¡Hazme el nudo de la corbata!… ¡Haz que se marche la doncella!… ¡Córtame las uñas de los pies!… ¡Levántate y prepárame una manzanilla!…» Significa: «Tráeme un traje nuevo y prepárame la maleta, ¡para que pueda darme prisa en ver a la otra!» Camarera, enfermera, niñera…, ¡ya es suficiente!
Probablemente sea por eso por lo que, Renée, el personaje de Colette, concluía en La vagabunda:
Ya no soy lo bastante joven, ni lo bastante entusiasta, ni lo bastante generosa para casarme otra vez, ni para llevar una vida de casada, si lo prefieres. Deja que me quede sola en mi dormitorio, emperifollada y ociosa, a la espera del hombre que me ha elegido para su harén. No quiero nada del amor, en resumen, excepto amor.
Después de tres matrimonios, sin duda yo estaba de acuerdo con ella. ¿Qué perversidad me hacía seguir buscando al Hombre Perfecto, que sabía que no existía?
Después de mi fase con los de clase baja, empecé a mezclarme con el bando masculino de los que se consideraban la flor y nata de Manhattan. Si esto era la flor y la nata, ¿dónde estaba lo inferior? Aquellos hombres eran tan bizantinos como cortesanos de la antigua Constantinopla.
Recuerdo primeras citas que parecían reuniones de juntas de vecinos o cuestionarios para conseguir un crédito en un banco. Recuerdo a hombres que estaban «casi divorciados». Recuerdo a hombres con peluquín que conducían Bendeys para disimular su falta de pelo. Incluso salí con un rabino todavía en activo y un monje que había colgado los hábitos. Probablemente habría probado con un ayatolá de haber encontrado uno lo suficiente kosher para salir con él.
Algunos hombres han pasado claramente por el circuito de la soltería. Todos han picoteado en él. Los hombres trasnochados tendían a ser perfectos sobre el papel pero tenían algún defecto fatal cuando los llegabas a conocer. Ese defecto fatal raramente era obvio a primera vista.