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Uno de estos hombres modelos era alto, moreno y de ojos azules, y vivía la mitad de la semana en otro país. Durante los tres días que pasaba en Nueva York, necesitaba tener un montón de citas antes de que despegara el Concorde, de modo que una siempre sentía como si la estuvieran exprimiendo. Podía desaparecer a las ocho de la mañana de un lunes y no llamar durante tres semanas. Acababas de olvidarte de él cuando de pronto hacía patente su existencia. Parecía turnarse de mujer siguiendo un plan tan preciso como un plan de comidas en un balneario. Parecía que una tenía un bono para follar con él; por volar con frecuencia, quizá.

Pero sus fines de semana muchas veces estaban tan divididos como una tarta de cereza. A lo mejor tenía miedo de que una tarta sola le empalagase. Bueno, era listo y atractivo e infaliblemente llevaba encima condones. Lo más asombroso era que los usaba. Después, desaparecía infaliblemente.

Pero por lo menos estaba soltero. Y parecía ser heterosexual, aunque ¿quién puede asegurarlo en estos tiempos? Salí ocasionalmente con él durante un año, pero inteligentemente nunca renuncié a mis otros beaux.

Lo más deprimente de ser soltera es la sobreabundancia de hombres casados. Que una mujer consiga casarse otra vez después de ocho años de estar soltera en Nueva York -o en cualquier otra parte- debe ser atribuido a «el triunfo de la esperanza sobre la experiencia» (como Ken y yo pusimos en nuestras participaciones de bodas). O a eso, o a la amnesia.

Los hombres casados son, por supuesto, los mejores amantes, a no ser que una esté casada con ellos. Siempre tienen tiempo para ti. Además, tienden a estar en otra parte lo necesario para una escritora a tiempo completo. Con los hombres casados, una tiene los fines de semana, las fiestas, el día de Nochevieja, para escribir. Cuando el mundo entero hace como que se divierte mucho, una puede divertirse mucho, escribiendo. Puede que no le convengan a todo el mundo, pero para una mujer en mitad de su carrera de escritora, son perfectos. Cuando tu hija está con tu ex, tienes el fin de semana entero para escribir. ¿Cuántas mujeres casadas ansian eso?

¿Dónde conocí a esos hombres? Pues en todas partes. Si eres auténticamente simpática, no es difícil conocer a hombres. A la mayoría de los hombres les aterran tanto sus madres, hermanas, esposas e hijas, que una mujer que sea superficialmente amable con ellos y les ría las gracias, resulta que es más rara que el unicornio. El secreto de conocer a los hombres es que te gusten los hombres. Y sentir un poco de rachmones por ellos.

Los conocí en el Concorde en los días en que creía que todavía me podía permitir el gasto de volar en uno. Los conocí en conferencias, inauguraciones, fiestas. «El mundo está lleno de hombres casados», escribió Jackie Collins. Se podría modificar así: El mundo está lleno de hombres casados solitarios.

Pues parece que están auténticamente solos y sienten un agradecimiento auténtico si los escuchas un poco y te muestras algo tierna. No sólo vienen a ti en busca de sexo, sino de afecto y de un poco de atención, algo que al parecer nunca tienen en casa. Como amante es como soy mejor: encantadora, tierna, divertida. Cuando vives separada de un hombre, es fácil ser amable con él. Tienes tu propio cuarto de baño, dormitorio, armario y cocina. Puedes dormir el día entero y escribir toda la noche. Los fines de semana puedes salir con tus hijos o tú sola. Puedes dejar la bañera sin limpiar, leer poemas, tomar yogur de cena. Tú y tu hija os podéis hacer la pedicura una a otra. Todas las cosas de mujeres que los hombres parecen encontrar estúpidas (a menos que sean los beneficiarios de ellas) pueden convertirse en el fundamento de tu vida.

Como me desagradaba tener citas esporádicas, tenía muchas relaciones con hombres casados. (Además, los «elegibles» siempre eran muy arrogantes. Estaban seguros de que los ibas a pescar. Como consecuencia, cuanto más te gustaban, con mayor facilidad se largaban.)

Mi psicoanalista me advirtió que me gustaban demasiado los hombres casados. Aseguraba que le tenía miedo al matrimonio. Después de mis tres fracasos maritales, ¿por qué no le iba a tener miedo al matrimonio? El matrimonio no me había resultado fácil. Me había casado enamorada y terminé litigando por mi hija en los tribunales. ¿No me habría ido mejor si no me hubiera casado?

A lo mejor era que elegía terriblemente mal a los hombres. Si un hombre agradable me perseguía, yo inevitablemente elegía al sinvergüenza que me evitaba. ¿Por qué no admitir simplemente que el matrimonio no era para mí y renunciar a él?

Mi psicoanalista estaba muy a favor del matrimonio. Famosa por conseguir que sus pacientes encontraran pareja, miraba con desconfianza a los hombres casados de mi vida.

Conoces a un hombre en un estreno, la presentación de un libro, la inauguración de una exposición o un acto político. Te mantiene la mirada más intensamente que todos los demás. Ha leído tus libros y asegura que le encantan (puede que le encanten a su mujer). Te mira a los ojos con una mirada tímida de adolescente.

La conversación empieza y no se termina. En un determinado momento te preguntas si la está prolongando él o la prolongas tú. Durante un instante, le miras a los ojos y ves al niño que fue una vez. El dice algo íntimo sobre tu perfume o tu pelo. Pregunta si te puede llevar a casa en coche. En el coche, te vas haciendo consciente de que algo te empuja hacia él, una fuerza casi magnética que, sin embargo, tú no activas. En la puerta de tu casa, le das tu número de teléfono y no hay besos. Te toca la mano con cierta intimidad o te pasa la mano por el pelo haciendo una caricia casi de propiedad. No quiere dejar que te vayas, pero tú dejas en claro que te vas. Te mira como un perro cariñoso cuando lo dejas en la perrera antes de unas vacaciones.

Por la mañana, antes de las diez, recibes una llamada. Te invita a almorzar en cuanto puedas, a lo mejor ese mismo día. Sabes que está casado porque no te invita a cenar. Y también porque demuestra abiertamente que tiene muchas ganas. Los hombres solteros nunca demuestran abiertamente que tienen ganas de verte.

Durante el almuerzo -que es en un sitio encantador lejos de los circuitos habituales-, confirmas que está casado. No porque lo diga, sino porque omite muchas cosas de su vida.

Dice cosas como «Fui al cine» o «Fui a Europa», pero por la descripción te das cuenta de que no estaba solo. Los hombres habitualmente no se alojan solos en el Splendido de Portofino, o en el Hotel du Cap o el Edén Roe. Una cama vacía con sábanas de lino inmaculadas puede que sea tu idea del paraíso, pero habitualmente no es la suya.

Es prudente preguntarle por sus hijos. De ese modo puedes confirmar su estado marital. Si está divorciado, mencionará a la madre de sus hijos, habitualmente de modo negativo. Pero si está casado, parecerá que los ha tenido él solo.

Si todavía tienes dudas, siempre puedes preguntarle directamente: «¿Estás casado o divorciado?» El normalmente dice algo poco ingenioso como: «Ni una cosa ni otra», o «Tenemos un matrimonio abierto». Puede que sea abierto para él, pero probablemente no lo sea para ella.

Un hombre casado me dijo una vez: «Somos antiguos hippies y tenemos un matrimonio abierto desde los años sesenta». Más tarde me enteré de que esto había sido verdad veinte años atrás, pero ya no lo era, lo que probablemente explicara por qué seguían todavía casados. Otro dijo: «Mi mujer no quiere tenerme cerca, está contenta conmigo lejos». Otro dijo: «Mi mujer está en nuestra casa de Barbados con los chicos». Otro dijo: «Mi mujer está en California de viaje de negocios». Lo que implicaba era: ojos que no ven, corazón que no siente. Los hombres tienen una habilidad para compartimentalizar sus sentimientos que las mujeres ni siquiera llegan a entender.

Lleva un tiempo empezar a hacer el amor. El parece extremadamente paciente, más interesado por tu mente que por tu cuerpo. Te llama varias veces al día, pero se mantiene extrañamente en silencio después de la puesta de sol y los fines de semana. Siempre le llamas a la oficina. Ni siquiera tienes otro número de teléfono suyo. Y evitas mencionar esta omisión.

¿De verdad que quieres otro número? Tienes mucho trabajo que hacer. Te gusta estar sola en la cama, leer por la noche hasta la hora que te apetezca, tener la cocina, el cuarto de baño, el coche, limpios. Recuerdas el caos de calcetines sucios, de toallas y latas vacías de soda, y prometes: nunca más. Y sin embargo te notas despierta, viva, femenina. Es agradable tener y no tener a un hombre al mismo tiempo. Te notas serena. Puede que esto te siga apeteciendo para siempre, con toda la fuerza de tu parte.

Pero justo cuando le das la espalda para irte, el hombre enloquece por poseerte. Así está hecha la especie masculina.

El ambiente está preparado. En tu casa un fin de semana que tu hija está con su padre, en un albergue en Vermont (un fin de semana que su mujer está fuera), en una isla al sol (una semana que su mujer está en Europa o Asia).

Si te sugiere su casa, no vayas; y reconsidera la relación. Un hombre que no tiene escrúpulos para llevarse a otra mujer a la cama de su esposa no es de fiar, ni siquiera como amante ocasional. Además, quieres un hombre a tiempo parcial, no la cabeza de otra mujer en una fuente. Ella es la esposa, de modo que tú eres la amante. Ser amante tiene sus atractivos especiales.