El hombre llega ese día con pinta de tímido pretendiente. Puede que traiga flores, vino, compact-discs, o un camisolín de seda roja. (Si piensa ponérselo él, reconsidera la situación.) Puede traer todas esas cosas. Pero no joyas. No todavía. Se pregunta si eres una buena inversión. (¿Vas a rendirte demasiado pronto? ¿Deberías dejar que te siguiera persiguiendo algo más? ¿Será más fácil conseguir que traiga joyas si no te rindes? No lo sé, pero a lo mejor por eso yo no tengo joyas buenas.)
Y entonces a la cama. Es cuando el poder cambia de sentido. Si te resulta bien en la cama, estás en problemas. Si le resultas tú a él, está en problemas él. La cama es el punto de apoyo donde cambia de sentido el poder. La cama es el vaivén entre el antes y el después. Lo que pase a continuación es cosa tuya.
Si eres posesiva, lo alejarás de ti. Cuando te llame el lunes hablándote de lo sexy que eres, alarga la conversación. Eso podría ser lo más divertido que te ha pasado en la vida. Nadie le entiende mejor. Incluso usa la palabra «amor». Esa es otra razón por la que sabes que está casado. Está vacunado. Puede decir todo lo que quiera y no referirse a nada.
Los hombres son unas criaturas muy simples. Dales de comer, folla con ellos, pero conserva las llaves del castillo. Territoriales hasta los tuétanos, son más cariñosos cuando meten sus zapatos debajo de tu cama.
Estas aventuras pueden seguir durante años y dejarte sin embargo tiempo de sobra para las otras cosas de la vida. No se los debe exprimir. No necesariamente les tira el matrimonio.
Un hombre casado se tomó un respiro durante su matrimonio y alquiló una casa de campo cerca de la mía. Pero seguía yendo a casa de su mujer los fines de semana.
Cuando se produjo el ligue y quiso que le invitara a mudarse conmigo, le recordé lo mucho que le quería su mujer. No creo que se esperara eso. Pero me gusta mi libertad, y pensaba que la relación podría estropearse si yo tenía que cargar todo el tiempo con sus problemas.
¿Puede ser amor de verdad esto?
¿Por qué no? ¿Es que las mujeres no pueden amar sin tener que entregar su vida? Los hombres lo han hecho todo el tiempo.
Tendemos a creer que, como no renunciemos a todo, no estamos enamoradas de verdad. Pero no se trata de una norma que sirva después de los cincuenta años. ¿Y por qué iba a servir? Nuestra vida nos resulta más importante de lo que es para el mundo de los hombres, por lo menos.
Pero entonces yo todavía tenía cuarenta años y pico, de modo que me vi obligada a preguntarme: ¿me casaría con este hombre si deja a su mujer?
Decidí que no. De modo que mi conciencia me dijo que lo mandara a su casa, con su mujer. Ella lo quería de un modo que no lo quería yo. Era hacerle un favor mandarle de vuelta a casa.
Otras aventuras nunca terminan. Siguen intermitentemente a lo largo de años, incluso después de que uno (o los dos) se haya vuelto a reunir con su cónyuge o casado con otra persona. La aventura se convierte en un espacio privado que no tiene nada que ver, y lo tiene todo, con el resto de tu vida. No causa dolor, sólo placer, porque es, en su misma naturaleza, inestable, temporal. La fantasía suprema es la de los amantes que se ven una vez al año y encuentran un oasis fuera del tiempo, de vez en cuando.
Pero antes o después, hasta las mejores aventuras pierden interés. A lo mejor porque el tú que necesitaba aquel oasis concreto queda desplazado por otro tú. A lo mejor porque encuentras refugio en otra relación que parece lo suficientemente satisfactoria en sí misma. A lo mejor porque eres demasiado mayor y estás cansada para las inevitables decepciones. O porque decides que quieres que tu vida sea limpia y sincera.
En realidad fue la aventura lo que te llevó a ese punto. Siempre estarás agradecida. Y él lo mismo. Te encuentras con tu antiguo amante en una fiesta o un avión y te mira con su mirada de niño. Le has llegado a sus sitios más secretos y te lo agradece. Tú también le estás agradecida.
Os abrazáis tensos y sin uniros uno al otro, y nada de besos.
Todos los buenos chicos son también malos chicos. Y los queremos porque son las dos cosas. Tiene que ser muy aburrido contar con el hombre perfecto, si semejante prodigio existe. Tiene que ser aburrido ser siempre bueno.
A las mujeres encantadoras les atraen los hombres que rompen las reglas porque nuestra educación de diosas-hembras es tan absoluta que necesitamos profundamente encontrar la parte reprimida de nosotras mismas: la rebeldía. No siempre podemos liberarnos solas, necesitamos a un hombre con el que romper los lazos. ¿Qué lazos? Los lazos de la sangre que todavía nos atan a nuestras madres y nuestros padres.
¡Piénsese en todas las grandes feministas que se largaron con malos chicos! Mary Wollstonecraft se fugó con Gilbert Imlay, un chico revolucionario pero malo que la dejó en la ruina y embarazada. ¿Protestó por ello? Al contrario, escribió: «¡Ahí, amigo mío, no conoces el placer inefable, el goce exquisito que surge de un afecto y un deseo al unísono, cuando el alma y todos los sentidos se abandonan a una imaginación alegre…».
George Sand se casó con un chico malo, Casimir Dudevant, y eligió como amante a un chico malo, Alfred de Musset (por no hablar del excesivamente moralista Frédéric Chopin). Antes que ellos, había habido muchos malos chicos, incluyendo a uno, Stéphane de Grandsagne, que era el padre de su única hija, Solange. Su primer amante, Aurélien de Séze, tenía un nombre que empezaba con las tres mismas letras que su propio nombre, Aurore. Después de esos dos, hubo muchos otros malos chicos que excitaron su pasión y poblaron sus libros.
La pasión y la poesía, para Sand, estaban claramente aliadas. Los malos chicos eran sus musas. Felizmente, los sobrevivió a todos, terminando convertida en una abuela que nunca dejó de escribir. Incluso en plena aventura, incluso en pleno viaje, escribía de cinco a ocho horas por la noche. Cuando le cerraba la puerta a De Musset para realizar su cupo nocturno de páginas, él salía con bailarinas del Fenice, el hermoso teatro de la ópera de Venecia. Esto no interrumpía la escritura de Sand, aunque puede haberle roto el corazón. Tierna y maternal como fue con todos los hombres, sabía que el trabajo, no el amor, la mantenía viva. Ella es la primera de nuestra carnada moderna de escritoras-madres-amantes.
Puede que no se pueda decir que Elizabeth Barrett Browning haya elegido un chico malo arquetípico en Robert Browning, pero sin duda fue el que la liberó de su familia y se convirtió en su musa. «¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras», subraya la tradición de las mujeres poetas arrebatadas por el amor liberador. La tradición continúa en este siglo con Anna Akhmatova y Edna St Vincent Millay. ¿Y qué era Sylvia Plath sino una buena chica enamorada de un mal chico arquetípico? Pagó con su vida la hiebestod de su poeta.
Mary Godwin Shelley (la hija que Mary Wollstonecraft tuvo con William Godwin), la escritora que inventó aquel género imperecedero, la novela de terror, se enamoró de un chico malo, Percy Bysshe Shelley. Era un revolucionario, un traidor a su clase, un rebelde sexual, y por eso, al ser hija de su madre, ella le eligió a la temprana edad de dieciséis años. Shelley honró a la madre muerta de ella tanto como Mary, por lo que hubo estremecedoras escenas de seducción en el cementerio con la lápida de Wollstonecraft como amuleto mágico. (Pero bueno, las madres muertas resultan más fáciles de honrar que las vivas.)
Las Bronte -Emily, Charlotte y Anne- sentían todas debilidad por los chicos malos, aunque sólo fuera en su prosa y sus poemas. Heathcliff y Rochester han dado nacimiento a millares de héroes que eran malos chicos en no menos novelas y películas (escritas por personas que nunca han leído a las Bronté, sino que recibieron el arquetipo por medio de la osmosis de la cultura popular). La anhelante voz de los poemas de amor de Emily Bronté ha dado nacimiento a la voz genérica que todavía impregna mucha de la poesía de mujeres del siglo XX.
Las jóvenes quieren amar de un modo que las aniquile. «Toda mi dicha en la vida está en la tumba contigo» es un grito a cuyo eco contribuimos en la adolescencia. Sólo la condición de mujer madura enseña finalmente el valor de la intimidad de las amistades femeninas, las amistades intelectuales, y valora las vidas que están más allá de las nuestras.
A los dieciséis años, Heathcliff y Rochester tienen un fuerte atractivo más que otra cosa. No podemos esperar a renunciar a todo por amor. Debe de haber un motivo evolutivo para esto. ¿Se trata de que Heathcliff y Rochester nos ayudan a soltar amarras con la casa familiar y nos permiten iniciar nuestras propias aventuras vitales? ¿Se trata de que nos arrancan de la infancia? ¿Se trata de que representan una fuerza mayor que la pasión de quedarse en casa con Mamá? Eso creo. Las jóvenes sueñan con romances y pasión cuando los hombres sueñan con conquistas porque esos sueños son acicates para dejar la casa familiar y hacerse mayores. ¿Cómo, si no, podemos encontrar sentido al hecho de que las feministas más furibundas hayan sido también las amantes más furibundas?