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Llegaron las 8.30 sin tener noticias de la vecina del 8A. Cillian había renunciado a su café y su rosquilla habituales. No quería ir hasta la esquina y correr el riesgo de perderse la salida de Clara.

La señora Norman regresó con sus chicas. Miró a Cillian con cierta curiosidad mezclada con precaución.

– Espero que hayan disfrutado del paseo -dijo el portero sin levantar la mirada, siempre sentado en su garita.

Estaba claro que no iba a volver a empezar con la capa de ozono y la gripe porcina, y eso tranquilizó a la anciana: había vuelto a ser el Cillian de siempre.

– Te veo mucho mejor, querido. La tila hace milagros. Que tengas un buen día, Cillian. ¡Saludad, chicas! -La mujer le sonrió, le saludó con la mano y desapareció en un ascensor.

Las 8.40 y sin noticias de la pelirroja. Los nervios podían con él, pero permaneció quieto, inexpresivo, con la mirada clavada en la señal luminosa de los ascensores. A pesar del desasosiego, se sentía feliz. Ese retraso, ese cambio en la rutina habitual de Clara, era efecto de su intervención. No tenía ninguna duda.

Las 8.42. Nada. Intentó fantasear sobre lo que podía haber ocurrido. Imaginó que la chica se había encontrado fatal al despertarse. Alarmada había llamado a un médico. Tal vez otra llamada asustada, de impotencia y desesperación, a su novio, a su madre o a su hermana, que vivía en Boston. La imagen de su joven cuerpo cubierto de escoriaciones tenía que haber sido una visión horrible. Seguro que había tenido uno de los peores despertares de su vida. Tan atenta a su piel, debía de estar horrorizada.

Las puertas del ascensor se abrieron y Clara salió al vestíbulo. Guapa y sonriente como siempre. Cillian se quedó boquiabierto. Y esta vez fue incapaz de ocultar sus emociones.

– Buenos días, Cillian. ¿Te encuentras bien?

Tardó en contestar. Intentó ocultar su pasmo detrás de una sonrisa de circunstancias, pero tuvo la sensación de que no lo conseguía. Esa visión tan luminosa había sido un jarro de agua fría.

– ¿Qué-qué-qué tal se encuentra usted, señorita Clara?

– Muy bien, gracias.

No pudo reprimirse: Salió de la garita y se acercó a ella para verle la piel de cerca. Se lanzó:

– ¿Seguro? No tiene muy buen aspecto.

No era cierto. Se estaba aventurando para ver cómo reaccionaba. Comprobó que se había maquillado más de lo habitual. Las mejillas, la frente, la nariz, hasta el cuello estaban recubiertos por una sutil pero eficaz capa de maquillaje.

Clara sonrió.

– ¡Tú sí que sabes cómo animar a una chica! -Y acto seguido, sorprendiéndole por la confianza, se abrió un poco el escote de la camisa y le enseñó una zona debajo del cuello no cubierta por el maquillaje. La piel estaba irritada; la reacción era más intensa que en la barriga de Cillian.

– Me he despertado así. La cara, el cuerpo, todo… He tenido que pasar una eternidad delante del espejo… ¡y tú me desmontas en cinco segundos!

No parecía demasiado preocupada. Cualquiera habría dicho que el poco tacto de Cillian la divertía. Y eso aún lo deprimió más.

– No… no tiene buena pinta -dijo poniendo cara de preocupación-. ¿Qué le ha ocurrido?

– Ni idea. Y, en confianza, el cuello no es lo peor.

Cillian se acercó a la zona irritada.

– Debería hacérselo mirar, podría ser algo grave. -Hizo una mueca de repugnancia. La inflamación era desagradable y Cillian no lo ocultaba.

– Tú no tienes novia, ¿verdad?

La pregunta le cogió desprevenido.

– ¿Por qué lo pregunta?

– Un consejo sincero, Cillian. Un consejo de amiga. Nunca seas tan bruto con tus comentarios… Las chicas necesitamos que nos mimen en todo momento. Por lo menos las chicas como yo.

No había voluntad de reprimenda en las palabras de Clara. Tampoco parecían delatar una actitud machista de la joven. Sonaba de verdad a consejo amistoso.

– Si la he ofendido, le pido disculpas… -respondió rápido el portero-. Es que, francamente, esa inflamación me ha preocupado. Se lo digo como amigo.

– Pues entonces te agradezco tu interés. Pero no te preocupes, será una alergia a algo que he comido. Nada más. Es que tengo la piel muy sensible.

«Como vuelvas a sonreír -pensó Cillian-, esta noche vierto el bote entero de desatascador en tu loción vaginal.»

– Una alergia no produce algo así -protestó Cillian.

Clara no sonrió.

– Eso lo dirá el médico. -Sacó del bolso unas gafas de sol y se las puso-. ¿Qué tal así?

Cillian contestó con una mueca de aprobación poco convencida.

– Genial -suspiró la chica.

Mientras Clara se abrochaba la camisa, Cillian reconoció un sujetador y una camiseta interior que había tenido entre sus manos enguantadas la noche anterior. Volvió a animarse. Clara percibió la mirada descarada del hombre sobre su escote.

– Está claro que no tienes novia.

– Hoy va con un poco de retraso, ¿no?

– Por culpa de la sesión de maquillaje… aunque, visto lo visto, me la podría haber ahorrado -replicó Clara con sorna-. Perdona un momento. -Marcó un número al móvil-. Soy yo. ¿Todo bien?

Cillian aprovechó su distracción para estudiarla a fondo. En general había elegido ropa ancha. Pantalón oscuro de una tela que Cillian no sabría definir pero que parecía suave al tacto. Una camisa blanca sin cuello bajo una rebeca de cachemira negra. Notó que caminaba algo más rígida que normalmente. Tuvo la impresión, sin llegar a la certeza, de que se movía con las piernas un poco más separadas.

Clara seguía al teléfono.

– Ahora mejor, sí… de verdad. Por supuesto que sigue en pie. Pero parece que mi intento de autorrestauración no ha ido muy bien. -Le guiñó el ojo a Cillian-. Sí, los primeros comentarios del día no han sido muy halagadores… pero seguro que con tu ayuda lo arreglamos. -Clara hizo un amago inconsciente de sentarse en el banco que había delante de la garita pero cambió de opinión en el último momento y volvió a pasear por el vestíbulo-. No, envíamelo por e-mail. Lo leo en la BlackBerry y te digo algo inmediatamente.

Un taxi se detuvo enfrente de la puerta de cristal de la calle. La chica no iba a coger el metro como siempre.

– Hasta mañana -le susurró la pelirroja a Cillian, sin cortar su conversación de trabajo-. Ya, pero ¿John qué dice? Si él no está de acuerdo, no tiene sentido tirar adelante esa propuesta. ¿No crees?

Cillian aguzó la vista para captar cualquier mínima mueca de dolor o molestia cuando la chica se sentara en el vehículo. Pero lo único que sus ojos detectaron fue la sonrisa de Clara mientras indicaba la dirección al taxista.

– ¡Que se vaya al infierno! -exclamó en voz alta al tiempo que golpeaba la pared con un violento puñetazo. Necesitaba liberar su frustración y su mano pagó las consecuencias.

La mañana no había comenzado bien. El hecho de que se fuera en taxi tal vez se explicaba por una visita urgente al médico, pero Cillian esa mañana esperaba una reacción muy distinta. Analizara como analizase los últimos acontecimientos, no podía darse por satisfecho. A sus ojos, Clara seguía siendo, la indiscutible ganadora. Y él, el irremediable perdedor.

A mediodía, en la pausa para el almuerzo, Cillian descubrió que su alias, Aurelia Rodríguez, había recibido un mensaje. En el día menos pensado, Clara por fin se dignaba contestar.

«Querida Aurelia, siento el retraso de mi respuesta pero he estado muy liada con el trabajo.» Cillian, mientras leía, imaginaba la voz de Clara, su tono sereno y animado, como siempre. «Sé cómo te sientes, créeme, lo sé perfectamente porque lo he vivido. El sentimiento de culpa es algo muy normal cuando se nos va un ser querido. Pero no tienes nada, absolutamente nada que reprocharte. Estoy segura de que tu abuela te sentía cerca.» Seguían pocas líneas más: «Espero que pronto te pongas mejor, porque mientras tu abuela viva en tu recuerdo, estará contigo. Un abrazo, Clara».