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Bajaron cuatro pisos en silencio. Lo único que se oía era el lejano quejido de los motores eléctricos de la escalera. Luego Colt dijo:

—Tal vez, si se puede esperar un par de días más, me haga cargo oficialmente de mi puesto para el aniversario de Pearl Harbor. Sería un detalle delicado.

—¿Pearl qué? —preguntó Kinsman.

—Pearl Harbor, el 7 de diciembre. La Segunda Guerra Mundial. Salió en todos los diarios.

Al salir de la escalera, Kinsman comentó:

—Tienes un extraño sentido del humor, Frank.

—No, hombre. La historia. Ése es mi tema favorito: la historia.

Media hora más tarde estaban en la cafetería. Era un lugar pequeño, con sólo un par de docenas de mesas. La mayoría estaban ocupadas, pero el aislamiento acústico hacía que los ruidos fueran apenas un silencioso murmullo.

Cuando se sentaron, la cara de Colt estaba seria.

—¿No son rusos aquellos que están allá?

Movió la cabeza en dirección a la mesa donde Jill Myers estaba con Landau y otro técnico ruso. Kinsman asintió.

—Tenemos a uno de sus pacientes en nuestra sala de terapia intensiva. Un cardíaco.

—Chet, se supone que esto es una instalación militar. Ya es bastante malo tener que vivir con el enemigo al lado…

—Vamos, hombre, cálmate —reaccionó Kinsman—. Esas personas no son nuestros enemigos. —Colt sacudió la cabeza cautamente. Kinsman continuó—: No hay aquí actividad militar suficiente como para preocuparse. Tú lo sabes, Frank.

—Suponte que dejaras de proveer alimentos y oxígeno a las estaciones espaciales. ¿Qué pasaría entonces?

—¡Oh, vamos!

—No. Hablo en serio, Chet. —Colt pinchó el tenedor en su biftec. Era el primero que comía en muchos meses—. Supongamos que ellos destruyeran Moonbase, o que la tomaran. ¿De qué vivirían los muchachos de las estaciones espaciales?

— La Tierra se encargaría de eso, por supuesto.

—¿Ah, sí? ¿Sabes el tiempo que demoraría organizarlo? ¿Y los costos? Si destruyen Moonbase, arruinan también nuestras estaciones espaciales. Y ellos ganan la batalla. Serían los dueños de todo lo que está por encima de la superficie de la Tierra. ¡Y eso significa ser dueños del planeta!

—Eso no ocurrirá, Frank.

—Pero podría ocurrir. —Colt atacó su biftec con vigor—. Por esa razón me han dado este destino. Murdock está preocupado por el asunto.

De pronto Kinsman sintió que ya no estaba enojado.

—Me parece que tendría que haber mirado tus órdenes, después de todo.

—No te hubieras enterado de nada. Murdock me habló personalmente. Cree que tú eres demasiado blando, y espera que yo evite cualquier desastre. Esa es la razón por la que estoy aquí.

—Fantástico —replicó Kinsman. Alejó de sí la bandeja—. Y el próximo paso será prepararse para apoderarnos de Lunagrad.

—Es posible.

—Eso es estúpido —reaccionó Kinsman.

—¿Te parece?

Cuidado, se dijo Kinsman a sí mismo. No debe haber una pelea entre nosotros aquí. Con un esfuerzo trató de calmarse.

—Frank, ¿te acuerdas de Cy Calder?

—¿Quién?

—Hace mucho tiempo. En la época en que estudiábamos juntos. Cyril Calder. Era un periodista de…

Una expresión de reconocimiento apareció en la cara de Colt.

—Ah, sí, el viejo petimetre. Tendría unos noventa años.

—No tanto —dijo Kinsman—. Una vez me contó una anécdota… de cuando pilotaba un bombardero en la Primera Guerra.

—No sabía que era piloto.

—Fue uno de los primeros. Al principio de la guerra salía en misiones de bombardeo en una cabina abierta, con la bufanda al viento, en fin, ya conoces eso.

—Sí, sin tantas asquerosas complicaciones.

Kinsman sonrió al recordar el relato de Colder.

—Volaba un bombardero de dos plazas. Tenía que hacerlo crujir para obtener la máxima altitud cuando sobrevolaba las trincheras, unos mil quinientos metros. Los soldados de las trincheras disparaban a cualquier aeroplano. Detestaban a los que volaban.

Colt se rió.

—Cy volaba principalmente de noche. Nunca veía otro avión en el cielo. Entonces, una noche, cuando regresaban de una misión, se cruzaron con un enorme Gotha alemán que regresaba de una incursión sobre la zona de los aliados.

—¿Y entonces?

—Cy saludó con la mano al piloto alemán, y éste le devolvió el saludo. Ambos estaban emocionados de encontrarse con alguien allá arriba.

—Qué días aquellos —murmuró Colt.

—Pues bien, pocos segundos después de haberse cruzado, el artillero de Cy se volvió hacia él y gritó, para poder ser oído entre el ruido de los motores: “Ese era un alemán. ¿Por qué demonios lo has saludado? ¡Volvamos, hay que derribar al bastardo!”

Colt asintió con la cabeza.

—Cy alejó al artillero con la mano y le dijo: “¡Estúpido cretino, ya es bastante peligroso estar volando aquí arriba como para que ahora comencemos a disparar sobre la gente!”

Colt comenzó a reír, pero nunca llegó a ser más que una risita ahogada.

—Está bien. Ya veo. Esto es bastante peligroso sin tener que comenzar a disparar sobre la gente. Pero… yo tengo mis órdenes. Y es bastante posible que tus amigos rusos no hayan oído ese relato.

—Cualquiera que haya estado algún tiempo en la Luna conoce ese relato —dijo Kinsman, lentamente—. Han ayudado a nuestros muchachos mil veces, y nosotros hemos hecho lo mismo con ellos. La mayor parte de ellos habla inglés, y muchos de los nuestros hablan ruso. Aquí vivimos juntos, Frank. En paz.

—Y una mierda —Colt exageró su acento deliberadamente—. Si fuera por ti, pronto comenzarían a entonar cánticos religiosos en coro. Así que viven en paz, ¿eh? ¿Por cuánto tiempo, compañero? ¿Lo sabes? ¿Qué ocurrirá cuando reciban órdenes desde la Tierra y tengan que hacer otra cosa?

Lentamente, Colt apoyó el pulgar contra la mesa como si estuviera aplastando un insecto. O apretando el botón de FUEGO. Kinsman no dijo nada. Y Colt continuó:

—El gran momento se acerca, mi amigo. Todas estas operaciones con los satélites. Además, un imbécil de la Marina consiguió que le dispararan cerca del Polo Sur…

—¿Cómo? —Kinsman sintió como si un rayo de miedo y sorpresa atravesara sus tripas.

Colt movió su cabeza afirmativamente.

—Así es. Hace un par de días. La presión está subiendo.

—¿En la Antártida ? ¿Se están disparando unos a otros en una zona internacional?

—¿Y por qué no? Los yacimientos de carbón más grandes del mundo se encuentran allí. La lucha comenzará por ese motivo…, o por cualquier otro. Posiblemente sea otra vez el Medio Oriente; todavía queda algo de petróleo por ahí. El momento se acerca, mi amigo. Mucha gente hambrienta, y recursos insuficientes para alimentarlos a todos. Eso provocará la lucha, tarde o temprano. No hay nada que podamos hacer para impedirlo.

Kinsman abrió la boca, pero no encontró palabras para expresarse. Se quedó ahí sentado, derrotado. Luego vio a Pat Kelly que se acercaba, con su cena en una bandeja.

—¿Molesto si me siento con ustedes? —preguntó Kelly. No esperó una respuesta: colocó su bandeja junto a la de Colt y movió la silla.

—Frank, ya conoces a Pat, ¿verdad? —dijo Kinsman.

Mientras Kelly se sentaba, Colt hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—Acabas de ascender a mayor, ¿no?

—Ahá —respondió Kelly—. Y pronto mi grado será más alto que el tuyo, Relámpago.

Su habitual cara de conejo estaba tensa, casi enojada, cargada de ansiedad. Colt le lanzó una mirada perezosa.

—No tengo pensado retirarme tan pronto. ¿Y qué es esa tontera de “Relámpago”?

Kelly se encogió de hombros y dijo: