—Pero igualmente necesito la aprobación del comandante de la base, ¿verdad?
—¿Es por eso que me invitaste a venir? ¿Para cerrar el trato?
En lugar de enojarse, Ellen le sonrió.
—Sigues siendo el machista de siempre, ¿no? Seguramente crees que obtuve la recomendación en la cama.
—¿Y no fue así?
—Eso no te importa —respondió ella, siempre alegre—. Puedes pensar lo que masculinamente quieras.
—Esa es una actitud muy femenina —respondió él sonriendo.
—Quizás te interese saber, como comandante de la base —dijo Ellen en tono formal— que mi puntaje de aptitudes y mis antecedentes personales me colocan por sobre todos los demás en el departamento de Comunicaciones. El Señor Pierce me dijo que mis antecedentes son los mejores que ha visto en muchos años.
—Lo mismo me pasa a mí con tu figura.
Ellen hizo una mueca.
—Estás comenzando a irritarme.
Kinsman se encogió de hombros y dijo:
—¿Estás tratando de decirme que la computadora de personal te elegiría para reemplazar a Pierce, en caso de que yo la consultara para analizar los antecedentes que tiene en su memoria?
—Eso es exactamente lo que sucedería.
—Eso es lo que tú crees.
Ella se levantó y se dirigió al telefono que estaba junto al sofá de la sala.
—¿Quieres consultar?
Kinsman apartó su silla de la pequeña mesa.
—No —dijo, riéndose—. Te creo.
—Muy generoso de tu parte.
Se levantó y se acercó a ella. Ellen ya no sonreía, parecía estar entre divertida y realmente furiosa.
—Estaba bromeando —dijo él.
—Sí, seguro…
—Bueno, quizás exageré un poco.
—Maldición, Chet. Ese ascenso me lo he ganado. ¡Tengo los mejores antecedentes para ese trabajo, y Larry lo sabe!
—También le creo a él.
Estaban cara a cara y de pronto Kinsman se sintió extraño.
—Entonces, la cena de esta noche… ¿es para celebrar?
—¿Qué tiene eso de malo? —preguntó Ellen—. ¿Acaso tú no harías lo mismo?
—Lo hice —se oyó decir a sí mismo.
—¿Me llamaste para celebrar? ¿Celebrar qué?
—Te llamé porque no quería estar solo.
—Tampoco yo quería estar sola.
JUEVES 6 DE DICIEMBRE DE 1999, 03:45 HT
Kinsman se sentó en la cama. Hacía años que no fumaba, pero ahora necesitaba imperiosamente un cigarrillo. Dejó vagar su mirada en la oscuridad del dormitorio de Ellen y se pasó la lengua por los dientes inferiores. Estaban ásperos.
Ella se dio vuelta a su lado.
—¿No duermes?
—No.
—¿Qué te ocurre? —su voz sonaba hueca, como si estuviera ahogando un bostezo.
—No puedo dormir —respondió simplemente.
—¿Estás muy preocupado por esta emergencia de guerra?
Asintió con la cabeza. Luego se dio cuenta de que probablemente ella no lo podía ver en la oscuridad.
—Sí.
—Ya ha habido otra crisis como ésta anteriormente. Pasará.
—No esta vez.
Ellen le puso la mano en la espalda.
—¿Realmente lo crees así?
—Esta vez es en serio.
Se volvió hacia ella y apenas si pudo distinguir su cara en las sombras. La única luz que había en el dormitorio provenía del reloj digital que había en la mesa de luz del lado de ella.
—Trataré de persuadir a Pierce para que no se vaya —dijo—. Tengo que hacerlo. Le diré que traiga a su familia. Aquí estarán a salvo.
Vio que los ojos de Ellen se abrían.
—¿Tan serio es?
—Vamos a declarar nuestra independencia de la Tierra. Leonov y yo. Quiero que la mayor cantidad posible de familiares de los de aquí estén en la Luna cuando llegue el momento. —Ellen no dijo nada—. Tengo la esperanza de que nuestra declaración de independencia, y la suspensión de los abastecimientos a las estaciones orbitales, desbaratará sus preparativos de guerra.
—Pero… ¿los rusos realmente…?
—Pete dice que no, lo cual quiere decir que sí. Ya encontraremos la solución.
La voz de Ellen era completamente tranquila.
—¿Y si no la encuentran?
Chet se encogió de hombros.
—Por lo menos, habremos traído todas las familias que podamos. Aquí sobreviviremos.
—¿Es por ese motivo que no has regresado a la Tierra durante tanto tiempo? ¿Estabas preocupado por este momento?
Su mirada se perdió en la oscuridad.
—Nunca lo pensé. Por lo menos, la intención nunca fue consciente. Es posible que tengas razón. Es posible que haya estado…
—Entonces… ¿tus antecedentes médicos son falsos?
Se volvió nuevamente hacia ella.
—¿Cómo sabías…?
—Te dije que traté de averiguar todo lo que pude acerca de ti —había un tono ligeramente divertido en la voz de Ellen—. Tengo acceso a la computadora del personal, de modo que pude ver la ficha.
—Hum.
—Tu ficha no es secreta, ¿verdad?
—No. —sintió que sus viejos temores lo invadían.
—Pero, tal como dijo el doctor Faraffa, tu ficha no está completa. Eso te vuelve un tipo misterioso… —Kinsman no respondió—. Y hay una anotación médica sobre una dolencia cardíaca.
—Oficialmente —dijo Chet, lentamente—, se supone que tengo una afección cardíaca que hace que la gravedad de la Tierra sea peligrosa para mí. Es sólo un poco de hipertensión, pero Jill Myers modificó el dato para que pudiera permanecer en Selene indefinidamente.
—Eso es oficialmente —murmuró Ellen.
—Extraoficialmente —explicó él—, hice eso porque no quiero que Murdock o ninguno de los de la Tierra pueda llamarme y retenerme allá. Hace mucho tiempo decidí que era aquí donde quería estar. Este es mi hogar.
Advirtió que Ellen estaba sacudiendo la cabeza.
—Esos son los motivos oficiales y extraoficiales. Pero ¿cuáles son los motivos reales?
Los temores aún permanecían en él, pero los sentía inexpresivos, distantes.
—Chet —dijo Ellen, trazándole una línea con el dedo a lo largo de su muslo—, no me has dicho nada distinto de lo que dirías a Pat Kelly, o a alguno de tus otros amigos. No me interesa la política; sólo quiero saber qué ocurre dentro de tu cabeza.
—¿Por qué?
—Ya te lo dije —respondió—. Quiero conocerte, saberlo todo acerca de ti. Todo.
La imagen de Sansón y Dalila pasó por su mente.
—Quieres saber por qué no he vuelto a la Tierra por más de cinco años.
La réplica de ella fue tan inmediata que lo sorprendió.
—Quiero saber de qué tienes miedo.
—Es demasiado hermoso —dijo Kinsman—. Y demasiado feo. Es demasiado grande y excitante, demasiado pequeño y superpoblado. Es…
—Es el hogar —completó ella.
Asintió con la cabeza.
—Así es. Todos aquí saben eso. Todos los luniks permanentes. Nos sentimos exiliados, a pesar de lo mucho que nos digamos mutuamente que Selene es mejor que Nueva York o Moscú o Londres o Tokio. Sin embargo, ¡esto es mejor! ¡Qué demonios! Tenemos más libertad, más espacio para vivir, más alimentos y energía, una sociedad mejor y más inteligente…
—Pero el hogar está en la Tierra.
—Es un cementerio de elefantes —dijo él—. Si pasara unos días en la Tierra , especialmente si fuera a lo que ha quedado de campo abierto, viera un cielo azul con nubes, o una colina cubierta de hierba y árboles…
—Casi todo está cubierto de edificios de viviendas.
—No todo. Puedo ver algunas cosas desde aquí, por el telescopio. El Colorado, las Rocosas canadienses, las praderas de Mongolia… ¡Todavía hay caballos salvajes por allá! ¡Y los océanos! Si pudiera estar en una playa y ver las rompientes…