—¿Hasta qué punto es seria esta alerta amarilla? —preguntaba Waterman.
Kelly se frotó la nariz con una mano helada por haber estado sosteniendo un vaso con una bebida con hielo.
—Tan seria como parece. He estado trabajando todo el día en la programación logística.
—Quiero decir… ¿no deberíamos ser muchísimo más cautelosos con estos rusos? ¡Por el amor de Dios, si los tenemos sentados en las rodillas!
—Lo sé —dijo Kelly—. Se lo dije ya a Chet. Pero él los mete en nuestro hospital, y los deja casarse con nuestra gente.
Waterman sacudió la cabeza con tristeza.
—¿Sabes lo que me dijo? Que aquí no habría lucha.
—¿Dijo eso?
—Esas fueron sus palabras. Pero, ¿cómo puede evitar la lucha aquí? Si llega la orden, él tendrá que obedecerla, ¿verdad?
—Es claro —dijo Kelly—; o alguien lo hará en su lugar. Por eso es que mandaron a Colt… el súper patriota. Sólo se necesita un mensaje de una sola línea para sacar a Chet y poner a Frank al frente de este lugar.
—Esa no sería una mala idea —reflexionó Waterman.
—Yo no me preocuparía por el asunto —dijo Kelly, aunque parecía preocupado—. Chet es un gran tipo y muy bonachón. Es estupendo trabajar con él. Le gusta que todo el mundo sea amistoso y viva tranquilo. Pero cuando lleguen las órdenes, las obedecerá. No puede hacer otra cosa. Cuando llegue el momento, los americanos reaccionarán como americanos y los rusos como rusos. Las amistades se terminan cuando comienzan a volar los proyectiles.
—¿Te parece?
—¿A ti no?
Waterman se encogió de hombros.
—Parecía tan decidido a que la producción de la maldita fábrica de agua llegara al punto en que los rusos pudieran usarla… ¿Crees que es posible que esté planeando dejarlos venir y que se hagan cargo de todo?
—¿Cómo? —Kelly se sorprendió.
—Bueno, si insiste en decir que no habrá lucha de ninguna clase aquí, el único modo de lograrlo es darle todo a los rusos sin un solo disparo, ¿no crees?
—¡Bah! Eso es una locura…
—Es posible, pero ¿lo has visto acaso haciendo algún plan para apoderarse de Lunagrad?
—Existen planes de emergencia…
—¿Cuando fue la última vez que los miró? —preguntó Waterman.
Kelly dudó y luego dijo:
—¡No! Chet no haría una cosa semejante. Será un bonachón, pero no es un traidor.
—Es posible que él no lo considere traición. —El ingeniero hizo un gesto que abarcó a toda la gente que estaba ahí conversando—. Quizá piense que una lucha aquí mataría a todo el mundo, de modo que decide no pelear, pase lo que pase.
—¿Como esos locos pacifistas de cuando éramos niños?
—Ajá.
—Jesucristo —murmuró Kelly—. Por Dios, espero que no sea eso lo que tiene en mente.
Waterman daba la impresión de que estaba a punto de llorar.
—Podría ser. Podría estar dispuesto a entregarnos con tal de evitar la lucha.
—¡Demonios! ¿Sabes lo que eso significa? —Kelly estaba auténticamente angustiado ahora.
—¿Qué?
—Que hablaré con Frank Colt, y haré que él revise todos nuestros planes de emergencia… sin que Chet lo sepa.
—Si eso es lo que hay que hacer…
Kelly hizo una mueca.
—Detesto tener que hacerlo a escondidas. Chet es un buen tipo, y todo eso… —su frente se arrugó aún más—. Y detesto tener que trabajar con Colt.
—Si es tu deber, debes hacerlo —dijo Waterman.
Kelly asintió tristemente con la cabeza.
—Sí. Debo hacerlo.
Seguía llegando más gente a la fiesta. Otros la abandonaban. Durante un largo rato Kinsman no pudo ver ni a Jill ni a Landau en las revueltas y apretujadas habitaciones. Descubrió a Kelly y Waterman hablando solemnemente, aislados en un rincón y poniéndose más tristes con cada palabra. Entonces Jill y el ruso reaparecieron. El lugar comenzaba a estar menos lleno. La gente partía hacia sus propias habitaciones.
Kinsman se dirigió cuidadosamente a través de la sala hacia el dormitorio. Estaba maravillado ante lo bien y equilibradamente que caminaba. Colt estaba ahora echado en la cama, con una bien formada pelirroja sentada junto a él, apoyada sobre un par de almohadas. Llevaba un vestido de fiesta color borravino, gran escote y falda corta. Kinsman advirtió que era una de las temporarias.
Jill y Landau entraron al dormitorio. El ruso se detuvo protector junto a ella. Colt los miró largamente.
—Ustedes saben que no les será nada fácil… —comenzó.
Su vaso se apoyaba inestable sobre su estómago y tenía las manos detrás de la cabeza. Sólo alguien que lo conociera tan bien como lo conocía Kinsman se hubiera dado cuenta de lo ebrio que estaba.
—Yo estuve casado con una muchacha de piel bastante clara —continuó—. No era blanca, pero vaya uno a hacérselo entender a aquellos pelirrojos borrachos de la Florida.
La voz de Colt era absolutamente neutra, no se podía detectar ninguna emoción. Como hubiera hablado un patólogo al dar los detalles de una autopsia.
—Somos gente inteligente aquí —dijo Landau—. Jill y yo podemos vivir en Lunagrad sin ninguna dificultad.
—¿Quiere decir que los agentes de seguridad lo van a permitir? ¿Sin preocuparse de que ella pueda ser una espía? Simplemente no lo creo.
—Podemos vivir aquí —dijo Jill.
—Entonces, yo tendría que descubrir si él es un espía —replicó Colt inmediatamente.
—Vamos, Frank —dijo Kinsman, consciente de que su lengua no articulaba del todo bien—. No trates de orinar sobre la torta de bodas.
Colt miró hacia donde estaba Kinsman.
—¡Ah, hombre! ¿Todavía dando vueltas por aquí?
—Bueno, es mucho más fácil si me apoyo en una pared, o algo por el estilo.
—Un momento, esto es importante —dijo Landau—. Supongamos que mi gobierno impide que Jill viva en Lunagrad. ¿Podría yo venir a vivir a Moonbase?
—Yo no tendría ningún problema —dijo Kinsman—. Pero no creo que tu gente te dejara venir. Leonov tuvo que romper unas seiscientas normas para permitir que Baliagorev viniera y pudiera salvar su vida.
—Pero…
—No hay peros —dijo Colt—. Esto es muy grave. Ustedes han podido seguir siendo amigos hasta ahora, pero las cosas han cambiado mucho.
—Frank, mi viejo amigo —dijo Kinsman, manteniéndose derecho con esfuerzo—, no hago valer mi grado muy a menudo, pero no quiero que se sigan hablando estas estupideces. —Se volvió hacia Landau—. Alex, futuro marido de la mujer que es prácticamente mi hermana, si quieres venir a vivir aquí, serás bienvenido. No voy a permitir que estos mierdas de la Tierra vengan a estropearlo todo. De ninguna manera. Ni ahora, ni nunca. No por lo menos mientras yo sea el comandante de esta base.
Colt chasqueó la lengua perezosamente.
—Ése es el mejor camino para convertirme a mí en comandante de Moonbase, colega.
Kinsman se encontró vacilando a lo largo del corredor que llevaba a sus habitaciones, sin la menor idea de la hora que era y sin saber cómo la sinuosa pelirroja había llegado a estar colgada de su brazo.
En un esfuerzo de concentración que le hizo doler la cabeza pudo recordar la conversación con Colt, Jill y Landau. El tenso silencio en que había concluido. Él, dirigiéndose al bar de la sala para servirse más whisky. La pelirroja de pronto junto a él…
Con dificultad aclaró su visión. Fijó su mirada en ella. Se veía espléndida, aun con las poco favorecedoras luces del frío corredor. Joven, delicada, de grandes ojos y labios gruesos. Grandes pechos. El bretel de uno de sus hombros se le había caído y tenía el pelo desarreglado. Olía a memorias perdidas y prohibidas: jardines con flores y amables noches de verano.