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—Te has puesto muy silencioso —sonrió ella.

—Soy lo suficientemente viejo como para ser tu padre —aseguró, sintiéndose estúpido.

—No seas tonto —dijo—. Eres muy mono.

¿Mono? Mierda. ¡Mono! La miró con mala cara pero ella sonrió todavía más. Ellen no aparece por la fiesta, y yo arrastro adolescentes a mi cama.

—Mono —murmuró dirigiéndose a ella.

Él sabía por qué. No le gustaba, pero lo sabía. Jamás debe uno ponerse en una situación en la que la supervivencia dependa de un individuo. No debes permitir que Ellen te hiera, que nadie lo haga. Armadura metálica, muchacho aéreo. Protégete. De otro modo será asquerosamente fácil derribarte. Demasiado fácil derribarte. Protégete, Chet.

—Mono —volvió a gruñir.

La muchacha rió, pasó el brazo por la cintura de Kinsman y se acercó más a él mientras seguían caminando.

Qué demonios, pensó. Quizá sea buena en la cama.

JUEVES 7 DE DICIEMBRE DE 1999, 10:25 HORA DE GREENWICH

—¡Buenos días, alegres exploradores! ¿Cómo está nuestro sin par jefe?

A través de la bruma de un palpitante dolor de cabeza, Kinsman miró de soslayo a Hugh Harriman. El regordete hombrecito traía una amplia sonrisa y sujetaba algo con las manos en la espalda.

—Vete —murmuró Kinsman.

—Vamos, vamos, no te pongas difícil…

Harriman estaba de pie en la puerta de la oficina de Kinsman. Atravesó el lugar y se inclinó levemente sobre el sofá para observarle los ojos.

—Delicadamente inyectados en sangre —diagnosticó—. Debe haber sido una buena fiesta.

Kinsman se echó hacia atrás en su asiento y apoyó su dolorida cabeza contra la fría pared de piedra.

—Fue una fiesta estupenda, te lo aseguro. —Súbitamente recordando, agregó—: ¿Y dónde demonios estuviste tú anoche?

—Creí que nunca me lo preguntarías. —Harriman se dejó caer en el sofá junto a Kinsman y mostró lo que tenía entre las manos: una botella térmica—. Pero antes —dijo, destapándola—, prueba un poco del tónico contra los efectos nocivos de la borrachera preparado por el viejo doctor Harriman. Nunca falla.

Kinsman miró con cautela mientras Harriman echaba un poco de líquido rojizo en el vaso que servía de tapa. Recibió el vaso y preguntó:

—¿Tú no tomas?

Los ojos de Harriman giraron en un gesto de inocencia ultrajada.

—Estás desconfiado esta mañana, ¿no? Bueno, ya que insistes…

Alzó la botella a modo de saludo y la llevó a los labios.

Kinsman bebió. Originalmente habría sido un Bloody Mary, de eso estaba seguro. Pero Harriman le había agregado algo. Tenía un gusto casi dulce, muy suave e instantáneamente calmante.

—No… —su voz era un suspiro ahogado—, no está mal.

—¡Bien! Un poco de LSD nunca le ha hecho mal a nadie —Harriman se mostraba auténticamente complacido. Se limpió un poco de espuma roja que había quedado sobre sus bigotes con el dorso de la mano y continuó—: Bien, para contestar a tu pregunta inicial…

—¿Mi pregunta?

—¡Realmente estás reaccionando con mucha lentitud esta mañana! Me preguntaste por qué no estuve anoche en la fiesta.

—Ah, sí —Kinsman podía sentir todo su sistema nervioso vibrar, como las cuerdas de un arpa en un túnel de viento supersónico.

—Hice una pequeña investigación ayer, y estuve tan concentrado en eso que me quedé levantado toda la noche. Todavía no me he ido a dormir.

Impresionado, Kinsman dijo:

—Te ves muy despejado a pesar de no haber dormido nada.

—Eso es porque he estado estimulando mi cerebro con pensamientos creativos y no bañándolo en alcohol.

Touché.

—¡Ah! Un lingüista. No lo sabía. Bien… —El rostro de Harriman de repente se puso totalmente serio. Su sonrisa desapareció, y los ojos se hicieron más intensos—. Te das cuenta, por supuesto, que todo el mundo en Selene sabe que has estado hablando acerca de negarte a recibir órdenes y de declararnos independientes del control de la Tierra.

—Evidentemente, no hay secretos aquí —admitió Kinsman.

—¡No si uno hace las cosas como tú, por lo menos! De todos modos, he pasado estos últimos días hablando casualmente de ello con mucha gente: americanos, rusos, visitantes extranjeros, luniks permanentes, temporarios… También he revisado los archivos personales de la mayoría de las personas de aquí. Principalmente he analizado el lado psicológico.

—¿Cómo demonios conseguiste…?

Harriman alzó su mano regordeta.

—¿Crees que eres el único que tiene éxito con las mujeres? Después de todo, las más débiles de esas amplias criaturas me consideran una figura elegante y romántica. Además, dije a los muchachos a cargo de los archivos que buscaba gente que estuviera interesada en fundar una universidad aquí. Por supuesto, les encantó la idea.

Kinsman dijo sólo:

—Hum.

—¡Es por tu culpa, Chet! Manejas esto con mucha debilidad. No me sorprende que enviaran a Colt para ajustar el sistema de seguridad.

—No trates de decirme cuáles son mis problemas.

—Muy bien. Con la poca precisión que esto se puede calcular, creo que aproximadamente un ochenta por ciento de los luniks apoyará un movimiento de independencia. Lo más sorprendente de todo es que hasta los temporarios están divididos en un cincuenta por ciento. Si quieres, amigo mío, se puede hacer.

Kinsman sacudió la cabeza e inmediatamente lo lamentó. Las palpitaciones se hicieron más intensas.

—Lo he pensado todo. El hecho de declarar la independencia no hará que las cosas cambien en la Tierra. Harán igualmente la guerra. Todo lo que podremos hacer es demorarlos.

Harriman lo miró y pestañeó como un búho.

—¿Me estás diciendo que no has encontrado la solución? ¡Vamos, estás bromeando! ¿Una brillante mente militar como la tuya? ¿Tampoco Leonov se ha dado cuenta?

—¿De qué?

—De cómo independizar Selene y detener la maldita guerra… ¡antes de que comience!

Repentinamente Kinsman olvidó su dolor de cabeza. Se enderezó en su asiento.

—¿De qué demonios estás hablando?

Harriman se rió.

—¡Dios mío! ¿Será verdad entonces que los filósofos son los únicos que pueden pensar?

—Hugh…

—Pensé que ya lo habías comprendido por tu cuenta —dijo Harriman, pasándose la mano por su calva cabeza.

—¿Comprender qué?

—Hay que apoderarse de los satélites.

—¿Cómo?

Con una mirada al cielo, Harriman explicó:

—Mira, ni los Estados Unidos ni Rusia tiene suficientes satélites ABM en órbita como para proveer realmente una efectiva protección contra un ataque de proyectiles cohete. ¿Correcto?

—Es cierto, todavía no.

—¿Cuántos satélites tienen que estar en actividad para que una red ABM pueda ser considerada útil?

—Eso es información secreta, Hugh.

—¡Una mierda! ¡Cualquiera con un lápiz y un papel puede calcularlo, por Dios! Hay que asegurarse de que uno tiene varios satélites sobre cada una de las áreas de lanzamiento permanentes del enemigo. Si los satélites están en una órbita baja… y efectivamente ha de ser así, para ahorrar energía del láser…, entonces se necesita entre cien y ciento cincuenta para lograr el objetivo. ¿Correcto?

Con una sonrisa Kinsman dijo:

—Eres tú quien está dando cifras, no yo.

—Muy bien. ¿Cuántos satélites en operación tienen los Estados Unidos en órbita en este momento?

—Eso es secreto.

Harriman miró fijamente al otro.

—¿Cuántos tienen los rusos?