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—¿Qué ocurre? —preguntó a Kelly en voz baja.

Súbitamente Pat deseó estar en otra parte, cambiar de tema, olvidarse de todo el asunto. Pero se oyó decir:

—Es por Chet. Ha estado diciendo cosas… Como por ejemplo, que se negaría a luchar cuando llegue el momento, si es que llega.

La expresión de Colt se agrió.

—Sí, lo sé. ¿Qué hay de nuevo?

—Frank, creo que realmente quiere hacerlo. Se negará efectivamente a obedecer las órdenes… ¡hasta es posible que nos entregue a los rojos!

Colt levantó sus manos como si quisiera tomar a Kelly de su traje enterizo.

—Escucha —replicó—. Chet puede ser un bonachón y tonto complaciente… pero no es un traidor. ¿Está claro eso? No nos entregará. Sin embargo, es posible que necesite un pequeño empujón cuando llegue el momento. Por esa razón estoy yo aquí.

Caminaron unos momentos en silencio, oyendo sólo los golpes de sus botas térmicas contra el suelo de áspera roca del túnel.

Finalmente, Kelly dijo:

—Frank, tú y Kinsman han sido amigos desde hace mucho tiempo. Pero yo lo he estado vigilando durante estos dos últimos meses. Sé lo que ha estado diciendo y lo que ha estado pensando. Está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no pelear. Se ha hecho muy amigo de Leonov, y ha permitido que ciudadanos rusos sean atendidos en nuestra parte del hospital. Está más cerca de ellos que de nuestra propia gente en la Tierra.

Colt no dijo nada.

—Si… si desobedece las órdenes —continuó Kelly—, no va a considerar el hecho como una traición. Pensará que está haciendo lo que debe. Pero arruinará las posibilidades que tenga América de ganar la guerra.

—Has hecho que tu mujer y tus hijos vengan aquí, ¿verdad? —preguntó repentinamente Colt.

Kelly se detuvo.

—¿Qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando?

Colt dijo, encogiéndose de hombros:

—Yo hubiera pensado que estarías de parte de Chet en esto. ¿Estás ansioso por que se produzcan disparos aquí arriba, con tu familia en viaje?

—Aquí estarán más seguros que en la Tierra —dijo Kelly—. Y prefiero verlos en medio de una batalla en este lugar a entregarlos a los rusos. Somos americanos, y estamos dispuestos a luchar por nuestra libertad cuando es necesario.

—¿También dispuestos a morir por eso?

Kelly asintió con la cabeza. Colt rió.

—Dispuestos a luchar y morir… Dispuestos a morir y luchar.

—¿Qué tiene eso de gracioso? —Kelly sintió que su cara se ponía roja.

—Hombre, hablas exactamente como mi hermano —rió Colt.

Sus carcajadas resonaban extrañamente en el túnel, rebotaban por entre las cañerías metálicas de la calefacción y los cables eléctricos, hacían vibrar la fría piedra que los rodeaba.

—Verás, él trató de reventarme cuando me alisté en la Fuerza Aérea. Dijo que yo estaba traicionando a mi propia gente. Le respondí que no quería morir por mi gente y que sólo quería vivir bien. Le dije que ya era hora de que comenzáramos a ocupar altos cargos para convertir a las fuerzas armadas en nuestro Ejército, nuestra Marina, nuestra Fuerza Aérea.

—No veo…

—En aquella época, toda la lucha era dentro mismo de los Estados Unidos. Los negros éramos muy amigos de los rusos. Pero resultó que ellos sólo estaban esperando que nosotros los ayudáramos a destruir al país. Mi hermano trató de hacerlo. Luchó por lo que él creía era justo: el poder para los negros. Pero terminó en una condenada choza en Dahomey, África, escondiéndose del FBI, la CIA y sólo Dios sabe de quiénes más. ¿Sabes cómo murió? Algunos degenerados comunistas africanos atacaron el pequeño y destartalado aeropuerto del lugar con ametralladoras y granadas. Mi hermano por casualidad estaba allí, y ellos lo mataron.

Kelly se sintió confundido. Lo que Colt decía no tenía demasiado sentido.

—Óyeme —dijo el negro—. Hay una cosa que aprendí muy pronto y la aprendí bien. No hay que luchar contra el municipio. Hay que meterse dentro y apoderarse de él… pero hay que hacerlo lentamente y con suavidad, sin hacer mucho escándalo. Muchos tipos se consideran revolucionarios, pero todo lo que quieren es pronta publicidad y un montón de muchachas. Los verdaderos revolucionarios protegen cuidadosamente el sistema… porque lo necesitan para ellos mismos.

—No estarás…

Colt lo tomó por el hombro y lo sacudió, al estilo de los muchachos en el patio de la escuela.

—Escucha, wasp. El poder de los negros no significa una mierda si América desaparece, si todo se desvanece en un hongo atómico. De modo que tengo que proteger a los Estados Unidos, ¿lo puedes entender? Y al mismo tiempo no me molestaría convertirme en comandante de Moonbase. Así pues, démosle a Chet suficiente cuerda como para que se cuelgue solo. Mucha cuerda.

—Hijo de puta —dijo Kelly, en un murmullo ahogado—. Y tú dices ser su amigo…

—¡Soy su amigo! Pero si se convierte en un traidor, ya no será mi amigo, ni amigo de nadie. Además… eres tú quien viene y me dice que se convertirá en traidor.

Kelly no dijo nada.

—¿Y bien? —exigió Colt, violentamente—. ¿No es eso lo que me estás diciendo?

—S… sí —logró decir Kelly—. Supongo que es eso lo que estoy diciendo.

—Ajá. Supones. Y quieres poner a tu mujer y tu familia en medio de los disparos, para proteger y defender a los Estados Unidos. Condenadamente noble de tu parte, blanquito. Condenadamente noble.

—Vamos… Escucha, Colt…

—Yo tenía mujer y familia…, y los vi morir. Me pregunto cómo te sentirías en ese caso.

Kelly hubiera querido escapar. Alejarse de ese hombre lo más pronto posible. A cualquier parte… Pero Colt aún lo sujetaba por el hombro con fuerza y furia.

—Óyeme bien, Kelly. Quiero saber todo lo que Chet hace, todo lo que piensa, hasta lo que sueña por las noches. Quiero saber qué es lo que va a hacer antes de que él mismo lo sepa. Porque si tienes razón, entonces tendré que matarlo.

—¡Matarlo!

—Así es, hijo. Matarlo. Chet podrá parecer complaciente, pero por dentro es cabeza dura como la peor mierda. Y condenadamente querido en estos lugares. Ha convertido a Moonbase en un refugio para todos los imbéciles que creen que se puede vivir con los rusos. Cuando llegue el momento de apretar el botón, será muy difícil detener a Chet. Muy difícil. El diálogo no servirá para nada.

—Pero… matarlo… —súbitamente Kelly sintió miedo.

—Lo sé. La idea apesta. Todo apesta. Es posible que logremos lo que queremos sin tener que llegar a eso, pero… tenemos que estar dispuestos a hacerlo.

Kelly se pasó la mano por sus escasos cabellos.

—No sé…

—Pero yo sí sé. Y otra cosa —dijo Colt, duro como el acero—. Todo lo que he dicho se basa en la suposición de que estás en lo cierto y Chet nos entregará a los rusos. Pero si descubro que estabas equivocado, pues… este planeta entero no será suficiente para esconderte. Te destrozaré personalmente, amiguito. Puedes estar seguro de ello.

El académico V. I. Mogilev estaba lívido de rabia. Sacudía sus brazos con furia entre los apretados límites del compartimiento de la estación espacial, mientras rugía en la cara del comandante de la estación.

—Pero… ¡esto es una locura! ¡Es absurdo! Una interferencia burocrática en la investigación científica que ha ganado la más alta aprobación del Soviet Supremo…

El comandante de la estación escuchó con paciencia oriental. El hijo de un pastor uzbeko no llega al grado de capitán del Cuerpo Espacial Soviético sin aprender paciencia. Verdaderos expertos le habían gritado a la cara; este pequeño profesor era apenas un aficionado.

Después de un rato, el académico se calmó.