Hizo mover el respaldo para sentarse y tocó las llaves de comunicaciones que estaban en el apoyabrazos de la derecha. La pantalla que había en la parte de atrás del asiento anterior cobró vida frente a él, y en pocos instantes apareció la cara de Pat Kelly, preocupada, de labios apretados.
—¿Qué sabes de tu mujer y tus hijos? —preguntó Kinsman.
Kelly se mostró intrigado de que su jefe lo llamara desde el cohete de Farside para hacerle una pregunta personal.
—Ayer estaban en Kennedy. No me he conectado con Alfa todavía, pero deberían estar trasbordando del cohete a la lanzadera esta tarde. Ése es el plan.
—Escucha, Pat. Comunícate con Alfa y averigua exactamente cuando zarpó la lanzadera y quién viene en ella. Quiero la información sobre mi escritorio para cuando descienda en Selene.
—Muy bien, señor.
—Otra cosa —dijo Kinsman. Acercó el micrófono del apoyabrazos y bajó la voz mientras hablaba—. Quiero que se preparen para alerta roja…
La boca de Kelly se abrió.
—No, no es una alerta roja auténtica, pero quiero que pongas a toda la base en esas condiciones. Los mejores hombres que tenemos deben ir a los lugares críticos: comunicaciones, energía, fábrica de agua, complejo de lanzamientos. Sólo luniks, ningún temporario. El programa está listo en la computadora de comando. Todo lo que tienes que hacer es distribuir las órdenes.
Kelly se rascó entre sus escasos cabellos.
—Bueno, ¿es una alerta o no? ¿Qué les diré…?
—¡Haz lo que te digo y hazlo ahora! Quiero que la base esté totalmente preparada antes de medianoche.
Kelly hizo un gesto con los hombros y dijo:
—La gente hará un montón de preguntas.
—Manténlos tranquilos tanto como puedas. Nada de problemas, alarmas o asustar a los civiles. Simplemente coloca a la gente necesaria en los lugares necesarios. ¡Ahora!
Kelly se sentía poco feliz cuando Kinsman entró como una ráfaga a su oficina, más de una hora después.
—¿Novedades? —preguntó, yendo directamente a su escritorio.
Kelly tenía un grueso manojo de informes de plástico en sus manos.
—Hemos interferido con el trabajo de todo el mundo, pero la base estará lista a tiempo. Muchas preguntas, muchos gruñidos.
Mientras se sentaba en el sillón de su escritorio, Kinsman dijo:
—Te dije que lo hicieras con tranquilidad.
—¡No se puede alistar a la mitad de la población militar con tranquilidad!
Kinsman lo miró.
—Muy bien, Pat, muy bien. Siéntate —señaló un sofá—. Dame un breve informe.
Cuando Kelly terminó, Kinsman estaba satisfecho pues todo se desarrollaba tan suavemente como era posible.
—¿Qué pasa con la lanzadera? —preguntó.
—Abandonó Alfa a horario.
—¿La lista de pasajeros?
—En la computadora.
Kinsman se reclinó en su silla.
—Muy bien. Comunícate con la lanzadera y diles que aumenten el impulso y que vengan en trayectoria de máxima energía. Prepara el centro de lanzamientos para ellos. Y habla con tu mujer mientras estén en comunicación.
Kelly sacudió la cabeza, como si intentara aclararla.
—¿Trayectoria de máxima energía? Chet, ¿qué demonios estás haciendo?
Kinsman sonrió.
—Tu mujer y tus niños están a bordo. ¿No estás ansioso por verlos?
—Sí, pero…
—¿Cuántos niños tienes?
—Eh… seis.
—No pareces estar muy seguro.
Esta vez fue el turno de Kelly para sonreír.
—Bueno, no la he visto durante un par de meses. Es posible que ella sepa algo que yo no sé.
—Maldito maníaco sexual.
—¿Yo?
—Vamos, muévete. Quiero saber exactamente cuando llegará esa lanzadera. Inspeccionaré la base a medianoche. Y que Dios te ayude si no estoy satisfecho con las medidas de seguridad.
Kelly se levantó y se retiró murmurando incoherentemente.
Sin pérdida de tiempo, Kinsman se volvió hacia la pantalla visora de la computadora y comenzó a revisar los antecedentes del personal militar que había en Moonbase, especialmente los temporarios. Conocía a la mayoría de ellos, los había seleccionado en estadías anteriores.
Me pregunto cuántos habré rechazado en todos estos años… Los cabeza hueca. Los torpes, que morirían en la Luna. Los estúpidos que matarían a otros con sus errores. Los idiotas que no podían vivir cerca de gente de otras razas, de otras nacionalidades. Los débiles, que nunca tendrían el coraje para… para…
—Para cometer una traición —dijo en voz alta.
Esa es la verdad. Traición. Igual que Washington y Jefferson. Como Benedict Arnold. Todo depende de quién es el vencedor. Esa es la diferencia entre traición y patriotismo. De más de cien militares entre los temporarios, Kinsman identificó a cuarenta que consideraba de confianza. Cuarenta hombres que estarían dispuestos a seguirlos, que podrían ver una Selene libre no era una amenaza para su país, sino el único modo de eliminar ese juego con resultados siempre negativos.
El hombre de mayor graduación en la lista, después de Pat Kelly, era un capitán.
—Christopher Perry —murmuró Kinsman, al mirar la ficha personal del capitán.
La fotografía mostraba a un hombre joven, rubio y de cara cuadrada, de expresión agradable, casi inocente. Kinsman recordó una larga conversación en uno de sus viajes anteriores. Habían hablado de lo harto que estaba de pilotear helicopteros en patrullas para prevenir desórdenes en los alrededores de Washington.
—Sí. Es uno de los nuestros.
El llamador de la puerta sonó. Apartando la vista de la pantalla, Kinsman dijo:
—Adelante.
La puerta se abrió y Frank Colt entró a la oficina.
—Estaba pensando en ti en este momento, Frank.
La cara del mayor negro no tenía expresión.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí?
—Siéntate amigo. Relájate.
Colt ignoró el sillón y tomó una silla de respaldo rígido que estaba junto a la pared.
—Me dice Kelly que has organizado un falso estado de alerta. ¿De pronto te empiezas a preocupar por la seguridad?
—Así es. Precisamente eso. Me preocupa la seguridad.
Colt no se sentía de ningún modo convencido.
—¿Por qué no has incluido a los temporarios?
—Porque Murdock quiere que tengamos suficiente personal disponible para auxiliar en las estaciones tripuladas —respondió Kinsman con suavidad—. No puedo enviar a los luniks permanentes, ¿verdad?
—Podrías hacerlo en un segundo. Sólo una sección de las estaciones tiene la gravedad de la Tierra.
—Sí, pero es mejor que los temporarios estén en tareas orbitales, y no nosotros, débiles y decrépitos casos médicos. —Colt frunció el ceño—. ¿Qué te ocurre, Frank? Creí que estarías encantado de que me tomara tan en serio la histeria de Murdock…
—¿Por qué no se me notificó? Soy el segundo jefe y…
—El programa de comando no ha sido piçuesto al día cuando tú llegaste. Pero de todos modos te has enterado, ¿no?
—¡Porque me encontré con Pat Kelly en el maldito corredor y tenía una asquerosa cara de susto!
—De modo que no te enteraste por los canales oficiales —dijo Kinsman—. Pero el hecho es que te enteraste.
—¿Qué estás tramando, Chet?
—Cuando esté tramando algo —respondió Kinsman—, serás el primero en saberlo. Hasta lo haré por los canales oficiales.
Colt se puso de pie de un salto. Como aún estaba poco acostumbrado a la gravedad lunar, hizo que la silla cayera hacia atrás.
—¡Maldita sea, Chet, vas a lograr que te metan un disparo en el culo! Sé que estás tramando alguna locura, y también sé que no son órdenes de Murdock. Mira, escucha un consejo de amigo y…