La pelirroja se detuvo al pie de la escalera que conducía a la plataforma.
—El mayor Kelly se hará cargo de usted —dijo la muchacha.
—Dime una cosa —le dijo Kinsman.
Ella se puso en guardia.
—¿Qué?
—¿Todavía piensas que soy mono?
Roja de furia, ella se dio vuelta y se alejó tan rápidamente que su pelo largo hasta el hombro revoloteó sobre su cara por un momento. Kinsman la vio trotar de vuelta por el pasaje metálico durante unos segundos y luego, de mala gana, se volvió hacia la escalera y comenzó a subir.
Kelly estaba auténticamente asustado. No podía mirar a Kinsman de frente.
—Vamos —dijo, haciendo un gesto hacia otro pasaje metálico—. No tenemos mucho tiempo.
—No esperaba que estuvieras con ellos —dijo Kinsman, caminando detrás del oficial más joven. El pasaje era demasiado estrecho como para caminar uno junto al otro.
—No esperaba que entregaras Moonbase a los rusos —respondió Kelly, manteniendo su mirada fija hacia adelante—. O que le entregaras nuestros satélites.
—Te equivocas, Pat. Estamos creando una nueva nación.
Kelly sacudió la cabeza.
—Sabes que si vuelan la fábrica de agua matarán a todo el mundo aquí.
—Nos pueden enviar agua desde la Tierra.
—¿Cuándo? ¿Dos días? ¿Tres? ¿Una semana? ¿Un mes? Y además, ¿cuánta? ¿Suficiente para un millar de personas todos los días? No seas estúpido. Y no esperes que los de abajo hagan algo…, especialmente si comienzan los disparos.
Kelly no respondió.
—Tu mujer y tus niños, Pat. Los matarás a ellos también.
—¡Tú fuiste quien me hizo traerlos! ¿Qué pensabas hacer, retenerlos como rehenes?
—Estoy tratando de salvar sus vidas.
Por primera vez, Kelly se dio vuelta para mirar de frente a Kinsman.
—¿Entregándolos a los rusos? ¿Para que ellos los maten? —Kelly golpeó con un puño el antepecho del pasaje metálico, haciendo que resonara huecamente—. Si entramos en guerra es lo mismo que si todos estuviéramos muertos, de todos modos. No voy a permitir que ayudes a los rusos a derrotar a América.
—Entonces, ¿por qué no me ayudas a impedir la guerra? —Kinsman elevó su voz lo suficiente como para que el eco resonara por entre la maquinaria metálica que los rodeaba.
—No se puede elegir el camino más fácil para salir de esto —dijo Kelly, caminando nuevamente—. No puedes evitar la guerra dándole al enemigo todo lo que quiere.
—Leonov y su gente no son nuestros enemigos.
—¡Son rusos! ¡Y ése es el enemigo! ¡Yo hice un juramento para preservar y defender a los Estados Unidos de América! —gritó Kelly, con voz que comenzaba a quebrarse—. Y tú también. Es posible que no haya significado nada para ti, pero eso es lo más importante de mi vida.
—No resultará, Pat.
—¡Yo sé cuál es mi deber!
—¿Y tu familia?
—¡Yo sé cuál es mi deber! —Kelly casi estaba gritando.
Muy quedamente, ignorando la creciente tensión en su pecho, Kinsman dijo:
—Joseph Goebbels.
Kelly lo miró extrañado.
—¿Quién?
—Goebbels. El ministro de Propaganda del partido nazi, en la época de Hitler. Durante los últimos días de la Segunda Guerra , cuando los rusos estaban convirtiendo a Berlín en ruinas, le dio cianuro a su mujer y a sus hijos. Eran seis o siete, creo. Y luego tomó un poco él mismo.
Con un resoplido de asco, Kelly continuó caminando por el pasaje metálico. Corría casi.
—Nunca pude entender cómo un hombre pudo hacer eso —continuó Kinsman—. Nunca, desde que lo leí por primera vez en el colegio. Ahora lo sé.
No podía ver la cara de Kelly. Pero el color rojo de su nuca era bastante elocuente.
—¡Deténganse ahí!
Era la voz de Frank Colt, que venía de algún lugar por debajo de ellos. Kinsman miró por sobre el antepecho del pasaje y lo vio allá abajo en el suelo; tres niveles los separaban. El mayor negro llevaba su uniforme de fajina reglamentario de la Fuerza Aérea , azul, con las doradas hojas de roble en las solapas y una enorme automática sujeta a la cintura.
—Revíselo —ordenó Colt.
Kinsman sacó una radio a transistores del tamaño de la palma de la mano del bolsillo de su traje enterizo.
—Esto es todo lo que tengo —dijo.
Además del emisor de señales en mi zapatilla izquierda.
Igualmente Kelly lo revisó, aunque sin descubrir el diminuto transmisor mientras pasaba sus manos por los brazos, el tronco y las piernas de Kinsman.
Descendieron entonces por la larga escalera que los condujo hacia Colt. Kinsman lo hacía lentamente. Se dio cuenta de que estaba agitado, le faltaba el aliento. Kelly bajó después de él.
Cuando Kinsman tocó el suelo de piedra, le dijo a Colt:
—Felicitaciones, Frank. Murdock te ha hecho comandante de Moonbase.
Las cejas de Colt se arquearon.
—¿Sí? Eso está bien. Ahora todo es legal y oficial.
—Salvo por el hecho de que ya no existe Moonbase. Ésta es la nación de Selene. Las órdenes de Washington ya no nos afectan. Ni tampoco las de Moscú.
Al menos, ¡eso espero!
Colt miró su reloj pulsera.
—Dentro de un minuto y medio desaparecerá la fábrica de agua, compañero. Siempre que no termines con toda esa porquería.
—Frank, hemos sido amigos por mucho tiempo…
—Esto ya no es amistad, Chet. Es traición.
Kinsman miró a su alrededor, hacia las formas metálicas que los rodeaban.
—¿Dónde está Waterman? —preguntó.
—Está ocupado —Colt hizo un gesto señalando hacia el nivel principal de la fábrica.
—¿Colocando los explosivos?
—Correcto.
—Frank, si sigues con esto no sólo matarás a todos en Selene, sino también a todos en la Tierra.
—Basta. Nadie va a morir si le dices a tu gente que se olvide de toda esta mierda de la independencia. Yo mismo me encargaré de que el asunto sea silenciado. Nada de arrestos ni violencias. Tú puedes volver a la Tierra …
—Y ser bombardeado.
Los músculos de las mandíbulas de Colt se pusieron tensos. Miró nuevamente su reloj.
—Los explosivos están programados para dentro de un minuto. Es mejor que tomes tu decisión.
A pesar del zumbido de sus oídos, a pesar del dolor creciente en el pecho, Kinsman se esforzó por decir con calma:
—Cuando ocurra tu explosión, estarás matando a la raza humana entera.
—¡Maldito estúpido! —La voz de Colt era como acero derretido—. No eres más que un instrumento de Leonov. ¡Te han tendido una trampa, hombre! ¿No puedes darte cuenta de eso? ¡Es una trampa! Paz, amor y amistad… y tú le entregas el sistema ABM. ¡Mierda!
—Estás equivocado, Frank. Podemos confiar en Leonov. Está con nosotros.
Colt se volvió a Kelly y le dijo:
—Dame la radio que trajo. —La tomó y le alcanzó la pequeña caja de plástico a Kinsman—. Dalo por terminado, Chet. Diles que todo terminó. Tienes quince segundos.
Kinsman se quedó inmóvil, con las manos colgando a los costados.
—¡Por el amor de Dios! —gritó Kelly—. ¡Hazlo! No nos hagas…
Las luces se apagaron. El rumor de la maquinaria cesó. Antes de que nadie pudiera decir nada se encendieron las pequeñas luces de emergencia, desparramando manchas de luz grisácea en medio de las oscuras y pulidas máquinas.
Kinsman habló primero. Con calma, se dijo. Mantén la frialdad.
—¿Tus explosivos tienen fusibles eléctricos?
—Hijo de puta…
Aun en la penumbra, pudo ver que Colt acariciaba la pistola que llevaba en la cintura.
—Pronto llegarán las tropas —les dijo Kinsman—. Tienen pistola de dardos y granadas de gas. ¿Recuerdas, Frank? El material que tú insististe en tener para poder luchar con los rusos sin estropear los valiosos equipos…