Los dos hombres estaban de pie frente a frente, inmóviles, sin hablar. El altoparlante quebró esa situación:
—Coronel Kinsman, por favor llame a la sección del generador de energía.
Los muchachos en el generador de energía estaban fuera de sí de júbilo. No había habido heridos de ningún bando, y todo estaba bajo control. Kinsman los felicitó y les dijo que esperaran órdenes.
Recorrió con la mirada a sus hombres y luego hizo una seña al que parecía ser el mayor.
—Ustedes conduzcan a estos oficiales de vuelta a sus habitaciones, y luego clausuren las portezuelas de emergencia en los extremos de la sección de oficiales. Pongan un guardia en cada portezuela. —Eso los mantendría en sus propios compartimientos, donde no podrían causar ningún problema—. Yo me voy al centro de comunicaciones.
Este centro estaba en la rueda siguiente, en el nivel Tres, girando a una velocidad suficiente como para producir la mitad de la gravedad de la Tierra. Por primera vez en casi cinco años, Kinsman sintió una fuerza mayor que la de la suave gravedad lunar. Era como caminar con el agua hasta el pecho.
Se dejó caer agradecido en la silla que el mayor Cahill había ocupado anteriormente y observó las pantallas visoras que mostraban principalmente las distintas secciones interiores de la enorme estación espacial. Sentía pesado el pecho; estaba agitado como un atleta excedido en peso.
Las operaciones de limpieza duraron varias horas. Había unos doscientos civiles a bordo de la estación, casi todos ellos en la rueda exterior —el Nivel Uno—, con gravedad igual a la de la Tierra. Kinsman los dejó tranquilos por el momento, y concentró sus escasas fuerzas en las áreas militares. Esperaba que el número de hombres de que disponía fuera suficiente para la operación, y comenzó a tener la sensación de que la jugada había dado resultado. Sólo había unos pocos oficiales que no estaban en sus habitaciones ni en el centro de comunicaciones, ni en la plataforma de descarga ni en los generadores. Había muchos más técnicos y empleados, por supuesto, pero los luniks armados los aprisionaron rápida y eficientemente.
Kinsman lo observó todo desde el centro de comunicaciones, recostado pesadamente en su asiento y transpirando por el esfuerzo de levantar su pecho para respirar. Llegaron informes de las estaciones Beta y Gamma: todo bajo control. Las otras estaciones eran mucho más pequeñas, con sólo uno o dos escuadrones en cada una. Algunos de los tripulantes de Gamma se habían recuperado de la sorpresa inicial y habían tratado de enfrentar a los luniks de Kinsman con sus propias manos, pero después de una breve escaramuza fueron dominados con las armas.
—No puedo creer que todo vaya tan bien —dijo uno de los jóvenes, después que el capitán Perry informó de su éxito en Beta—. ¿Acaso las estaciones no estaban en alerta amarilla, al igual que Selene?
Kinsman asintió con la cabeza. Hasta eso era un esfuerzo. Lentamente dijo:
—Sí. Pero alerta amarilla aquí significa estar listos para derribar cohetes enemigos, no estar preparados para repeler un abordaje. Son las bondades del sistema; uno siempre sale reventado.
El muchacho rió.
Los civiles estaban comenzando a llamar por teléfono al centro de comunicaciones. Sabían que algo extraño estaba ocurriendo, pero no sabían exactamente qué. Algunos de ellos trataron de trepar desde su rueda hacia los niveles interiores, pero los guardias de Kinsman los detuvieron a la entrada de los tubos que servían de conexión.
—Les está comenzando a dominar el pánico —dijo uno de los hombres en la consola de comunicaciones—. No saben lo que está ocurriendo, y eso los asusta.
—Conécteme con el sistema de altoparlantes —pidió Kinsman.
El muchacho estudió las filas de botones en la consola que tenía delante, frunció la cara y luego apretó cuidadosamente dos de ellos en secuencia. Se volvió hacia Kinsman y dijo:
—Conectado, señor… creo.
Mientras observaba las pantallas visoras que mostraban el corredor principal del Nivel Uno, Kinsman dijo con calma:
—Atención, por favor. Atención, por favor.
En las pantallas vio cómo se interrumpían las conversaciones, y la gente que caminaba por el corredor se detenía bruscamente. Todos tenían sus caras levantadas hacia los altoparlantes en el techo.
—Mi nombre es Chet Kinsman… —súbitamente, no supo qué decir—. Eh… Hoy, un grupo de nosotros, habitantes de Selene, la que ustedes llaman Moonbase, nos hemos hecho cargo de esta estación espacial, así como de Beta y Gamma. Nuestros vecinos rusos de Lunagrad han hecho lo mismo con las estaciones espaciales rojas. Hemos formado una nueva nación llamada Selene, independiente de los Estados Unidos y de Rusia. Independiente de todas las naciones de la Tierra.
Obaservó sus caras: sorpresa, escepticismo, incredulidad, apatía, furia.
—Nos hemos apoderado de las estaciones espaciales por razones de autoprotección. Transportaremos a cualquiera que lo desee hasta la Tierra tan pronto como sea posible. Mientras tanto, por favor, continúen con sus tareas como de costumbre. Nadie los va a dañar o molestar. Pero por el momento, tenemos que pedirles que permanezcan en su sector de la estación. Por favor, permanezcan en los niveles Uno y Dos, y no traten de pasar más allá hasta que anunciemos lo contrario. Gracias.
Observó sus caras en las pantallas visoras. La mayoría se mostraban confundidos. Los blancos, principalmente americanos y algunos europeos, se veían asustados o enojados. Los pocos orientales y negros que habían a bordo estaban sorprendidos, pero no tan asustados. Unos pocos sonreían, pero muy pocos. En contados minutos se formaron grupos. Las conversaciones, los movimientos de brazos se reflejaban en cada pantalla.
Kinsman instaló un cuartel general temporario en el área de descanso del Nivel Seis, donde la gravedad era menor que la lunar. Las paredes, el suelo y el techo del enorme gimnasio estaban acolchados. Muy apropiado, pensó. Entre máquinas de remos y una mesa de campos magnéticos, Kinsman y algunos de sus hombres arrimaron algunos bancos y una tabla de tenis de mesa junto al único teléfono de pared que había en el área.
Constantemente entraban y salían hombres, trayendo informes y problemas a Kinsman. El teléfono sonaba sin cesar. Inevitablemente los papeles se amontonaban sobre la mesa; crecían como hongos cuando uno no miraba. Al capitán del transporte de tropas que estaba esperando, se le dijo que abandonara su posición junto a la estación y dirigiera sus cohetes hacia la Tierra. El capitán protestó con indignación, aduciendo que parte de las tropas estaban descompuestas por la caída libre… hasta que se le informó que en la estación había varios casos de infección por un virus no identificado. Kinsman hizo entonces que el centro de comunicaciones llamara a la Tierra pidiendo una misión médica de evacuación, para sacar a más de cien personas no infectadas.
Eso provocó una infinidad de llamadas desde la Tierra., incluyendo una del general Murdock. Los oficiales de Kinsman atendían todas desde el centro de comunicaciones, ajustándose a ese pretexto y afirmando que estaban trabajando con equipos reducidos a causa de la infección.
A las 18 horas Kinsman pudo descansar lo suficiente como para comer una rápida cena que le trajeron de la cocina. Estaba terminando un bistec de soja no del todo descongelado, cuando el teléfono de pared sonó, precisamente junto a su oído.
—Kinsman —dijo en el micrófono.
—Señor —la voz sonaba preocupada—, uno de los científicos civiles en el primer Nivel está haciendo un gran escándalo. Asegura que tiene en marcha un experimento muy importante sobre modificaciones metereológicas, y debe llegar a la sección del observatorio antes de las 19 horas o se habrán perdido varios años de trabajo.
—El observatorio está en el área de gravedad cero, junto a las instalaciones de descenso y descarga —pensó Kinsman en voz alta—. ¿De qué nacionalidad es el hombre?