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La reunión del Consejo de Seguridad comenzó sin su presencia. A media tarde, De Paolo estaba diciendo:

—¿Todo esto es realmente posible?

Marrett estaba masticando el desmenuzado extremo de su último cigarro. Se había apagado hacía ya varias horas.

—Si su pregunta significa si es técnicamente posible, la respuesta es sí. Naturalmente, pasará un tiempo antes de que podamos controlar cambios climáticos en pequeña escala, pero por ahora sabemos lo suficiente como para arruinar la cosecha entera de cualquier país en cualquier momento. Y hemos estado en condiciones de controlar los grandes sistemas de tormentas desde hace años.

—Dentro de ciertos límites —agregó Noyon.

El secretario general se había quitado la chaqueta. Se frotó la frente nerviosamente.

—Esto es fantástico. ¿Se dan cuenta del enorme potencial que tiene lo que me están diciendo? ¿Tienen alguna idea de lo que están ofreciendo?

—Es aterrador —confirmó quedamente Noyon.

De Paolo se levantó de su asiento y caminó hasta la ventana. Ya no llovía, pero el cielo permanecía gris.

—Desearía no haber querido oírlos —dijo, mirando hacia la ciudad decadente—. Ojalá nunca hubiera escuchado una cosa semejante. La tentación…

Marrett tocó su reloj.

—Dentro de exactamente cinco minutos se podrá ver un poco de cielo azul y aparecerá el sol.

El secretario general echó una mirada por sobre el hombro al corpulento meteorólogo.

—¿Está seguro de eso?

Con un gesto afirmativo respondió:

—Tan seguro de eso como de que las Naciones Unidas, o alguien, tiene que apoderarse de ese poder. No se lo puede mantener en secreto por mucho más tiempo. Hay muchos pronosticadores y meteorólogos que conocen este potencial. Una vez que admitan que el clima puede ser controlado en todo el mundo, pues… esa será la próxima gran crisis internacional.

—Y este Kinsman —preguntó De Paolo—, ¿es un hombre honorable? ¿Se puede confiar en él?

—Creo que sí. Quiere que su nueva nación sea admitida en las Naciones Unidas. Quiere mantener la paz del mundo.

El secretario general sacudió la cabeza.

—Es aterrador. Demasiado tentador. —Sacudió la cabeza varias veces.

—¿Se refiere al poderío potencial?

—Eso —asintió el anciano con un gesto—, y la responsabilidad. Todos nos hemos desesperado ante la impotencia política de las Naciones Unidas. Pero… esto lo cambia todo. ¡Todo!

—Eso es usar nuestro poderío técnico para obtener poderío político —dijo Marrett.

—No creo que sea correcto hacerlo. No estoy de ninguna manera seguro de estar preparado para una cosa así. Es el uso pleno de la fuerza, tal vez un tipo de fuerza diferente, pero aun así…

—La fuerza es el único modo de mover un objeto —dijo Marrett.

—Física newtoniana —dijo el secretario general. Una sonrisa descolorida cruzó su cara—. ¿Ve? No ignoro totalmente las ciencias.

Se volvió nuevamente hacia la ventana. Un rayo de sol atravesó las nubes grises. Se pudo ver un trozo azul.

—Su predicción fue demasiado conservadora —le dijo a Marrett—. Todavía no han pasado los cinco minutos.

Marrett se encogió de hombros.

—Siempre soy un poco conservador.

—¿Realmente? —El secretario general acomodó sus hombros como quien ha decidido aceptar la carga sin importarle el peso—. Muy bien. Supongo que debo reunirme con este Kinsman. ¿Cree que aceptará venir a Nueva York?

El sol de la Florida era fuerte y brillante, y alumbraba desde un cielo tan azul que necesitaba ocasionales copos de cúmulus blancos para hacer contraste. Frank Colt apartó la vista a pesar de sus cristales polarizados. El resplandor de los senderos de cemento y de los protectores de la pista era considerable. En verano sería muy difícil tolerarlo. Pero puedo adaptarme, se dijo Colt para sí. A eso, y a cualquier otra cosa que decidan mandarme.

Los dos policías de la Fuerza Aérea caminaban juntos unos pocos pasos detrás de él. Ambos medían más de un metro ochenta y cinco, con cuerpos de futbolistas y pistolas automáticas enfundadas en sus caderas. Seguían a Colt dondequiera que éste dirigiera sus pasos. Técnicamente estaba bajo arresto domiciliario, y confinado a su base hasta que los cerebros de Washington decidieran si se lo podía acusar de haber tenido alguna responsabilidad en la rebelión lunar.

Colt sonrió irónicamente. No cualquiera tiene sus propios guardaespaldas que lo siguen por todas partes. Es un símbolo de status.

Por sobre sus cabezas, un punto plateado comenzó a materializarse en un jetcóptero de ejecutivo, y Colt pudo oír el murmullo de sus enormes palas giratorias aun por sobre el agudo chillido de los motores de turbina.

Colt y sus dos guardias se detuvieron en un descanso de formación sin advertirlo, al borde del círculo pintado de amarillo que demarcaba el área especial para descenso de helicópteros. Un vehículo de servicio atravesaba velozmente a la distancia la superficie de concreto, acercándose para dar electricidad para las comunicaciones, las luces y el aire acondicionado del aparato.

El jetcóptero descendió sobre la plataforma de concreto en medio de una pequeña tormenta de viento que hizo volar hollín y pequeños guijarros. Cuando la máquina se apoyó sobre sus elásticos soportes y las paletas giratorias comenzaron a detenerse, Colt miró y vio que no tenía ninguna insignia excepto la habitual estrella y el número de identificación H-003 de la USAF.

El “tres” de esa identificación impresionó inmediatamente a Colt. Sabía que el número uno era para el presidente y el dos para el vicepresidente. Estaba impresionado por el hombre que venía adentro, el hombre que había venido a verlo.

La portezuela del aparato se abrió hacia arriba y en ella apareció un teniente de impecable uniforme mientras las escalas metálicas se proyectaban hacia afuera hasta tocar el suelo de concreto. Miró a Colt y movió la cabeza, la cara pálida, los ojos pequeños, de un modo muy profesional. Colt se acercó y subió a la máquina. Sus dos guardias quedaron afuera, al pie de la escalerilla, bajo el sol. Durante la semana que habían estado custodiando a Colt por todas partes no le habían dirigido la palabra.

Tuéstense bien, compañeros, les deseó silenciosamente Colt.

Adentro de la máquina hacía frío. El teniente era lo suficientemente alto como para tener que agachar la cabeza al atravesar una portezuela más pequeña instalada en un tabique pintado de gris. Colt entró a una especie de sala de conferencias. Realmente era un compartimiento muy amplio para un helicóptero, pero insuficiente para las tres personas que ya estaban sentadas allí.

Colt saludó en posición de firmes. El general de dos estrellas de aspecto cansado que estaba sentado en un extremo de la mesa de conferencias le devolvió rápidamente el saludo. Estaba acompañado por un coronel de rostro obeso y por un civil. Era éste un hombre vestido con un traje oscuro y estaba como encogido sobre sí mismo: sus amplios hombros se movían extrañamente dentro de la chaqueta de su traje. Su cara parecía tener una expresión de sufrimiento permanente.

Había una liviana silla de plástico desocupada. El general le hizo un gesto y Colt se sentó. El teniente permaneció en la portezuela, a espaldas de Colt. Había advertido que el teniente llevaba la banda de la Policía Aérea , pero no estaba armado. Sin embargo, de pie detrás de él, le sería posible matar a Colt de varios modos diferentes con sus manos, si así se lo ordenaran.