El típico aventurero héroe de mandíbula cuadrada, pensó Kinsman. Espero que este a la altura de sus apariencias.
Perry sonreía ampliamente. Había otra gente a su alrededor, y un murmullo general en segundo plano.
—Creíamos que estaba ya en viaje de regreso en este momento —dijo alegremente—. Hicimos una estupenda fiesta a medianoche…, según nuestra hora, por supuesto. Pero todo el mundo sigue despierto para dar la bienvenida a los inmigrantes. Además, Ellen Berger quiere…
—¡No hay tiempo! —interrumpió Kinsman—. La nave que partió de la Florida está llena de soldados, no de inmigrantes.
—¿Qué?
—Es una trampa. Un caballo de Troya. Nosotros estamos todavía en el cuartel general de las Naciones Unidas. Ese avión cohete no debe atracar, ¿está claro? En ninguna circunstancia.
—Sí, señor.
Perry estaba completamente sobrio ahora. Las risas y murmullos del segundo plano se habían convertido en un absoluto silencio.
—Comuníquese por radio con ellos. Ordéneles regresar a la Tierra inmediatamente.
—Muy bien, pero… ¿si no obedecen? Podrían tratar de entrar por la fuerza. Si llegara a haber una lucha con armas pesadas aquí…
—Lo sé. —Kinsman se dio cuenta de que sus manos estaban aferradas a las abrazaderas metálicas de los muslos—. Por eso sería mejor hacerlos volver. Si no obedecen, emplee los láseres ABM contra ellos. Hay suficiente cantidad de satélites cubriendo el área como para alcanzarlos antes de que se acerquen. —Perry no vaciló: asintió con la cabeza. Tenía los labios apretados—. Pero prevéngalos. Dígales exactamente lo que va a hacer —ordenó Kinsman—. Sin embargo, no deje que se acerquen a la estación, para que no la dañen. Tal vez lleven proyectiles a bordo, y los pueden usar si no les permiten atracar…
—Llevan proyectiles —se oyó la voz de Colt detrás de Kinsman.
Perry tenía una expresión de desagrado.
—Sí, señor. Mejor me comunico inmediatamente con ellos. —Se apartó de la pantalla por un momento.
—¿Lo podrá hacer? —murmuró Landau.
Kinsman se volvió hacia él y lo miró. La estructura metálica hizo que eso fuera una dolorosa operación.
—¿Quiere decir si será capaz de matar americanos? Lo sabremos muy pronto.
—Comenzaste esto como una medida para evitar la guerra, y ahora se está convirtiendo en una guerra civil…
—Será mejor que lo haga —dijo Colt.
Perry volvió a la pantalla.
—Debo ir al centro de comunicaciones, señor. Ya tienen al avión cohete en la frecuencia ordinaria, pero no puedo hacerlo todo desde aquí.
—Muy bien. Dejare esta línea abierta —dijo Kinsman. Y agregó en silencio: Mientras me lo permitan.
Súbitamente, la pantalla se cubrió de chispas de colores. El único ruido que venía del altoparlante era un enfurecido y áspero murmullo.
—Se dieron cuenta —dijo Colt—. Cortaron el láser.
Kinsman hizo girar su silla.
—Hugh, busca algún teléfono y avisa a nuestro avión cohete que espere. No podemos saber cuándo llegaremos… si llegamos. Luego trata de encontrar a alguna autoridad de las Naciones Unidas.
—¡Cielos! ¿La noche de Año Nuevo?
—¡Ya lo sé! Pero tenemos que conseguir a alguien que nos pueda hacer llegar al avión cohete. Es nuestra única comunicación con Selene. Además… —un súbito dolor lo hizo interrumpirse y doblarse en dos.
—¡Chet!
Landau se precipitó sobre él. Kinsman detuvo al ruso.
—No… estoy bien. Hugh, por el amor de Dios…, necesitamos a De Paolo. Encuéntralo. Encuentra a algunos diplomáticos extranjeros. Marrett…, busca periodistas, cualquiera. Tenemos que informar acerca de esto. No… —el dolor volvió nuevamente, como una violenta llamarada—. No hay que permitir que esto quede en secreto…
Harriman se mordió el labio inferior. Sin embargo, asintió con un gesto y corrió hacia la puerta. Landau hizo que la silla tomara posición horizontal.
El techo parecía dar vueltas. Kinsman oyó que el teléfono hacía ruidos extraños, y luego una voz que llamaba metálicamente:
—¡Coronel Colt! ¡Coronel Franklin Colt!
La cara de Landau estaba sobre la suya. La veía borrosa, pero vio que estaba muy serio. Atento. Tan malditamente sombrío. Me pregunto si será así en la cama con Jill. Alguna vez debe sonreír.
—Habla Colt.
—Un momento, coronel. Un llamado urgente de Washington.
—Fantástico. Justo lo que necesitaba.
Al volver ligeramente la cabeza, Kinsman pudo ver la pantalla mural. La pista de baile estaba llena de gente alegre, personas mayores casi todos. La escena cambió. La Amsterdam Mall estaba también llena de gente que bailaba. Pero ahí eran jóvenes, negros, portorriqueños y otros latinos. Sin embargo, sus danzas no eran elegantes y mesuradas. Su música provenía de la minuciosa reproducción de una orquesta desaparecida hacía mucho tiempo. Kinsman pudo ver tambores de acero, guitarras y tal cantidad de altoparlantes que hizo que se preguntara, somnoliento: ¿De dónde sacan tanta electricidad?
Se esforzó por permanecer despierto.
—Basta de meterme agujas, maldición…
Landau puso una pesada mano sobre su hombro.
—Quédese tranquilo. No hable.
—Coronel Colt…
Kinsman no podía ver el escritorio, pero la voz llegaba claramente hasta él. Era un murmullo furioso y ardiente.
—Aquí estoy. —La voz de Colt estaba tranquila.
Ha tomado su decisión, se dijo Kinsman.
—Felicitaciones, coronel. Se ha ganado el pelotón de fusilamiento.
—Se equivoca, querido. Estoy en territorio de las Naciones Unidas, y he pedido asilo a Selene.
—Usted es un traidor —continuó el áspero murmullo—. Un tránsfuga, aún pero que el mismo Kinsman. Usted sabía lo que estábamos haciendo…, incluso lo planeó para nosotros. Y luego nos traiciona. No habrá merced para usted, maldito negro. No habrá lugar para esconderse. Considérese ya muerto.
—Todo el mundo muere —dijo Colt, en su más rudo acento de los bajos fondos.
—Correcto. Y usted morirá más pronto que otros. Nuestras tropas no serán detenidas. Se apoderarán de la Estación Alfa , o la destruirán.
—Será mejor que cambie las órdenes. Los van a cocinar si no regresan ya mismo.
—No regresarán. Y si sus nuevos amigos matan tropas americanas, ni siquiera el edificio de las Naciones Unidas será seguro para usted.
—En su lugar —oyó que Colt decía con toda claridad—, ya estaría corriendo hacia algún refugio atómico en lugar de estar haciendo amenazas por teléfono. —Luego oyó el ligero golpe de la llave del teléfono.
—Alex —pidió Kinsman—, no me ponga ninguna droga. Tengo que estar despierto… Tengo…
—Su electrocardiograma es aterrador —respondió Landau—. Hará reposo y dormirá.
—No —dijo Colt, con firmeza.
Kinsman buscó los controles en el apoyabrazos de su silla y la enderezó hasta una posición en la que podía ver a Colt. No trates de sentarte, no te hagas el valiente. El dolor había disminuido ahora, pero sabía que eso se debía a lo que Landau le había inyectado. El dolor seguía ahí, gritando dentro de él. La droga sólo lo había aliviado momentáneamente.
—Manténgalo despierto y alerta —dijo Colt, enfrentando a Landau—. Sólo a él lo escucharán… los de allá y los de aquí. Si él no puede hablar, nadie nos escuchará a nosotros.
—Está Harriman —dijo Landau, con los labios apenas separados.
—Manténgalo despierto —repitió Colt.
—Lo matará usted…
Colt no dijo nada. Kinsman le sonrió, y dijo:
—Todo el mundo muere. —Ambos se volvieron hacia él—. Frank, trata de reestablecer el contacto con Alfa. Perry no es ningún tonto; probablemente está tratando de hacer contacto directo con los receptores de onda corta de este edificio en este mismo momento.