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—En el cráter de Heaviside, en la cara oculta de la Luna.

—¿Y cómo lo sabe?

—Porque estuve allí.

Pude ver a varios miembros del jurado enderezarse en sus asientos al oír esto.

—¿Qué estaba haciendo usted en la Luna? —preguntó López.

—Volé hasta allí para realizar una operación… Requirieron mi experiencia.

Supongo que era una idea reconfortante. Era bueno saber que Inmortex cuidaba de sus protegidos.

—Entonces, ¿no hay otros médicos en Heaviside? —continuó López.

—Oh, no, no. Hay varios… tal vez una docena. Y buenos médicos, debo añadir.

—¿Pero carecían de sus habilidades particulares?

—Correcto.

—El paciente al que fue a tratar a la Luna no era la señora Bessarian, ¿no?

—No.

—Entonces, ¿qué contacto tuvo con la señora Bessarian allí?

—Estuve atendiendo en su muerte.

—¿En qué circunstancias se produjo?

—Yo estaba en las instalaciones médicas de Heaviside cuando sonó un Código Azul.

—¿Código Azul?

—Un código hospitalario estándar que indica paro cardiaco. Recuerde que soy especialista circulatorio. Cuando lo escuché, salí corriendo por el pasillo, vi a otros médicos y enfermeras corriendo… bueno, más bien rebotando por las paredes con la baja gravedad lunar. Me uní a ellos, llegué a la sala donde estaba la señora Bessarian al mismo tiempo que su médico personal.

—¿Se refiere a ese doctor Donald Kohl que ha mencionado antes? —preguntó López.

—Así es.

—¿Qué sucedió entonces?

—El doctor Kohl intentó desfibrilar a la señora Bessarian.

—¿Y el resultado?

—Los resultados fueron negativos. La señora Bessarian murió allí y entonces. He de decir que el doctor Kohl actuó admirablemente, haciendo todo lo que debía. Y parecía sinceramente entristecido por la muerte de Karen Bessarian.

—Estoy segura de que así fue —dijo López. Miró significativamente al jurado—. Como lo estamos todos. —Su voz no transmitía demasiado bien la compasión, pero lo intentaba—. En todo caso, ¿no habría sido normalmente el doctor Kohl quien tendría que haber firmado el certificado de defunción?

—«Normalmente» es la palabra clave, sí.

—¿Qué quiere decir?

—Me dijo que no iba a firmar ninguno.

—¿Cómo salió a colación el tema?

—Lo pregunté —dijo Chandragupta—. Cuando la señora Bessarian murió, sentí curiosidad por los procedimientos. Dada la situación tan poco habitual… Quiero decir, es la Luna. Le pregunté al doctor Kohl cómo se tramitaba el papeleo por defunción.

—¿Y qué le contestó él?

—Dijo que no había ningún papeleo. Dijo que precisamente la gente como la señora Bessarian estaba en la Luna para poder estar fuera de la jurisdicción de nadie.

—Para que así no hubiera ningún requerimiento de un certificado de defunción, ¿correcto?

—Correcto.

—¿Y la notificación a los parientes?

—Kohl dijo que tampoco iban a hacer eso.

—¿Por qué no?

—Dijo que era parte de su acuerdo con sus clientes.

López miró significativamente al jurado, como si Chandragupta acabara de revelar una conspiración horrible. Luego se volvió lentamente hacia él.

—¿Cómo se sintió al respecto?

Chandragupta tenía al parecer la costumbre de acariciarse la barba; lo estaba haciendo en aquel preciso instante.

—Me molestó. No me pareció bien.

—¿Qué hizo al respecto cuando regresó a la Tierra?

—Contacté con Tyler Horowitz en Detroit.

—¿Por qué?

—Es el pariente más cercano de la señora Bessarian… Es su hijo.

—Retrocedamos un paso. ¿Cómo supo usted que la mujer que falleció en la Luna era Karen Bessarian?

—Primero, naturalmente, porque los otros médicos se referían a ella por ese nombre.

—¿Por algún otro motivo?

—Sí. La reconocí.

López tenía cejas delicadas. Las alzó. También se había hecho mechas en las puntas externas.

—¿La conocía personalmente?

Chandragupta volvió a acariciarse la barba.

—Antes de esto no. Pero les he leído sus libros a mis hijos una docena de veces. Y la he visto muchas veces en televisión.

—¿No tiene pues ninguna duda sobre la identidad de la mujer que murió en la Luna?

Por fin Chandragupta se apartó la mano de la cara, pero sólo para hacer un gesto enfático, la palma extendida.

—Ninguna en absoluto. Era Karen Bessarian.

—Muy bien. Y sabiendo esto, se puso usted en contacto con su hijo, ¿no es así?

—Sí.

López volvió a alzar las cejas.

—¿Por qué?

—Consideré que debía saberlo. Quiero decir, ¡su madre había muerto! Un hijo se merece saber eso.

—¿Y por eso lo llamó?

—Sí. Fue un triste deber, pero desde luego no fue la primera vez que he tenido que hacer algo así.

—¿Y le pidió Tyler que hiciera algo?

—Sí. Solicitó un certificado de defunción.

—¿Por qué?

—Dijo que sabía que los médicos de la Luna no proporcionarían uno. Dijo que quería poner fin a los asuntos de su madre.

—¿Y usted estuvo de acuerdo?

—Sí. —Otra vez la mano en la barba—. Es un deber que he cumplido antes. Tengo cargado el impreso electrónico. Rellené una copia y se la mandé al señor Horowitz por e-mail, con mi firma digital.

—Una vez más, ¿hasta qué punto está usted seguro de que la mujer fallecida era Karen Bessarian?

—Al ciento por ciento.

—¿Y hasta qué punto está convencido de que estaba, en efecto, muerta?

—También al ciento por ciento. La vi dejar de respirar. Vi su ECG plano. Vi su EEG plano. Observé personalmente que sus pupilas habían explotado.

—¿Explotado?

—Las tenía dilatadas al máximo, dejando sólo un anillo minúsculo de iris visible alrededor. Es un signo claro de muerte cerebral. López sonrió levemente.

—Gracias, doctor Chandragupta. Oh, una pregunta más… Su tarifa. El señor Draper ha insistido mucho en cuánto le pagaron por este servicio. ¿Le gustaría comentar algo al respecto?

—Sí, me gustaría. La tarifa fue idea del señor Horowitz; dijo que la merecía. Lo llamó dinero del «buen samaritano»… Su manera de dar las gracias.

—¿Ofreció esa larga suma antes o después de que usted accediera a proporcionarle un certificado de defunción?

—Después. Fue después, naturalmente.

—Gracias —dijo López—. No hay más preguntas.

Deshawn se puso en pie.

—¿Puedo interrogar al testigo, señoría?

Herrington asintió.

—Doctor Chandragupta —dijo Deshawn—, ¿cuál es la tarifa normal en Maryland por extender un certificado de defunción?

—Tendría que mirarlo.

—Sólo una cifra aproximada, señor. Redondee hasta los mil más cercanos.

—Bueno, ejem, redondeando hasta los mil más cercanos, sería de mil.

—Mil dólares, ¿correcto?

—Eso es.

—De hecho, ¿hay algún certificado por el que los médicos de Maryland cobren más de mil dólares?

—No que yo sepa.

—¿Y está usted seguro de que su discusión con el demandado por la tarifa de ciento veinticinco mil dólares por proporcionarle un certificado de defunción tuvo lugar después de que accediera a proporcionarle uno?

—Sí. —Chandragupta miró retador a Deshawn—. Así es como lo recuerdo.

Me pareció extraño que Deshawn Draper hubiera empezado llamando a declarar a Chandragupta, ya que el médico parecía estar totalmente de parte de Tyler. Pero pronto entendí por qué: en cuanto el testimonio de Chandragupta se acabó, Deshawn pidió una sentencia sumaria, basándose en la invalidez del certificado de defunción. El juez Herrington despidió al jurado mientras discutían mociones y contramociones. Deshawn quería anular el certificado porque Chandragupta lo había firmado fuera de la jurisdicción geográfica en la que tenía licencia para practicar la medicina, y dada la posibilidad de que hubiera sido sobornado para hacerlo.