Выбрать главу

—¡Espere! —dijo Deshawn—. Antes de continuar, ¿quiere leer a este tribunal qué dice en este momento la pantalla de la terminal de transferencias?

—Con mucho gusto —respondió Karen—. Dice: «Identidad confirmada: Bessarian, Karen C.»

Deshawn recogió el aparato y se acercó al banco del jurado, para mostrarles la pantalla uno por uno. Estaba claro: el aparato había reconocido las huellas y los escaneos retinales de Karen.

—Entonces, en los puestos fronterizos, demostró usted su identidad sobre la base de lo que tenía… específicamente, sobre la base de los documentos que están en su poder, ¿correcto?

—Eso es.

—Y el terminal la ha identificado basándose en quién es… es decir, basándose en sus datos biométricos, ¿correcto?

—Eso tengo entendido, sí.

—Muy bien. —Deshawn rebuscó en el bolsillo de su chaqueta, y sacó su tarjeta de identificación—. Ésta es la cuenta a la que me gustaría que transfiriera diez dólares —dijo, entregándosela.

Karen tomó la tarjeta y la colocó cerca del escáner del aparato. Otra luz verde se encendió. Karen tecleó algo y…

—¡Espere! —dijo Deshawn—. ¿Qué acaba de hacer?

—He introducido mi PIN —explicó Karen.

—¿Su número de identificación personal?

—Sí.

—¿Y lo ha aceptado el terminal?

Karen alzó la unidad. No había duda de que la pantalla era verde, incluso desde el banco del jurado.

—¿Quién más aparte de usted conoce este PIN?

—Nadie.

—¿Lo tiene anotado en alguna parte?

—No. El banco dice que no es aconsejable hacerlo.

Deshawn asintió.

—Hace usted bien. Así que este terminal la ha reconocido no sólo basándose en sus datos biométricos, sino también con la información que usted posee y que sólo Karen Bessarian podría conocer, ¿correcto?

—Exactamente.

Deshawn asintió.

—Ahora, si es tan amable de terminar la transacción. No quiero perder mis diez pavos…

El jurado disfrutó de este comentario y Karen pulsó varias teclas.

—Transacción completada —dijo, y alzó el terminal, que mostraba la pauta adecuada de luces verdes.

Fue una demostración elegante y sencilla, y me pareció que al menos algunos de los jurados habían quedado impresionados por ella.

—Gracias —dijo Deshawn—. Su testigo, señora López.

—Ahora mismo no —intervino Herrington—. Continuaremos por la mañana.

24

Esa noche, a eso de las tres de la madrugada, le conté a Karen lo de la extraña interacción que al parecer estaba teniendo con otras instalaciones mías. Paseábamos por los cuidados jardines de su mansión. Los insectos zumbaban y los murciélagos revoloteaban. La luna era una alta sonrisa que nos miraba; en alguna parte de su cara oculta, naturalmente, estaba el otro yo que se suponía que existía… el original biológico.

—Como estoy seguro de que sabes —dije—, hay un fenómeno en la física cuántica que se llama «enlace». Permite que las partículas cuánticas se conecten simultáneamente a través de cualquier distancia; medir una afecta a la otra, y viceversa.

Karen asintió.

—Aja.

—Y, bueno, ha habido teorías de que la conciencia es de naturaleza mecánico-cuántica desde hace mucho tiempo… La más famosa, supongo, es la obra de Roger Penrose, de los años ochenta del siglo XX.

—Sí —dijo Karen, amistosamente—. ¿Pero?

—Bueno, pienso… no me preguntes exactamente cómo; no estoy seguro de cuál es el mecanismo, pero creo que Inmortex ha hecho copias múltiples de mi mente, y que de algún modo, de vez en cuando, conecto con ellas. Doy por sentado que es un enlace cuántico, pero supongo que podría ser otra cosa. Pero, de todas formas, las oigo, como voces en mi cabeza.

—¿Como… como telepatía?

—Humm, odio esa palabra… tiene extrañas connotaciones psíquicas. Además, no oigo los pensamientos de otras personas; oigo los míos propios… más o menos.

—Perdóname, Jake, pero parece más probable que algo no esté funcionando bien en tu nuevo cerebro. Estoy segura de que si se lo contaras al doctor Porter, él…

—¡No! No. Inmortex está haciendo algo malo. Lo… lo siento.

—Jake…

—Es inherente a la tecnología Mindscan: la habilidad de hacer tantas copias como quieras de la mente fuente.

Karen y yo íbamos de la mano. No proporcionaba la misma sensación de intimidad que cuando éramos de carne y hueso, pero, claro, al menos mis manos no sudaban.

—¿Pero por qué querrían hacer eso? —dijo ella—. ¿A qué propósito podría servir?

—Para robar secretos comerciales. Robar códigos de seguridad personal. Chantajearme.

—¿A santo de qué? ¿Qué has hecho?

—Bueno… nada de lo que me avergüence.

El tono de Karen era burlón.

—¿De verdad?

Yo no quería quedar como un tonto, pero me puse a considerar su pregunta un momento.

—Sí, de verdad; no hay nada en mi pasado por lo que yo pagaría una buena cantidad de dinero por mantenerlo en secreto. Pero ésa no es la cuestión. Podrían estar dando palos de ciego. A ver qué encuentran.

—¿Como la fórmula de la Oíd Sully's Premium Dark?

—Karen, seamos serios. Está pasando algo.

—Oh, estoy segura de que sí —dijo ella—. Pero, sabes, y o oigo voces en mi cabeza todo el tiempo… las voces de mis personajes. Es un hecho vital, siendo escritora. ¿Podría ser eso que estás experimentando algo parecido?

—Yo no soy escritor, Karen.

—Bueno, pues muy bien. Vale. Pero ¿has leído alguna vez a Julián Jaynes?

Negué con la cabeza.

—¡Oh, en la facultad me encantaba! El origen de la conciencia en el colapso de la mente bicameral… un libro sorprendente. ¡Y qué título! Mi editora nunca me dejaría poner un título así. Jaynes dijo que los dos hemisferios son básicamente dos inteligencias separadas, y que las voces de ángeles y demonios que la gente decía oír en la Antigüedad procedían realmente del otro lado de sus propias cabezas. —Me miró— Tal vez la integración de tu nuevo cerebro no funciona del todo bien. Llama al doctor Porter para que afine unas cuantas cosas, y estoy seguro de que desaparecerá.

—No, no. Es real.

—¿Puedes hacerlo ahora? ¿Conectar con otro tú?

—No lo hago a voluntad. Y sólo sucede de vez en cuando.

—Jake… —dijo Karen amablemente, dejando mi nombre flotar en el aire nocturno.

—No, de verdad. Sucede realmente.

—Jake, ¿has oído hablar de la escritura asistida? —Su tono era infinitamente amable—. ¿O de las mesas ouija? ¿O del síndrome de la falsa memoria? La mente humana puede convencerse a sí misma de que todo tipo de cosas tienen una realidad externa, o que proceden de otra parte, cuando las hace ella misma.

—Eso no es lo que está sucediendo en mi caso.

—¿No? ¿Te han dicho esas… voces algo que ya no supieras? ¿Algo que no pudieras saber, pero que pudiéramos comprobar para ver si es cierto?

—Bueno, no, por supuesto que no. Las otras instalaciones están aisladas en alguna parte.

—¿Y por qué? ¿Por qué no detecto yo nada similar?

Me encogí un poco de hombros.

—No lo sé.

—Deberías preguntárselo al doctor Porter.

—No —dije—. Y no le hables del asunto tú tampoco… No hasta que descubra qué está pasando.

Al día siguiente, a las diez de la mañana, María López se enfrentó a Karen, que había vuelto a subir al estrado.

—Buenos días, señora Bessarian.

—Buenos días.

—¿Ha tenido un agradable… un agradable interregnum desde nuestra última sesión? —preguntó López.

—Sí.