—Bueno, yo…
Deshawn se plantó delante de su mesa.
—¿Cree que tiene usted alma?
—Sí —dijo Poe, con decisión ahora—. Sí, lo creo.
—¿Y cómo ha conseguido esa alma?
—Me la dio Dios.
Deshawn miró significativamente al jurado, y luego se volvió hacia Poe.
—¿Puede explicarnos qué es el alma según su concepción?
—Es la esencia de quien soy —dijo Poe—. Es la chispa de lo divino en mí. Es la parte de mí que sobrevivirá a la muerte.
—Según usted entiende estos asuntos, ¿tiene alma todo ser viviente?
—Absolutamente.
—¿Sin excepciones?
—Ninguna.
Deshawn se había trasladado al pozo y señalaba hacia Karen, sentada a la mesa de la parte demandante.
—Ahora, por favor, mire a la señora Bessarian. ¿Tiene alma?
Karen era toda atención; alerta, sus ojos verdes brillaban.
Poe respondió con énfasis.
—No.
—¿Por qué no? ¿Cómo lo sabe?
—Ella… eso… es un objeto fabricado. Bien podría preguntarme si una estufa o un coche tienen alma.
—Comprendo lo que quiere decir. Pero aparte de una creencia a priori, doctor Poe, ¿cómo puede decir que la señora Bessarian no tiene alma? ¿Qué prueba puede realizar para demostrar que usted sí tiene un alma, pero ella no?
—No hay ninguna prueba semejante.
—Claro que no la hay —dijo Deshawn.
—Protesto —dijo López—. Eso no es una pregunta.
—Aceptada —declaró el juez Herrington.
Deshawn asintió, contrito.
—Muy bien —dijo—. Pero esto sí: doctor Poe, ¿cree que Dios lo juzgará después de la muerte?
Poe guardó silencio un instante. Tenía el aspecto de un animal que sabía que lo estaban cazando.
—Sí, lo creo.
—¿Y qué es lo que juzgará Dios?
—Si he sido moral o inmoral en mi vida.
—Sí, sí, ¿pero qué parte de usted estará juzgando? Recuerde, a esas alturas, estará usted muerto. Obviamente no juzgará su cuerpo frío, ¿no?
—No.
—Y no juzgará la masa eléctricamente muerta que fue su cerebro, ¿no?
—No.
—¿Entonces qué juzgará? ¿Qué parte de usted?
—Juzgará mi alma.
Deshawn miró al jurado y extendió los brazos.
—Bueno, eso no parece justo. Quiero decir, sin duda que fueron su cuerpo o su cerebro los que llevaron a cabo cualquier acto inmoral. Su alma sólo iba de acompañante en el viaje.
—Bueno…
—¿No es ése el caso? Cuando ha expuesto usted antes sus bonitos términos filosóficos del viajero interior, de una auténtica conciencia que acompaña al cuerpo zombi, el viajero al que se refería es realmente el alma, ¿no? ¿No es eso lo que pretende fundamentalmente?
Deshawn dejó que la palabra resonara en el aire un momento.
—Bueno, yo…
—Si estoy confundido, doctor Poe, por favor corríjame. En términos sencillos y profanos, no hay ninguna distinción significativa entre su auténtica conciencia y lo que el resto de nosotros entendemos como alma, ¿correcto?
—Ésa no sería mi formulación…
—Si hay alguna diferencia, por favor, explíquela, profesor.
Poe abrió la boca pero no dijo nada: parecía uno de esos antepasados peces que había enumerado antes.
—¿Doctor Poe? —dijo Deshawn—. La sala espera su respuesta.
Poe cerró la boca, inspiró profundamente por la nariz y pareció pensar.
—En términos profanos —dijo por fin—, reconozco que los dos términos se confunden.
—¿Reconoce que su noción filosófica de la conciencia superpuesta al zombi, y la noción filosófica del alma superpuesta al cuerpo biológico son esencialmente lo mismo?
Después de un momento, Poe asintió.
—Una respuesta verbal, por favor, profesor… para que conste en acta.
—Sí.
—Gracias. Ahora bien, hace unos momentos hablábamos de que Dios juzga a las almas después de la muerte. ¿Por qué hace eso Dios?
Poe se agitó en su asiento.
—Yo… no entiendo la pregunta.
Deshawn extendió los brazos.
—Quiero decir, ¿cuál es el sentido de que Dios juzgue las almas? ¿No hacen justo lo que Dios pretendía que hicieran?
Poe entornó los ojos: estaba claramente esperando una trampa, pero no podía verla. Ni, sinceramente, podía verla yo.
—No, no. El alma elige hacer el bien o el mal… y al cabo del tiempo Dios la hace responsable de esas acciones.
—Ah —dijo Deshawn—. Entonces el alma tiene voluntad, ¿no?
Poe miró a López, como buscando guía. Vi que ella se encogía infinitesimalmente de hombros. El profesor dirigió de nuevo su mirada a Deshawn.
—Sí, por supuesto —dijo por fin—. Ésa es la cuestión. Dios nos ha dado el libre albedrío, y es el alma la que ejecuta ese libre albedrío.
—En otras palabras, el alma puede tomar las decisiones que quiera, a pesar de los deseos de Dios, ¿correcto?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que Dios desea que seamos buenos, que sigamos los preceptos de los diez mandamientos, por ejemplo, o el sermón de la montaña… pero no nos obliga a ser buenos. Podemos hacer lo que se nos antoje.
—Sí, por supuesto.
—Y, puesto que el alma es la parte de nosotros que realmente toma decisiones, entonces de hecho es el alma la que puede hacer lo que se le antoje, ¿correcto?
—Bueno, sí.
—¿Pero qué hay de la naturaleza física del alma? Antes de la muerte, ¿está localizada en el individuo?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que no está dispersa por ahí… es un fenómeno localizado, ¿no? Existe dentro de una persona específica.
López lo intentó de nuevo.
—Señoría, protesto. Irrelevante.
Pero Herrington estaba embobado.
—Denegada, señora López… y no me moleste con nuevas protestas durante este testimonio. Profesor Poe, responda a la pregunta del señor Draper. ¿Está el alma localizada dentro de una persona específica?
Poe asistió azorado al intercambio entre el juez y la abogada que le pagaba por su testimonio, pero por fin se decidió a hablar.
—Yo… sí.
—¿Y después de la muerte? —preguntó Deshawn—. ¿Qué le pasa entonces al alma?
—Deja el cuerpo.
—¿Físicamente? ¿Materialmente? ¿Como una onda de energía o algo así?
—El alma es insustancial y trasciende nuestras nociones de espacio y tiempo.
—¡Qué conveniente! —dijo Deshawn—. Pero vayamos un paso más allá, ¿quiere? El alma no necesita respirar, ¿correcto? Ni necesita comer. Es decir, ¿puede continuar existiendo sin la infraestructura de un cuerpo biológico para mantenerla?
—Por supuesto —dijo Poe—. El alma es inmortal e insustancial.
—Y, sin embargo, tiene una localización específica. Su alma, antes de la muerte, está en su interior, y la mía está en mi interior, ¿correcto?
Poe extendió los brazos.
—Si va a pedirme que señale el alma en una resonancia magnética o una radiografía, señor Draper, admito libremente que no puedo hacerlo.
—En absoluto, en absoluto. Sólo quiero asegurarme de que seguimos la misma idea. Estamos de acuerdo en que el alma está localizada — la suya en su interior, la mía en mi interior.
—Sí, así es.
—Y el alma es móvil después de la muerte del cuerpo, ¿cierto? ¿Puede ir al cielo?
—Sí. Si Dios le permite la entrada.
—Pero ¿puede ir a otra parte?
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que el alma no cambia con la muerte. Sigue teniendo voluntad, ¿no? Su alma no se ha convertido en una autómata, ¿no? ¿No se ha convertido en una zombi?
Poe volvió a agitarse de nuevo en el asiento de los testigos.