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»La señora Carvey rechazó sus pretensiones en este sentido y, por eso, el señor Littler acudió a los tribunales: para impedir que la señora Carvey abortara basándose en que el feto debía ser tratado como una persona ante la ley. En este punto quiero señalar que el juez instructor del caso no decidió que la pretensión del señor Littler fuera cierta. Más bien (era un hombre) consideró que el argumento del señor Littler era suficientemente convincente para que la decisión fuera tomada por un jurado.

López miró al banco de nuestro jurado.

—¿Y qué decidió el jurado?

—Decidieron que, según Roe contra Wade, la señora Carvey tenía todo el derecho a abortar.

—¿Y ése fue el final del asunto?

Neruda negó con la cabeza.

—No lo fue. El señor Littler apeló; la apelación falló a su favor y el caso fue remitido al Tribunal Supremo por la vía rápida.

—¿Por la vía rápida? —preguntó López—. ¿Por qué?

—Aunque ninguno de los jueces implicados seguía en activo, el tribunal revisó Roe contra Wade. En ese caso, la mujer que usaba el seudónimo Jane Roe pleiteaba por el derecho a someterse a un aborto legal. Wade era Henry Wade, el fiscal del distrito del condado de Dallas, Tejas, donde vivía Roe: se le acusó de mantener la prohibición de abortar entonces vigente en su jurisdicción. Roe contra Wade fue y es controvertido en muchos aspectos, pero también destaca como un ejemplo clásico de que la justicia que llega con retraso es injusticia. Cuando el Tribunal Supremo llegó a tratar el caso Roe contra Wade, el embarazo de Jane Roe había llegado a su fin, había parido a su hija y la había dado en adopción. Sí, ganó el derecho a someterse a un aborto, pero fue demasiado tarde para que le sirviera de nada. A causa de eso, el Tribunal Supremo accedió a tratar Littler contra Carvey de manera expeditiva.

López asintió.

—¿Y qué encontró el Tribunal Supremo en Littler contra Carvey?

—En una sesión ininterrumpida, el tribunal declaró que el hijo no nacido de Stella Carvey era en efecto una persona, con todos los derechos que tienen las personas según la Quinta, Octava, Decimotercera y Decimocuarta Enmiendas de la Constitución.

—¿Y por tanto…?

—Por tanto, se prohibió abortar a la señora Carvey.

—¿En relación a Roe contra Wade, cómo se considera Littler contra Carvey} —preguntó López.

—A menudo se cita como el caso que anuló el Roe —dijo Neruda.

—¿Porque hace que abortar embriones más allá de cierto estado de desarrollo sea ilegal de nuevo en Estados Unidos?

—Exacto.

—¿Y cuál es el estatus de Littler contra Carvey en la actualidad?

—Se considera un caso de jurisprudencia.

López asintió.

—Hace un momento, he dicho que Littler contra Carvey hace que los abortos sean ilegales después de cierta etapa del desarrollo. ¿Puede explicarle al jurado cómo se estableció en Littler la línea divisoria entre persona y no persona?

—Naturalmente. Littler contra Carvey se centró precisamente en esto: ¿cuándo se convierte un embrión en persona? Después de todo —dijo Neruda, volviéndose ligeramente hacia el juez Herrington—, no podemos decidir muy bien cuándo alguien deja de ser una persona si no sabemos cuándo empezó a serlo.

El juez asintió con su larga cara de calzador.

—Pero continúe —dijo.

—Naturalmente, naturalmente —dijo Neruda—. Trazar el límite entre persona y no persona ha sido uno de los grandes desafíos de la bioética. Una postura, claro, es la que mantienen los defensores a ultranza de la vida: una nueva persona, con sus correspondientes derechos, se crea en el momento de la concepción. En el polo opuesto están quienes dicen que una nueva persona no existe hasta el momento de nacer, unos nueve meses más tarde… y de hecho, desde los años setenta del siglo XX ha habido una facción muy activa que sostiene que incluso el momento del nacimiento es demasiado prematuro, porque argumentan que la persona no empieza realmente a ser tal hasta que no posee una capacidad cognitiva significativa, a los dos o tres años de edad; esa gente encuentra el infanticidio indoloro y el aborto moralmente aceptables por igual.

Vi a varios miembros del jurado reaccionar con horror, pero Neruda continuó.

—Concepción y nacimiento son, naturalmente, momentos precisos en la vida. Aunque no se observó una concepción humana hasta 1969, sabíamos por estudios animales de un centenar de años antes que la concepción se produce cuando el espermatozoide y el ovocito se unen.

—¿Ovocito? —dijo López.

—El gameto femenino. Lo que los profanos llaman el óvulo.

—Muy bien —dijo López—. La concepción se produce en el momento en que esperma y óvulo se unen.

—Sí, y es en un segundo concreto de tiempo. También, por supuesto, medimos de manera muy precisa el momento del nacimiento. De hecho… —Neruda guardó silencio.

—¿Sí, profesora?

—Bueno, naturalmente, allí está sentado el señor Sullivan.

Yo siempre me sentaba muy recto últimamente: no tenía sentido acomodar mi cuerpo mecánico. Me eché hacia delante.

—¿Qué hay de significativo en el señor Sullivan? —preguntó López.

—Bueno, ahora es un Mindscan, pero su original fue, creo, el primer niño nacido después de medianoche el 1 de enero de 2001 en Toronto, Canadá.

—Décima prueba de la defensa —dijo López, mostrando un recorte de periódico—. Una noticia del Toronto Star del martes 2 de enero de 2001, conmemorando ese hecho.

La prueba fue aceptada, y la profesora Neruda continuó.

—Así pues, descartando los extremismos de los que hablaba antes, generalmente aceptamos que una persona es persona en el momento en que nace. Pero ha habido casos fascinantes que han puesto a prueba la flexibilidad de este particular rubicón para definir la persona.

—¿Por ejemplo? —preguntó López.

—Departamento de Salud y Servicios Humanos contra Maloney.

—¿Qué pasó en ese caso?

—Brenda Maloney era una mujer emocionalmente inestable del Bronx, Nueva York. En 2016 completó las treinta y nueve semanas de embarazo. La llevaban al paritorio cuando vio un cuchillo de carne en una bandeja de comida destinada a otro paciente. Agarró el cuchillo y se lo hundió en el vientre, matando al bebé momentos antes de que naciera.

Una vez más, los miembros del jurado dieron un respingo, y Neruda continuó.

—¿Había cometido asesinato la señora Maloney? Al final el caso no llegó a juicio, porque la señora Maloney fue declarada incapaz… pero el caso galvanizó a la opinión pública. La idea de que un embrión no es persona hasta al menos el momento del nacimiento perdió mucho apoyo después de aquello.

—En otras palabras —dijo López—, la postura dura a favor de la libre elección (la que defiende que hasta que el bebé ha salido del cuerpo no es una persona) perdió fuerza debido al caso Maloney, ¿correcto?

—Ésa sería en efecto mi lectura de los comentarios legales de esa época, sí.

—Ha dicho usted que sólo había dos puntos absolutamente claros, limpia y simplemente delimitados por las circunstancias biológicas, para establecer la condición de persona: concepción y nacimiento, ¿cierto?

—Exacto.

—Y el caso Maloney (y otros casos, estoy segura) hicieron que el indicador del nacimiento dejara de ser sostenible a los ojos de la mayoría de los legisladores y políticos, ¿no es así?

—Exacto —volvió a contestar Neruda—. Aparte de la concepción o el corte del cordón umbilical todo parece arbitrario. Incluso el nacimiento es arbitrario, cuando puedes inducirlo con medicamentos, o por cesárea.

»De hecho, pronto tendremos sin duda la habilidad de traer bebés al mundo en vientres artificiales. Mire el ejemplo típico de la ciencia ficción: un feto en un frasco de cristal lleno de líquido. El feto ha estado creciendo durante casi nueve meses. Yo disparo con una pistola al frasco de cristal. Si mi bala alcanza al feto y le atraviesa el corazón, entonces he practicado un aborto. Pero si falla y sólo rompe el frasco y arroja al bebé sobre la mesa, entonces he atendido un parto. Es muy difícil trazar esos límites.