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—No que yo sepa.

—¿No? Señora Bessarian, ¿tiene usted hijos?

—Sí, por supuesto. Tengo un hijo, Tyler.

—El demandado en este caso, ¿es correcto?

—Sí.

—¿Algún otro hijo?

Karen parecía… bueno, no sabría decirlo: en su rostro de plástico había una contorsión que no había visto nunca, por eso no sabía con qué emoción relacionarla.

—Tyler es mi único hijo —dijo Karen por fin.

—Su único hijo vivo, ¿correcto?

A veces se lee en las novelas que la boca de la gente forma una O perfecta de sorpresa; los rostros humanos de carne y hueso no pueden hacerlo realmente, pero el semblante sintético de Karen lo consiguió a la perfección cuando López le hizo la pregunta. Pero esa expresión pronto fue sustituida por una de furia.

—Es usted mujer —dijo Karen—. ¿Cómo puede ser tan cruel? ¿Qué tiene que ver el hecho de que yo perdiera una hija en la cuna con el tema que nos ocupa? ¿Cree que no sigo llorando por ella a veces?

Por una vez, María López pareció completamente aturdida.

—Señora Bessarian, yo…

Karen continuó.

—Por el amor de Dios, señora López, sacar ese tema…

—Sinceramente, señora Bessarian —exclamó López—. ¡No tenía ni idea! No lo sabía.

Karen se había cruzado de brazos. Miré al jurado: todos parecí odiar a López en ese momento.

—De verdad, señora Bessarian. Yo… lamento terriblemente su perdida. Sinceramente, Karen… yo… por favor, perdóneme.

Karen siguió sin decir nada.

López se volvió hacia el juez Herrington.

—Señoría, tal vez un breve receso…

—Veinte minutos —dijo Herrington, y golpeó con la maza.

31

Los controles de la compuerta del lunabús estaban situados, con bastante lógica, junto a la puerta. El piloto no había llegado todavía, lo cual era perfecto. Subí a bordo el primero, y esperé a que los otros se reunieran conmigo. En realidad sólo necesitaba a uno, pero… pero, maldición, las dos siguientes personas que subieron a bordo, una mujer blanca y una asiática, lo hicieron juntas. Ah, bien.

Moví los controles de la compuerta y estaba a punto de pulsar el interruptor adecuado cuando vi que Brian Hades, nada menos, bajaba por el pasillo, su coleta sin duda rebotando tras él con la baja gravedad. ¿Estaría mejor con él dentro o fuera? Tuve que tomar una decisión en una décima de segundo, y decidí que tendría más posibilidades si estaba dentro. Esperé a que entrara por la puerta y luego pulsé el control de emergencia que la cerró.

Las dos mujeres ya habían tomado asiento… y no juntas; supuse que, aunque habían estado charlando, en realidad no eran amigas. Hades estaba todavía de pie, y se volvió sorprendido al oír cerrarse la compuerta.

Se dio media vuelta y me miró por primera vez, con los ojos muy abiertos.

—¿Sullivan?

Saqué la pistola de pitones de la pequeña mochila que había colocado en el asiento junto al que me encontraba, luego me aclaré la garganta en el seco aire de la cabina.

—Señor Hades, señoras… por favor, perdónenme, pero… —Hice una pausa; noté una puñalada de dolor en la coronilla. Esperé a que remitiera un poco—. Señor Hades, señoras —repetí, como si mis palabras anteriores no estuvieran todavía flotando en el aire—, esto es un secuestro.

No estoy seguro de qué reacción esperaba: ¿chillidos, gritos? Los tres me miraron desconcertados.

—Está bromeando, ¿no? —dijo Hades por fin.

—No —respondí—. No bromeo.

—No se puede secuestrar un lunabús —dijo la mujer asiática—. No hay ningún sitio a donde llevarlo.

—No voy a llevarlo a ninguna parte. Vamos a quedarnos aquí, conectados al equipo de mantenimiento vital de Alto Edén, hasta que se cumplan mis exigencias.

Ya estaba. No era la barra del Woolworth's, pero valdría.

—¿Y cuáles son sus exigencias? —preguntó la mujer blanca.

—El señor Hades lo sabe… y se lo diré a ustedes dos más tarde. Pero primero, déjenme decir que no quiero hacer daño a nadie: son ellos quienes hacen daño. Mi objetivo es que todos nosotros salgamos de aquí sanos y salvos.

—Señor Sullivan, por favor —dijo Hades.

—«¿Por favor?» —me burlé—. Yo le dije «por favor». Le pedí, le supliqué. Y se negó.

—Tiene que haber un modo mejor —dijo Hades.

—Lo hubo. Usted no lo aceptó. Ahora, lo primero es lo primero. Señor Hades, siéntese… ahí delante, en la primera fila.

—¿O qué? —dijo Hades.

Luché por mantener la voz firme:

—O le mataré. —Alcé la pistola de pitones.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer asiática.

—Es para hacer escalada lunar —contesté—. Le atravesará el pecho con un clavo de metal.

Hades lo consideró un instante, luego acomodó su largo cuerpo en uno de los dos asientos delanteros. Entonces se giró para mirarme.

—Muy bien —dije—. Ya estoy harto de que me espíen. Ustedes dos: vuélvanse a las ventanillas y corran las persianas de vinilo.

Nadie se movió.

—¡Háganlo! —exclamé.

Primero lo hizo la mujer asiática, luego la blanca. Hades hizo amago de intentar bajar la suya y luego se volvió hacia mí y dijo: —Está atascada.

Yo no iba a inclinarme por encima de él para intentar bajarla.

—Está mintiendo —dije simplemente—. Ciérrela.

Hades se lo pensó y luego tiró teatralmente de la persiana hasta que la bajó.

—Eso está mejor —dije. Señalé a la mujer blanca—. Usted, levántese y baje las otras persianas, por favor.

—«¿Por favor?» —dijo ella, burlándose de mi burla hacia Hades—. Lo que quiere decir realmente es: hágalo o la mataré.

Yo no iba a discutir ese punto.

—Soy canadiense —dije, la mano todavía empuñando el arma, pero sin alzarla—. No puedo evitar decir «por favor».

Ella se quedó inmóvil un momento, luego se encogió de hombros y se levantó, recorrió la cabina y fue bajando el resto de las persianas.

—Ahora, cierre también la puerta de la cabina.

Ella así lo hizo: el parabrisas curvo delantero ya no era visible desde la cabina, lo que significaba que ya no nos veían a través de él.

—Gracias —dije—. Ahora, vuelva a sentarse en su sitio.

Hubo una serie de ruidos al otro lado de la compuerta: alguien intentando que abriéramos. Los ignoré y me acerqué al panel de comunicaciones de al lado. Tenía una videopantalla de veinte centímetros.

Apareció una atractiva morena de ojos oscuros.

—Control de Tránsito de Heaviside a Lunabús Cuatro —dijo—. ¿Qué ocurre? ¿Funciona mal su compuerta? ¿Tiene una filtración?

—Heaviside, aquí Lunabús Cuatro —le dije a la cámara—. Jacob Sullivan al habla. Hay otras tres personas a bordo, incluyendo a Brian Hades, así que hagan exactamente lo que digo. Nadie debe intentar entrar en el lunabús. Entiendo perfectamente las operaciones del lunabús: pregúntenle a Quentin Ashburn, él lo confirmará. Si no consigo lo que quiero, abriré el tanque de combustible de estribor. La mono-hidrazina se sublimará en una nube de vapor explosivo y dispararé al motor principal, encendiendo esa nube. La explosión se llevará por delante medio Alto Edén.

La morena abrió mucho los ojos.

—Y a usted también —dijo—. ¡Venga… morirá!

—Ya estoy muerto —grité. Maldición, estaba intentando controlarme, pero el martilleo en mi cabeza aumentaba—. Soy un pellejo descartado, una rémora. No tengo ninguna identidad, no soy ninguna persona. —Inspiré profundamente y tragué saliva—. No tengo nada que perder.

—Señor Sullivan…

—No. Por ahora nada más. No quiero tratar con una controladora del tráfico. Ponga en línea a alguien que tenga poder para negociar. Hasta entonces… —Pulsé el botón de desconexión.