Deseé que no hubiera necesidad de implicar a otra gente. Pero la había. Podían evacuar Alto Edén, o descubrir algún modo de lanzar el lunabús por control remoto. Necesitaba que hubiera en juego algo más que equipo, no importaba lo caro que fuera.
—Ahora —dije, mirando a las dos mujeres y a Hades—, es hora de hacer las presentaciones. Me llamo Jacob Sullivan y soy de Toronto. Copié mi conciencia a un cuerpo artificial porque tenía una enfermedad devastadora. Pero esa enfermedad se ha curado y quiero volver a casa… ésa es mi única exigencia. Sinceramente, no quiero hacer daño a ninguno de ustedes.
Hice un gesto a la mujer asiática. Me aseguré de hacérselo con la mano izquierda, vacía, en vez de con la derecha, que empuñaba la pistola de pitones.
—Ahora usted —dije.
La mujer me miró retadora un momento, luego pareció decidir que cooperar no le haría daño.
—Me llamo Akiko Uchiyama —dijo. Era pequeña, delgada, con el pelo corto teñido de un color claro—. Soy radioastrónoma de la institución SETI en Chernyshov. —Hizo una pausa, luego añadió—: Y tengo un marido y unas gemelas de seis años, y quiero volver con ellos.
—Y yo espero que lo haga —dije. Me volví hacia la mujer blanca, que era bonita, de ojos grandes y pelo abundante y oscuro—. Usted.
—Soy Chloé Hansen. Soy la nutricionista y dietista jefa de Alto Edén.
—Así que es usted —dije.
—¿Yo?
—La que juguetea con mi comida.
Era buena actriz, tengo que reconocerlo.
—¿De qué está hablando?
La ignoré y me volví hacia Hades:
—Sin duda Chloé le conoce, igual que yo, pero puede que estemos aquí mucho tiempo, así que bien puede presentarse a Akiko.
Hades se cruzó de brazos y frunció el ceño, pero obedeció.
—Soy Brian Hades, administrador jefe de Alto Edén.
Akiko entornó los ojos.
—Así que su queja es con usted —dijo, señalándome—. Dele lo que quiere y esto se acabará, ¿no?
—No puedo hacer eso —dijo Hades—. Firmó un contrato. Además, todo nuestro modelo de empresa…
—¡A la mierda su modelo de empresa! —exclamó Akiko—. Haga lo que dice.
—No. La nueva versión suya que está en la Tierra tiene derechos, y…
—¡Y yo tengo derechos también! —dijo Akiko—. Y también los tiene… Chloé, ¿no es así? ¡Tenemos derechos!
—Sí, los tienen —dije—. Y yo no, de momento. De eso se trata. Cuando recupere mis derechos, esto se acabará.
El teléfono trinó. Me acerqué al panel y pulsé el botón de ACEPTAR.
—Hola —dijo una voz masculina con elegante acento británico—. ¿Puede ponerse el señor Sullivan?
—Soy Jacob Sullivan. ¿Con quién hablo?
—Me llamo Gabriel Smythe, y voy a tener el privilegio de ser su principal contacto mientras resolvemos esta pequeña molestia.
Smythe… yo conocía ese nombre. Fruncí el ceño, y luego lo recordé. Era el hombre pequeño y florido de pelo platino que había celebrado el servicio en memoria de Karen Bessarian.
—¿Está en la sala de control de compuertas? —pregunté.
—Sí. Estoy con la señora Bortolotto, con quien ha hablado usted antes.
—Le recuerdo. Celebró usted aquella ceremonia por Karen. Pero no es rabino… ¿no?
—No voy a mentirle, señor Sullivan: eso se lo aseguro. Soy el psicólogo jefe de Inmortex.
Inspiré profundamente el desagradable aire seco del lunabús.
—No estoy loco, doctor Smythe.
—Puede llamarme Gabe.
Pensé en protestar. No éramos colegas. Él era el enemigo: tenía que recordarlo. Con todo, llamándolo «doctor» le daría ventaja.
—Muy bien, Gabe —dije por fin—. No estoy loco.
—Nadie ha dicho que lo esté.
—Entonces ¿por qué está usted hablando conmigo?
—No tenemos a nadie a mano con experiencia en este tipo de situaciones. Alguien tiene que ocuparse de esto y el cocinero no parecía muy apropiado. Y, después de todo, tiene usted al señor Hades como… tiene usted retenido al señor Hades.
Era interesante que se censurara antes de haber dicho «rehén». Probablemente tenía algún manual sobre negociación de rehenes en pantalla delante de él, y probablemente le decía que evitara esa palabra. No era mala idea: a mí tampoco me gustaba esa palabra. Pero necesitaba influencia.
—Ahora, lo primero es lo primero —continuó Smythe—. ¿Tiene alguien necesidades especiales? ¿Algún problema médico?
Sí: definitivamente, estaba siguiendo una lista.
—Todo el mundo está bien.
—¿Seguro?
Los miré a los tres, todos vueltos en sus asientos para mirarme.
—¿Está todo el mundo bien? —pregunté.
Pareció que Akiko iba a decir algo, pero al final decidió no hacerlo. Los otros guardaron silencio.
—Sí —dije—. Todo el mundo está bien. Y no quiero lastimar a nadie.
—Me alegro mucho de oír eso, Jake. Mucho. Ahora, ¿cree que podríamos abrir un enlace de vídeo? A las familias de los… de los… retenidos les gustaría ver sus caras.
—Soy yo quien tiene la sartén por el mango.
—Por supuesto —dijo Smythe—. Por supuesto. Bien, ¿qué… qué puedo hacer por usted?
Exigencias. Sin duda había estado a punto de preguntarme cuáles eran mis exigencias, pero de nuevo se detuvo. Estábamos negociando. Y se trataba de llegar a un consenso, de cambiar posturas: no podía funcionar si había exigencias inflexibles.
Decidí dar otra vuelta de tuerca.
—Sólo tengo una exigencia. Quiero recuperar mi personalidad. Devuélvanme a la Tierra y déjenme continuar con mi antigua vida. Concédanmelo y todo el mundo podrá irse.
—Veré qué puedo hacer.
Bonito y vago: sospecho que el manual le decía que nunca se comprometiera a nada que no estuviera seguro de poder cumplir.
—No me siga la corriente sin más, Gabe. No puede usted devolverme mi personalidad. Pero hay una persona que sí puede: el otro Jacob Sullivan, el duplicado de mi mente dentro de un cuerpo robótico, allá en la Tierra.
—Y ahí está la pega, Jake. Sin duda se da cuenta de eso. La Tierra está muy lejos. Y debe de saber que prometimos no contactar nunca con su sustituto. Él tiene que hacer todo lo posible para apartar de su mente el hecho de que el original todavía existe.
Existe. No vive. Existe.
—Haga una excepción —dije—. Póngame al otro en la radio.
—Estamos en la otra cara de la Luna, Jake.
—Y ustedes pueden hacer rebotar las señales de radio de los satélites de comunicaciones en órbita sincrónica sobre el ecuador de la Luna. No soy estúpido, Gabe, y lo he pensado todo. Llámeme de nuevo cuando tenga una respuesta.
Y dicho eso, cerré el canal.
32
Karen todavía temblaba por haber tenido que hablar de su hija muerta. La abracé un rato en el pasillo del tribunal. El jurado, naturalmente, se retiró a la sala de espera durante la pausa, así que no pudieron ver eso… Lo cual fue buena cosa: no era algo para consumo público de todas formas. Me encontré acariciando el pelo artificial de Karen con mi mano artificial, esperando de algún modo que el gesto le proporcionara consuelo. Al final del receso, Karen se había calmado un poco. Volvimos a la sala. Tomé asiento en la galería; Malcolm Draper ya estaba allí y Deshawn ya había vuelto a su mesa. Vi cómo entraba María López. Parecía… No estoy seguro de cómo describirlo exactamente. Frustrada, tal vez. O retadora. Las cosas no habían salido como tenía planeado hacía unos minutos. Me pregunté qué era lo que esperaba realmente que hubiera pasado.