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– ¿Has aceptado?

– No se puede rechazar cuatro veces una promoción.

– ¡Ésta habría sido la tercera vez, si las cuentas no me fallan-repuso Mathias.

– Creía que lo comprenderías -dijo Valentine con calma.

– Lo que entiendo es que ahora que llego, tú te vas.

– Vas a hacer tu sueño realidad, vas a vivir con tu hija -dijo Valentine sin apartar la mirada de Emily, que estaba dibujando en su cuaderno-. La voy a echar muchísimo de menos.

– Es tu hija. ¿Qué crees que va a pensar ella?

– Te quiere más que a nada en el mundo, y además, la custodia compartida no tiene por qué ser obligatoriamente una semana cada uno.

– ¿Insinúas que es mejor si vive tres años con cada uno?

– Simplemente vamos a cambiar los papeles, tú me la enviarás durante las vacaciones.

Yvonne salió de la cocina.

– ¿Todo va bien? -preguntó ella, tras dejar el vaso de diabolo frío ante Valentine.

– ¡Formidable! -respondió Mathias vivamente.

Yvonne, dudando, los miró alternativamente y se volvió a sus cazuelas.

– Seréis felices juntos, ¿no crees? -preguntó Valentine tras sorber por la pajita.

Mathias estaba haciendo trizas un trozo de madera que salía del mostrador.

– ¡Si me lo hubieras dicho hace un mes, todos podríamos haber sido felices… en París!

– Venga, ¿no crees que todo irá bien? -preguntó Valentine.

– ¡Todo irá formidablemente bien! -dijo gruñendo Mathias, que acabó de arrancar el trozo de mostrador-. Ya adoro el barrio. ¿Y cuándo piensas hablar con tu hija?

– Esta tarde.

– ¡Formidable! ¿Y cuándo te vas?

– A finales de semana.

– ¡Formidable!

Valentine posó su mano sobre los labios de Mathias.

– Todo saldrá bien, ya verás.

Antoine entró en el restaurante y se dio cuenta enseguida de la cara de circunstancias de su amigo.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

– ¡Formidable!

– Me voy -dijo inmediatamente Valentine, a la vez que abandonaba su taburete-. Tengo un montón de cosas que hacer. ¿Vienes, Emily?

La niña se levantó, besó a su padre y después a Antoine, y se reunió con su madre. La puerta del establecimiento se cerró tras ellas.

Antoine y Mathias estaban sentados uno al lado del otro. Yvonne rompió el silencio al dejar un vaso de coñac sobre el mostrador.

– Toma, bébetelo, es un remedio… formidable.

Mathias miró a Antoine y a Yvonne por turno.

– ¿Cuánto tiempo hacía que lo sabíais?

Yvonne se excusó diciendo que tenía mucho trabajo en la cocina.

– ¡Tan sólo unos días! -respondió Antoine-. Y además, no me mires así, no me correspondía a mí decírtelo… Y no era algo seguro…

– ¡Bueno, pues ahora lo es! -dijo Mathias, bebiéndose el coñac de un trago.

– ¿Quieres que te lleve a ver tu nueva casa?

– Me parece que por ahora no hay gran cosa que visitar -repuso Mathias.

– Hasta que recibas tus muebles, te he instalado una cama en tu habitación. Ven a cenar con nosotros -propuso Antoine-. Louis estará encantado.

– Quiero a Mathias para mí-dijo Yvonne, interrumpiendo su conversación-; hace meses que no lo veo, tenemos muchas cosas que contarnos. Venga, Antoine, tu hijo se impacienta.

Antoine dudaba en abandonar a su amigo, pero como Yvonne lo presionaba, se resignó y, al irse, le murmuró al oído que todo iba a ir…

– … ¡Formidable! -concluyó Mathias.

Cuando subía por Bute Street con su hijo, Antoine llamó al escaparate de Sophie. Ella se reunió fuera con él enseguida.

– ¿Quieres venir a cenar a casa? -preguntó Antoine.

– No, eres un cielo, pero aún no he terminado todos los ramos.

– ¿Necesitas ayuda?

El codazo que Louis asestó a su padre no le pasó desapercibido a la joven florista. Ella le pasó la mano por el cabello.

– Iros, es tarde, y me sé de uno que debe de tener más ganas de ver dibujos animados que de jugar a ser florista.

Sophie se acercó para besar a Antoine, y él le deslizó una carta en la mano.

– He puesto todo lo que me has pedido, sólo tienes que copiarla con tu letra.

– Gracias, Antoine.

– ¿Y algún día nos presentarás a ese tipo al que escribo…?

– Algún día, te lo prometo.

Al final de la calle, Louis tiró a su padre del brazo.

– ¡Oye, papá, si te aburre cenar solo conmigo, me lo podrías decir sin más!

Y mientras su hijo aceleraba el paso para dejarlo atrás, Antoine le soltó:

– He preparado para los dos una cena que te va a encantar: croquetas caseras y un suflé de chocolate, todo cocinado por tu padre.

– Ya, ya… -dijo Louis entre dientes, mientras subía al Austin Healey.

– Mira que tienes mal carácter -repuso Antoine mientras le colocaba el cinturón de seguridad.

– ¡Pues igual lo tengo!

– Igual que tu madre, no te creas…

– Mamá me envió ayer un correo electrónico -dijo Louis mientras el coche se alejaba por Brompton Road.

– ¿Está bien?

– Por lo que me ha dicho, son las personas de su alrededor las que no están muy bien. Ahora está en Darfur. ¿Dónde está eso exactamente, papá?

– Sigue estando en África.

Sophie recogió las hojas que había barrido de las antiguas jardineras de la tienda. Arregló el ramo de rosas blancas del gran jarrón de la vitrina y puso un poco de orden en las ramas de rafia suspendidas por encima del mostrador. Se quitó su blusa blanca y la colgó en la percha de hierro forjado. Tres hojas sobresalían de su bolsillo. Cogió la carta escrita por Antoine, se sentó en el taburete de detrás de la caja y comenzó a copiar las primeras líneas.

Algunos clientes acababan de cenar en la sala. Mathias cenaba solo en el mostrador. El turno llegaba a su fin. Yvonne se hizo un café y fue a sentarse a un taburete cerca de él.

– ¿Estaba bueno? Si me respondes que «formidable», te doy una bofetada.

– ¿Conoces a un tal Popinot?

– Nunca he oído hablar de él, ¿por qué?

– Por nada -dijo Mathias mientras tamborileaba con los dedos sobre el mostrador.

– ¿Has conocido a Glover?

– Es una celebridad del barrio. Un hombre discreto y elegante, inconformista, un enamorado de la literatura francesa. No sé qué mosca le ha picado.

– ¿Una mujer, tal vez?

– Siempre lo he visto solo -respondió Yvonne secamente-, y además, ya me conoces, jamás hago preguntas.

– Entonces, ¿cómo lo haces para saber todas las respuestas?

– Me dedico a escuchar más que a hablar.

Yvonne posó su mano sobre la de Mathias y la agarró con ternura.

– Te adaptarás, no te preocupes.

– Me parece que eres optimista. ¡En cuanto pronuncio dos palabras en inglés, mi hija se echa a reír!

– Te aseguro que nadie habla en inglés en este barrio.

– Así pues, ¿Valentine te había contado sus planes? -preguntó Mathias mientras apuraba el último trago de su vaso de vino.

– ¡Has venido aquí por tu hija! ¿No contarías con recuperar también a Valentine cuando te viniste a instalar aquí?

– Cuando se ama, no se cuenta con nada, me lo has repetido cien veces.

– Todavía no te has recuperado, ¿verdad?

– No lo sé, Yvonne; a menudo la echo de menos, eso es todo.

– Entonces, ¿por qué la engañaste?

– Fue hace mucho tiempo, cometí una estupidez.

– Pues sí, tal vez, pero ese tipo de estupideces uno las paga toda la vida. Aprovecha esta aventura londinense para pasar página. Eres un hombre más bien guapo; si yo tuviera treinta años menos, te tiraría los tejos. Si la felicidad llama a tu puerta, no la dejes pasar.