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Mathias se miraba en el espejo colgado encima del lavabo. No le preocupaba que Audrey hubiera puesto fin a su intercambio de mensajes, pues ella estaba en la sala de montaje y comprendía muy bien que tenía trabajo… «Yo también estoy ocupado, estoy comiendo con mi hija, todos estamos muy ocupados… De todas maneras, como está trabajando en las imágenes de Londres, forzosamente tiene que estar pensando en mí… Ha debido de ser su técnico el que la ha llamado al orden, conozco bien a este tipo de hombre, malencarado y celoso… Tengo un aspecto horrible hoy… Está bien que haya escrito que tenía ganas de verme, no es su estilo decir cosas que no piensa… Tal vez debería ir a cortarme el pelo…»

Sentados a una mesa, Antoine y Louis atacaban su segundo plato de nems. La puerca del restaurante se abrió. Emily entró y fue a sentarse con ellos. Louis no hizo comentario alguno y se contentó con saborear el puré de su mejor amiga.

– ¿Todavía está con el teléfono? -preguntó Antoine.

Y, como era su costumbre, Emily respondió que sí con la cabeza.

– Ya sabes, está contrariado, no te preocupes. Son cosas que nos pasan a los mayores, es algo normal -dijo Antoine con voz tranquilizadora.

– ¿Te crees que nosotros no estamos preocupados nunca? -repuso Emily mientras pinchaba un nem del plato.

Mathias salió de los lavabos silbando. Emily ya no estaba en su sitio. Frente a él, en la mesa, su teléfono móvil había acabado en medio de su plato de puré. Sin salir de su asombro, se volvió y se cruzó con la mirada acusadora de Yvonne, que le señalaba el restaurante tailandés que había enfrente.

De camino al conservatorio de música, Emily caminaba a grandes pasos, sin dirigirle una palabra a su padre, quien, no obstante, hacía lo que podía para disculparse. Reconocía que no había estado muy atento durante la comida y prometía que no volvería a pasar. Y además, también a él le había pasado lo de hablar a su hija y que ésta no le respondiera, por ejemplo, cuando dibujaba. La tierra entera podía derrumbarse sin que ella levantara la cabeza de la hoja. Frente a la mirada incendiaria que Emily le lanzó, Mathias admitió que su comparación no había sido acertada. Para hacerse perdonar, aquella noche se quedaría en su habitación hasta que se durmiera. Antes de entrar a su clase de guitarra, Emily se puso de puntillas y besó a su padre. Le preguntó si su madre iría a verla pronto y cerró la puerta.

De vuelta a la librería, tras haberse ocupado de dos clientes, Mathias se instaló tras su ordenador y se metió en el sitio de internet del Eurostar.

A la mañana siguiente, cuando Antoine llegó a su despacho, McKenzie le presentó el proyecto de renovación del restaurante en el que había estado trabajando durante toda la noche. Antoine desplegó el juego de planos y los colocó frente a él. Examinó los dibujos del proyecto y se sorprendió agradablemente por el trabajo de su colaborador. El restaurante modernizado quedaría muy elegante, sin perder su identidad. No obstante, cuando consultó el cuaderno de las cargas técnicas y el presupuesto, escondido en el fondo del bolsillo, Antoine estuvo a punto de atragantarse. Llamó enseguida a su jefe de agencia. McKenzie, apenado, reconoció que tal vez se le había ido la mano.

– ¿Cree usted de verdad que si transformamos su restaurante en un palacio, Yvonne creerá que hemos utilizado materiales sobrantes? -gritó Antoine.

Según McKenzie, nada era suficientemente bueno para Yvonne.

– ¿Y recuerda usted que su obra maestra debe hacerse en dos días?

– Lo tengo todo previsto -respondió McKenzie con entusiasmo.

Los elementos se fabricarían en el taller, y un equipo de doce obreros, pintores y electricistas estaría a pie de obra el sábado para que todo estuviera acabado el domingo.

– Y la agencia también estará acabada el domingo -concluyó abatido Antoine.

El coste de semejante empresa era enorme. Los dos hombres no se dirigieron la palabra el resto del día. Antoine había clavado los planos del restaurante en la pared de su despacho. Lápiz en mano, iba de un lado a otro, yendo de la ventana a sus croquis, y de los croquis al ordenador. Cuando no dibujaba, intentaba rebajar el presupuesto de las obras. McKenzie, por su parte, estaba sentado en su sitio y lanzaba miradas rencorosas a Antoine, como si éste hubiera insultado a la propia reina de Inglaterra.

Al final de la tarde, Antoine llamó a Mathias. Iba a volver muy tarde, así que Mathias tendría que ir a buscar a los niños a la escuela y ocuparse de ellos esa noche.

– ¿Cenarás, o quieres que te prepare algo cuando vuelvas?

– La misma cena fría que la última vez sería fantástica.

– ¿Has visto que la vida en pareja a veces tiene cosas buenas? -concluyó Mathias antes de colgar.

En mitad de la noche, Antoine acababa los bocetos de un proyecto más realista. Sólo le quedaba convencer al gerente de la carpintería con la que trabajaba para que aceptara todas las modificaciones, y esperar que quisiera respaldarlo en esa aventura. La reforma debía empezar en dos semanas, tres como mucho; aquel sábado, cogería su coche a primera hora e iría a hacerle una visita con los planos. El taller estaba a tres horas de Londres, así que estaría de vuelta a medianoche. Mathias cuidaría de Louis y Emily. Feliz por haber encontrado una solución, Antoine dejó la oficina y volvió a su casa.

Demasiado cansado como para comer nada, entró en su habitación y se hundió en la cama. El sueño se apoderó de él antes de que pudiera desvestirse.

Aquella mañana hacía un frío glacial, y los árboles se doblaban bajo el ímpetu del viento. Habían vuelto a sacar los abrigos que habían guardado ante los aires primaverales, y Mathias, a la vez que calculaba la recaudación de la semana, pensaba en la temperatura que haría en Escocia. Las vacaciones se acercaban, y la impaciencia de los niños se hacía cada día más patente. Una cliente entró, hojeó tres obras que había cogido de los estantes y volvió a salir dejándolas en una mesa. «¿Por qué me fui de París para venir a instalarme a este barrio francés?», se dijo Mathias mientras volvía a poner los libros en su sitio.

Antoine necesitaba un buen café, algo que le permitiera mantener los ojos abiertos. La noche había sido muy corta, y el trabajo que le esperaba en la agencia apenas le dejaba tiempo para descansar.

Cuando volvía a subir por Bute Street a pie, entró rápidamente en la librería de Mathias y le informó de que debería hacer una visita fuera de la ciudad y que tendría que ocuparse de Louis. «¡Imposible!», había respondido Mathias, no podía cerrar su tienda.

– Pues te toca, los niños no tienen día de cierre -respondió agotado Antoine mientras se iba.

Se encontró con Sophie en la Coffee Shop.

– ¿Cómo va la vida entre vosotros dos? -preguntó Sophie.

– Tiene altos y bajos, como pasa en todas las parejas.

– Te recuerdo que no sois una pareja.

– Vivimos bajo el mismo techo, cada uno acaba por encontrar su sitio.

– Creo que por frases como ésa prefiero ser soltera -replicó Sophie.

– Sí, pero no lo eres.

– Tienes mal aspecto, Antoine.

– He estado toda la noche trabajando en el proyecto de Yvonne.

– ¿Y avanza?

– Empezaré las obras el fin de semana siguiente a regresar de Escocia.

– Los niños sólo me hablan de vuestras vacaciones. Esto se va a quedar muy vacío cuando os vayáis.

– Tienes al hombre de las cartas. El tiempo pasará más rápido.

Sophie esbozó una sonrisa.

– Se diría que te molesta que me vaya -dijo ella mientras soplaba sobre su té, que hervía.

– No, ¿por qué piensas una cosa así? Si tú estás feliz, yo estoy feliz.