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— Gracias, pero espero ganar lo suficiente por mi mismo. De lo contrario, me quitarías toda la diversión.

— Temía que te lo tomaras así. De acuerdo, no puedo darte órdenes; pero, por favor, recuerda cuánto significa para nosotros.

Barlennan asintió, con cierta sinceridad, y se encaminó nuevamente hacia el sur, Durante algunos días la isla siguió visible a popa, y a menudo tuvieron que cambiar de rumbo para eludir otras. En varias ocasiones vieron planeadores revoloteando sobre las olas, pero siempre eludían a la nave. Evidentemente, las noticias se propagaban con rapidez entre aquellas gentes. Por fin, la última extensión de tierra se perdió tras el horizonte, y los seres humanos vieron que no había ninguna mas delante. Como el tiempo estaba despejado, podían obtener nuevamente buenas fotos. A la latitud de cuarenta gravedades dirigieron la nave hacia el sureste para evitar la masa de tierra que, según Reejaaren, viraba hacia el este. La nave, en realidad, estaba navegando por un pasaje relativamente angosto entre dos grandes mares, pero al mismo tiempo demasiado ancho para que se notara desde el barco.

Se habían internado en el nuevo mar cuando sufrieron un pequeño accidente. A sesenta gravedades, la canoa, que aún los seguía al extremo de la línea de remolque, comenzó a hundirse. Mientras Dondragmer ponía cara de «te lo advertí» y guardaba silencio, jalaron la embarcación hasta la popa de la nave para examinarla. Había mucho metano en el fondo, pero, cuando la descargaron y la subieron a bordo, no hallaron ninguna filtración. Barlennan llego a la conclusión de que era culpa de la espuma, aunque el líquido era mucho mas claro que el océano. Echó la canoa al mar con su carga, pero asignó a un marinero la tarea de inspeccionarla cada varios días y achicar si era necesario.

La situación llego al clímax a doscientas gravedades, cuando ya habían efectuado mas de un tercio de la travesía marítima. Los minutos de luz diurna eran más largos con el avance de la primavera. El Bree se alejaba cada vez mas del sol y los marineros se distendían. Así pues, el individuo que vigilaba la canoa no estaba muy atento cuando la acercó a las balsas de popa y subió a bordo de la embarcación. No obstante, se despabiló enseguida, pues la canoa se ladeó y la madera esponjosa de los flancos comenzó a ceder. Al ceder los flancos, la canoa se hundió un poco, y los flancos continuaron cediendo y la canoa hundiéndose…

Como toda reacción de realimentación, esta concluyó en un tiempo muy breve. El marinero apenas tuvo tiempo de notar que el flanco de la canoa presionaba hacia dentro, cuando la embarcación se hundió y desapareció la presión externa. Buena parte del cargamento era más denso que el metano, e impidió el naufragio de la canoa, pero el marinero se encontró nadando en lugar de estar montado en algo. La canoa frenó, tirando de la cuerda y aminorando la marcha del Bree con una sacudida que puso alerta a toda la tripulación.

El marinero se encaramo al Bree y explicó lo que había ocurrido. Todos los tripulantes desocupados se precipitaron a popa, y pronto alzaron la cuerda con la canoa anegada.

Con algún esfuerzo, izaron a bordo la canoa y el cargamento bien amarrado, y enfocaron una de las radios hacia la escena. El objeto no fue muy revelador; la tremenda flexibilidad de la madera le había permitido recobrarse totalmente de su achatamiento, y la canoa había recuperado su forma original, sin presentar filtraciones. Confirmaron este hecho cuando la descargaron una vez mas. Lackland le echo un vistazo y no ofreció ninguna explicación.

— Solo contadme que sucedió, que vieron todos los testigos.

Los mesklinitas obedecieron, y Barlennan tradujo la historia del tripulante involucrado y de los pocos que habían visto los detalles. El primero fue, por supuesto, quien comunicó los datos más relevantes.

— ¡Cielo santo! — mascullo Lackland —. ¿De que sirve ir a la escuela secundaria si no recuerdas lo que aprendiste cuando lo necesitas? La presión en un líquido corresponde al peso del líquido que esta por encima del punto en cuestión, e incluso el metano pesa demasiado bajo doscientas gravedades. Además, esa madera no es mucho más gruesa que el papel. Es un milagro que haya resistido tanto.

Barlennan interrumpió este críptico monologo requiriendo información.

Lo principal era que cualquier objeto flotante debía tener una parte bajo la superficie, y que tarde o temprano esa parte se hundiría si era hueca. Barlennan evitó la mirada de Dondragmer durante la conversación con Lackland y no sintió ningún consuelo cuando el piloto señaló que por eso Reejaaren había descubierto su mentira. ¡Era imposible que su gente utilizara naves huecas! Los isleños ya sabían que esas naves resultaban inservibles en el lejano sur. Estibaron en cubierta la carga que llevaban en la canoa, y el viaje continuó. Barlennan no se decidía a despedirse de aquella navecilla inservible, a pesar de que ocupaba bastante espacio. Finalmente, disimuló su inutilidad atiborrándola de alimentos que no se podrían haber apilado a tanta altura sin los flancos de la canoa para retenerlos. Dondragmer señaló que reducían la flexibilidad de la nave al incrementar su longitud en dos balsas, pero el capitán decidió no preocuparse por ello.

Transcurrió el tiempo, cientos y miles de días. Para los mesklinitas, longevos por naturaleza, este transcurso significaba poco; para los terrícolas, en cambio, el viaje se volvía cada vez más tedioso, una parte mas de la rutina cotidiana. Observaban y charlaban con el capitán mientras la línea se alargaba despacio sobre el globo; medían y calculaban para determinar la posición y el curso mas indicado cuando él lo solicitaba; enseñaban inglés o trataban de aprender el idioma mesklinita de los marineros, que a veces también se aburrían. En síntesis, aguardaron, trabajaron y mataron el tiempo durante cuatro meses terrícolas, es decir, nueve mil cuatrocientos y pico días mesklinitas.

La gravedad aumentó, pasando de ciento noventa en la latitud donde se había hundido la canoa a cuatrocientos, seiscientos y más, como indicaba la balanza de resorte que era el medidor de latitud del Bree. Los días se alargaban y las noches se acortaban, hasta que al fin el sol recorrió totalmente el cielo sin tocar el horizonte, aunque se sumergía un poco en el sur. El propio sol parecía haberse encogido, y los hombres se habían habituado a el durante el breve período del perihelio de Mesklin. El horizonte, visto desde la cubierta del Bree a través de los visores, estaba siempre por encima de la nave, tal como Barlennan le había explicado pacientemente a Lackland meses antes. Ahora, el capitán escuchaba con tolerancia a los humanos cuando estos le aseguraban que se trataba de una ilusión óptica. La tierra, que por fin apareció delante, también estaba por encima de ellos. ¿Cómo podía una ilusión ser correcta? La tierra estaba de veras allí. Esto se demostró cuando llegaron a ella; pues llegaron, en efecto, a la boca de una ancha bahía que se prolongaba tres mil kilómetros hacia el sur, la mitad de la distancia restante hasta el cohete varado.

Navegaron bahía arriba, mas despacio a medida que se estrechaba hasta alcanzar las dimensiones de un simple estuario y los obligaba a maniobrar en vez de buscar vientos favorables con ayuda del Volador. Finalmente llegaron al río. Lo remontaron sin utilizar la vela, excepto en ciertos tramos favorables, pues la corriente, actuando contra el frente plano de las balsas, era más de lo que las velas podían soportar, dada la anchura del río.

En cambio, cuadrillas con cuerdas jalaban desde la costa, ya que, en esa gravedad, incluso un solo mesklinita podía ejercer bastante tracción. El tiempo continuó transcurriendo mientras los terrícolas superaban el tedio y la tensión crecía en la estación de Toorey. La meta estaba casi a la vista, y había muchas esperanzas.