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Hjelm decidió ser un poco más directo.

– ¿Por casualidad tú no habrás…?

Bruun abandonó por un instante la visión interior del divino espectáculo de cejas canosas y sangrientas, y le dirigió una mirada astuta.

– Pura suerte que hayan creado una unidad nueva precisamente ahora. El Grupo A, muy, muy secreto.

– No hay muchos caminos para esquivar a los de Asuntos Internos…

– Uno hace lo que puede. El Patapalo siempre está en mis pensamientos -Bruun dio una última calada y aspiró lo que quedaba del puro como si su boca fuera una aspiradora-. Tú pórtate bien, ¿eh? No quiero volver a pasar por esta mierda otra vez.

7

El Grupo A celebraba su primera reunión en una de las salas de conferencias más pequeñas del enorme complejo de edificios que alberga a la policía, situado en un rectángulo formado por las calles Kungsholmsgatan, Polhemsgatan, Bergsgatan y Agnegatan. En esta última, el edificio original, cuya construcción se inició en 1903, saca su amarillento pecho alimentando aún sueños de grandeza. Aquí está ahora el cuartel general de la policía de Estocolmo. El lado directamente opuesto de este rectángulo da a la calle Polhemsgatan y refleja otro ideal arquitectónico igual de absurdo: el de los años setenta. En este lugar se encuentra la Dirección General de Policía. Y por aquí entró Paul Hjelm a las tres menos unos pocos minutos. Lo estaban esperando. Un vigilante le indicó el camino hasta la pequeña sala de conferencias sobre un plano que colgaba en la pared junto a la entrada. Como no entendió nada, llegó con un poco de retraso. En la sala ya había cinco personas sentadas en torno a una mesa y todas ellas parecían estar casi tan desconcertadas como Hjelm. Éste se sentó en una de las sillas libres de la manera más discreta que pudo. En ese mismo instante, como por arte de magia, apareció un hombre rubio, con aire serio y de unos cincuenta años, enfundado en un elegante traje. Se colocó al final de la mesa, dejó descansar la mano derecha sobre el brazo telescópico del retroproyector y recorrió la estancia con la mirada buscando un rostro que al parecer no encontró. Abandonó la sala con un carraspeo. Justo cuando cerró la puerta, se abrió otra en la pared opuesta por la que entró el comisario de la policía criminal, Jan-Olov Hultin. Recorrió la estancia con la mirada buscando un rostro que al parecer no encontró.

– ¿Dónde está Mörner? -preguntó.

Cada uno de los integrantes del que probablemente era el proyectado Grupo A se quedó mirando con desconcierto a los demás.

– ¿Quién es Mörner? -preguntó Hjelm en un intento de ayuda poco útil.

– Había un hombre aquí hace un momento -intervino el único miembro femenino del grupo, una mujer de Gotemburgo que acababa de encajar sus primeras arrugas, algo que parecía importarle un bledo-. Pero ha salido hace nada.

– Seguro que era él -dijo Hultin en tono neutro; se sentó pesadamente y se ajustó unas pequeñas gafas de leer sobre su imponente nariz-. Es Waldemar Mörner, jefe de departamento en la DGP y formalmente el jefe de nuestro equipo. Tenía previsto pronunciar un pequeño discurso de introducción. Bueno, vamos a ver si vuelve.

A Hjelm le costaba imaginarse a aquel distinguido y eficaz hombre de tono de voz neutro actuando como un futbolista despiadado. Éste continuó:

– De acuerdo, ya sabéis de qué va esto. Sois, a falta de otro nombre mejor -y a falta de otras cosas también, por cierto-, lo que se va a denominar Grupo A. Dependéis directamente de la policía criminal nacional, pero vais a trabajar en estrecha colaboración con la policía de Estocolmo, y sobre todo, por supuesto, con su departamento de policía criminal, cuyas oficinas están aquí, a la vuelta de la esquina; ya que, Estocolmo, al menos de momento, es el lugar del crimen. En cualquier caso, lo importante es que, con independencia del rango que tengáis, sois formalmente superiores a los que os ayuden, sea la policía de Estocolmo o la nacional. Este caso tiene máxima prioridad, como se suele decir en las series de televisión. Como os hemos reclutado en diferentes distritos repartidos por todo el país no creo que os conozcáis todavía, así que propongo que empecemos con una presentación. Como ya sabéis yo me llamo…

La puerta se abrió de golpe y el hombre que ya había estado hacía un momento volvió a aparecer, jadeando y estresado.

– Pero si estás aquí, Hultin. Estaba buscándote por todas partes.

– Bueno -dijo Hultin-. Aquí tienes a tu Grupo A.

– Muy bien, estupendo -dijo Waldemar Mörner, acelerado, y dio un paso hacia adelante para colocarse igual que antes, con la mano apoyada en la parte saliente del retroproyector-. Bueno, caballeros. Y señora. Como ya sabéis, formáis parte de una unidad, elegida a dedo, compuesta por seis hombres, esto es, cinco hombres y una mujer, y doy por descontado que el comisario Hultin os ha informado de vuestras responsabilidades. A por ellos. Es de suma importancia para la seguridad del reino que paréis los pies a ese loco asesino en serie antes de que el país pierda a todos los nombres más destacados de nuestra industria. Vosotros y sólo vosotros sois los únicos capaces de interponeros en su carrera triunfal por las calles del país. Eh… Sí. Eso es… A lo que iba. Veo que sois jóvenes, ambiciosos y preparados para la gran misión. Sabéis lo que está en juego. Que empiece la partida. Que el ángel guardián de los policías os ampare.

Abandonó la sala al mismo ritmo con el que había entrado. Alguna que otra boca que se había abierto durante el discurso volvió a cerrarse. Jan-Olov Hultin entornó los ojos y se rascó los dos lagrimales por encima de las gafas como conteniendo algo.

– Bueno, entonces creo que ha quedado perfectamente claro para todos lo que hay que hacer -dijo con tranquilidad, y pasó un rato antes de que las sonrisas empezaran a extenderse alrededor de la mesa. Iba a tener que pasar bastante más tiempo antes de que aprendieran a interpretar del todo la ironía apenas perceptible de Jan-Olov Hultin-. Sigamos por donde íbamos. Como ya sabéis, me llamo Jan-Olov Hultin y llevo trabajando aquí bastantes años, casi siempre bajo las órdenes directas del anterior, y ampliamente conocido, jefe de la policía criminal nacional, cuyo nombre ya no se puede mencionar. Están a punto de nombrar a un nuevo jefe, con el flamante título de director de la policía criminal nacional, cargo con estatus de director general en la administración del Estado. Pero nada de títulos policiales ahora. Presentaos en el sentido de las agujas del reloj.

El abrupto paso de un tema a otro dio lugar a cierto desconcierto. Al final reaccionó un hombre calvo, algo obeso, de unos cincuenta años, que estaba sentado a la derecha en la desnuda sala de conferencias. Movía ligeramente el bolígrafo mientras hablaba.

– Bueno. Yo me llamo Viggo Norlander y llevo trabajando en este caso desde el principio. O sea, me han traído desde la policía criminal de Estocolmo, aquí, a la vuelta de la esquina. Sin duda soy el que menos camino ha recorrido para llegar. También veo que con toda probabilidad soy el mayor de todos. A excepción del maestro Jan-Olov, por supuesto.

Hultin asintió con la cabeza imperceptiblemente, sin inmutarse. Resultaba obvio que los dos se conocían bastante bien.

Al lado de Viggo Norlander estaba la mujer.

– Me llamo Kerstin Holm. Como seguramente ya habréis notado, me han importado desde la costa del Mar del Norte. He trabajado en la policía criminal de Gotemburgo toda mi vida adulta, aunque, ahora que lo pienso, también desde bastante antes.

Luego le tocó el turno al más joven y menudo de todos, un chaval moreno que no tendría más de treinta años. Hablaba con voz clara y nítida.

– Me llamo Jorge Chávez y hasta ayer fui el único poli sudaca de todo el distrito de Sundsvall. Dejo un gran vacío, os lo puedo asegurar. Al parecer, aquí hay representantes de todas las minorías; incluso la de los héroes, por lo que veo.