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– Dáselo tú, Fernando. Al fin y al cabo has sido tú quien te has ocupado de encargarlo, y has ido a Madrid a por ella…

– No. Se lo tienes que dar tú. La idea fue tuya.

– Bueno. ¡Queti, corre, ven aquí…! Toma, Migue, y feliz cumpleaños.

– Regalo.

– Sí, Migue, es un regalo… Te lo han dado los doctores, que te quieren mucho, igual que yo, lo que pasa es que como a mí el cabrón de mi marido me ha robado las tierras, pues…

– ¡Queti!

– ¡Pero si es verdad, doctora! Si no me ha dejado ni dos perras para comprarle bombones a esta infeliz. Trae, Migue, ¿quieres que te ayude yo a quitar el papel? Así… ¡Anda, mira qué chulo! Joyería Martínez. Abre tú la caja, por delante, levanta la tapa… Muy bien.

– Est… rella.

– Sí, Migue, es la estrella, pero ya no te pincharás con ella nunca más.

– Est…rella. Es mía, la estrella. Gracias.

– Claro que es tuya, si es la misma… Lo que pasa es que, ahora, como está metida dentro de este aro, las puntas no te pueden hacer daño. En cambio, si pasamos esta cadena por el agujerito de arriba… A ver… Ya está. Hemos mandado que le quiten el remache de atrás, ahora pesa mucho menos, y puedes llevarla colgada del cuello, ¿ves?, como si fuera un collar. Si no quieres, no tienes que quitártela ni para dormir. ¿Te gusta?

– Sí. La estrella… Es mía. Gracias, gracias.

– No te me irás a echar ahora a llorar otra vez, ¿verdad, Miguela?

– Sí. Gracias, gracias, gracias.

– Vamos, mujer, si era tuya, tuya desde el principio. Y en los cumpleaños se hacen regalos a las personas, ¿no? Venga, deja de llorar, Migue… Y no me des tanto las gracias. Tienes que aprender a no dar las gracias cuando no hace falta, ¿en…? Ven, Queti, quédate con ella, os he reunido aquí a todos porque tengo que daros una buena noticia… A ver, los del fondo, ¿se me oye bien? Vale. Lo que tenemos que deciros el doctor Salgado y yo es que por fin hemos conseguido dinero para convertir el jardín, que está todo requemado y hecho un rastrojal, en un patio. La semana que viene vendrá Matías el constructor, el de la Majada, ese que ya nos ha echado una mano otras veces, y empezará a trabajar con su cuadrilla. Me ha dicho que dentro de un mes habrán terminado, y tendremos un patio nuevo completamente liso donde sacar las sillas para tomar el sol, pasear, hacer fiestas y hasta comer al aire libre, cuando haga bueno. Plantaremos algunos árboles grandes para que den sombra, y dejaremos una praderita con césped. La parte de atrás no la vamos a tocar de momento, porque, aparte de que no nos llega el dinero, hemos pensado en sanear el terreno e intentar hacer un huerto, si os parece bien. Lo digo porque tendréis que ayudarnos, ¿alguno de vosotros sabe algo de huertos? Fernando y yo, ni a cultivar geranios en una maceta llegamos… Menos risas que estoy hablando en serio. Muy bien, Eusebio, tú que eres de La Rioja, ¿alguien más…? Los voluntarios, que levanten la mano.

Si ya sabía yo que acabaría pasando algo, si lo sabía, porque lo de Migue tenía que acabar mal y hay cosas que no se deben juntar nunca. Lo que dice el refrán, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, y el galán de Miguela era un muerto de verdad, no como Rafa, que sólo de verlo en la caja, tan joven y tan bien hecho, que hasta colores en las mejillas tenía todavía a pesar de lo delgadito que se me había ido quedando, ya me di yo cuenta de que no se me había muerto del todo, hasta antes de que me guiñara el ojo me di yo cuenta, porque nadie se lo cree, pero me lo guiñó, por éstas lo juro, que me guiñó el ojo desde la caja, mi niño. Entonces ya sabía yo que no, que lo suyo no era como lo de éste, el de Migue quiero decir, porque éste estaba muerto y bien muerto, lo que se dice muerto del todo, como los reyes godos, vamos, ya sin colores ni nada, con los dos pies bien plantados en el otro barrio. Y sin embargo, lo que son las cosas, el último día, cuando los obreros habían levantado ya casi todo el jardín, le vi entrar en la habitación, fíjate qué raro, si siempre era Miguela la que iba a verle, pero aquella vez no, aquel día vino él, a nuestro cuarto. La hormigonera estaba armando un escándalo de tres pares de narices, por decirlo así, a lo fino, no podíamos hablar ni nada, así que ella ni siquiera se volvió, siguió mirando por la ventana, y cuando él se acercó y la cogió de la mano, ¡anda!… ¡Pues no se había vuelto espeso, su novio! Pero lo que se dice espeso espeso, espesito como una persona de verdad, que ya ni se le transparentaba la carne ni nada, y Migue se dio cuenta, claro, y eso que ella siempre había podido tocarle, aun cuando estaba hecho de puro aire, yo notaba que ella le podía tocar, porque se le aplastaban los labios cuando le besaba, pero ahora debió sentir algo distinto, piel auténtica, debió sentir, la pobre Migue, y entonces empecé a temerme lo peor, porque ella le apretaba y le estrujaba la mano con sus dedos, y sonreía, daba como grititos de lo contenta que se había puesto, pero él estaba serio, como triste, si hasta a punto de llorar, me dio la sensación de que andaba, más gris y más oscuro que nunca… Aquella vez, a Migue ya no le cambió la cara, no le cambió pero es que nada, ni una pizca, yo tenía los puños apretados y ganas de rezar, habría empezado a rezar allí mismo, echada en el suelo de rodillas, si no me hubiera puesto tan nerviosa, ay, Dios mío, me decía yo, Dios mío, que se le vuelvan los ojos redondos por lo menos, siquiera los ojos, pero no, qué va, ahí estaba ella, tan contenta, venga sobarle la mano, una vez, y otra, y otra, y le cogía por la cintura, le hundía los dedos en los flancos, le palpaba los brazos y las piernas como si estuviera ciega, y se reía todo el tiempo, se reía con su maldita risa de tonta, la risa de siempre, los labios tan finos, los párpados tirantes, las pestañas tiesas, toda su cara encarnada, redonda, de mongólica vieja, y yo la miraba y ya no sabía lo que hacer… Sus ojos, al final me atreví a decírselo en voz baja, ya no me importaba que se deshiciera como la otra vez, qué me iba a importar a mí ya lo que pasara, y se lo pedí así, hablándole sin miedo, al menos cámbiale los ojos, por favor, hazlo por ella, los ojos siquiera, pero él volvió la cabeza para mirarme, y negó varias veces, la movía despacio, de un lado a otro, y nunca he visto a nadie tan triste, ni vivo ni muerto, no puedo, parecía decirme, ya no puedo, y entonces la mala bruja de Gregoria entró en la casa dando gritos…