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Sweeny extrajo una botella del bolsillo de su chaqueta y se echó un reconfortante trago. Todo lo demás que había podido averiguar no eran más que cotilleos y especulaciones típicas de un pueblo, y las vagas referencias de amigos y vecinos. No había ningún informe sobre la adopción en los archivos y Erza Nash, el abogado que había llevado el caso, había muerto y los papeles de su oficina en Bozeman habían sido quemados. Aquello era bastante desesperante. Toda la información que había reunido encajaba perfectamente con la historia de Adria y con el patético testimonio del hombre que aparecía en el vídeo, pero Sweeny podía oler algo allí que no encajaba bien.

Y tenía que ver con el dinero. El dinero que ella no tenía.

La señorita Nash podía tener todas las buenas intenciones que quisiera, pero Sweeny estaba convencido de que iba detrás de la fortuna de la familia Danvers. De alguna manera, aquella muchacha se las había apañado para llegar a la universidad y acabar licenciándose como la mejor de su clase en arquitectura y en economía, pero desde entonces solo había trabajado para una empresa constructora.

El día siguiente pediría un simple informe de sus cuentas bancarias, que confirmaría los rumores de la gente del pueblo, y después pediría cierta información a la Jefatura de Tráfico, que le pudiera dar una nueva perspectiva sobre aquella mujer y le pudiera ayudar a comprender cómo se había metido en aquella historia.

Echó otro trago de su botella y, sin quitarse los zapatos, se tumbó sobre la cama. Durante un par de días más tendría que quedarse en Balemy, un pueblo que era poco más que un cruce de caminos en medio de ninguna parte. Cuanto antes se marchara de allí, mejor para él. Su única pista era Ginny Slade, alias Virginia Watson Slade, y tenía que intentar seguir esa pista, aunque no iba a resultarle fácil. Aquello le costaría tiempo y dinero. Montones y montones de dinero de los Danvers.

Adria se frotó las vértebras de la nuca tras quitarse la ropa. Dejó el suéter sobre la cama y luego se quitó los pantalones. Pasándose los dedos por los bucles se acercó al baño, con su frío suelo de mármol, sus grifos dorados y sus espejos caros. Albornoces con el emblema «Hotel Danvers» en letras doradas colgaban de unas perchas al lado de una ducha lo suficientemente grande para dos personas. Abrió los grifos del jacuzzi y añadió al agua las sales de baño que poco antes había dejado allí la camarera. «Esto no se parece en nada al Riverview», dijo para sus adentros mientras se quitaba las medias y las bragas. Al cabo de un momento estaba ya sumergida en el agua caliente, dejando que los chorros relajaran sus agotados músculos. Con una mueca, cerró los ojos e intentó no pensar en Zachary Danvers y en las inoportunas emociones que provocaba en ella.

Para su maldición, o para la de ella, él era demasiado salvaje y atractivo. Se acordó de él mirando fijamente el retrato de Katherine, su madrastra, en el vestíbulo de la mansión de los Danvers. Sus ojos parecían cargados de secretos. ¿Y qué más? ¿Deseo? ¿Culpabilidad?

«Estás tomándote esto demasiado en serio», se dijo, mientras las burbujas de esencia de lavanda la rodeaban y el jacuzzi seguía masajeándola con chorros de agua caliente. ¿Cuándo fue la última vez que se había dado un baño de burbujas? ¿Hacía diez años? ¿Acaso veinte? No era ese el tipo de lujos en los que creía Sharon Nash, ni siquiera para una niña. Qué diferente habría sido su vida si hubiera crecido como una Danvers, rodeada de un tipo de opulencia que la mayoría de la gente solo llega a soñar, pero que para aquella familia parecía algo normal. ¿La familia? ¿Su familia? Cielos, no era una idea demasiado agradable.

Ya había decidido que Jason era una víbora y Tnsha no era mucho mejor; una mujer amarga y cargada de secretos. Zach era una persona hosca pero también un sarcástico seductor, y Nelson era una persona indescifrable, un hombre retorcido. Pero bueno, eso solo habían sido sus primeras impresiones.

«Probablemente sean todavía peores», se dijo sonriendo al pensar de nuevo en Zach. Había cometido el error de llamarla «Kat». ¿O lo había hecho a propósito? ¿Como una especie de prueba?

Metió los brazos en el agua y se puso a reflexionar en ello. Zach había cometido un desliz. El nombre de Kat había salido de sus labios en el momento en que se estaban besando y acariciando y…

Oh, cielos, ¿habría sucedido lo mismo con Katherine? ¿Su madrastra? Se imaginó cómo pudo haber sido la relación entre Zach y Kat. Había algo en todo aquello que no estaba bien. En absoluto. Su mente empezó a vagabundear por un oscuro y caliente camino, mientras recordaba la expresión de los ojos de él mirando el retrato de Kat. ¿Había en aquella expresión añoranza? ¿Deseo prohibido?

«Esto no te va a conducir a ninguna parte», se advirtió, mientras cerraba los grifos y la habitación quedaba en silencio. Intentó calmar su mente, apartar de ella los pensamientos que la hacían volver una y otra vez a Zach. No podía liarse con él. Lo contrario significaría un suicidio. Ninguno de los miembros de la familia confiaba en ella. Ni siquiera Zachary. Era mejor que no lo olvidara. Harían cualquier cosa con tal de desmentir su historia para demostrar que era una farsante.

Se recostó en la bañera cerrando los ojos y dejando que el agua caliente la rodeara por completo. Solo necesitaba un poco de tiempo para reposar. Relajarse…

Se incorporó, medio adormilada, con la ensoñación de cómo sería hacer el amor con Zachary Danvers; sentir sus fuertes brazos alrededor de su cuerpo, acariciar los músculos de su espalda, besarlo con un salvaje abandono y sin importarle las consecuencias, sin preocuparse por su propia identidad, simplemente amarlo sensual y totalmente, y sentirlo tensándose sobre ella, su cuerpo brillante, sus oscuros ojos rezumando pasión y… ¡Clic!

Abrió los ojos de golpe y se dio cuenta de que había estado soñando, se había quedado dormida lo suficiente para que el agua se hubiera enfriado. Aguzó el oído. Había oído algo… ¿la puerta?

– ¿Hola? -dijo, alcanzando una toalla y saliendo de la bañera. Sintió que se le ponía la carne de gallina y que la temperatura de la habitación era más fría de lo que debería ser-. ¿ Hay alguien ahí?

No hubo respuesta.

Y sin embargo tenía la sensación de que alguien había estado en su habitación.

Agarró uno de los albornoces y se deslizó sigilosamente hacia el dormitorio. Nada parecía fuera de lugar: su ropa estaba en el mismo sitio en que la había dejado, los zapatos reposaban al lado del armario. Las puertas dobles que daban al salón estaban entreabiertas, pero no recordaba si las había cerrado. Entró en el salón y vio que allí todo estaba exactamente como lo había dejado hacía apenas una hora.

La puerta estaba cerrada, aunque recordaba no haber echado el cerrojo.

«¿Qué más da? Quienquiera que haya estado aquí, si es que ha entrado algún intruso, debe de ser alguien relacionado con la familia. Tu familia. Todos ellos forman parte del clan Danvers. Todos tienen acceso a las llaves del hotel.»

«Eres una estúpida», se dijo, y echó el cerrojo que antes había olvidado cerrar.

Pero ¿por qué se iba a arriesgar alguien a entrar en su habitación?

«¿Es realmente tu habitación? ¿Y cómo sabes que no hay cámaras ocultas? ¿Cómo puedes estar segura de que en este momento no hay alguien que puede verte desnuda en el baño?»

«Basta ya -susurró para sí misma-. Esto no es más que un ataque de paranoia, nada más.»

A pesar de todo, miró con atención el techo y las paredes, buscando posibles cámaras ocultas, sintiendo escalofríos ante la idea de que alguien la pudiera estar observando en ese momento. Había sido una locura aceptar aquella habitación -aquel viejo hotel había sido remodelado hacía tan poco tiempo que bien podría disponer de todo tipo de material de vigilancia. Después de todo, no fue ella quien eligió la habitación. La eligió por ella uno de los miembros de la familia.