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«No seas tan desconfiada», se dijo, pero se quedó observando la alfombra en busca de huellas que denunciaran que allí había habido alguien más que ella. No pudo ver nada sospechoso, y tras buscar en el armario sin encontrar nada fuera de lugar, se puso el pijama y se metió bajo las mantas de la enorme cama de matrimonio.

No pasaba nada.

Nada.

Su imaginación le había jugado una mala pasada, eso era todo.

Pero en lo más profundo de su corazón, no lo creía. Ni siquiera por un segundo.

Zachary se echó la bolsa de viaje al hombro. Ya era hora de abandonar aquella ciudad. Estar alojado en el mismo hotel que Adria, en la misma maldita planta, era -como mínimo- andar buscando problemas.

Habían pasado dos noches desde la última vez que había estado con ella y había sido incapaz dé sacársela de la cabeza. Tenía bastantes cosas que hacer para mantenerse ocupado, intentando reparar los últimos fallos del maldito hotel, pero sus músculos se ponían en tensión cada vez que le parecía oír su voz o le parecía verla pasar. Nunca se había tenido por un estúpido y nunca había sentido nada parecido a un deseo irrefrenable. Siempre había mantenido la mente serena sabiendo en cada caso qué era lo que quería.

Hasta que se cruzó con Adria.

Fuera quien fuese aquella mujer, sus sentidos estaban exaltados y su normal claridad mental estaba ofuscada por ella. Era hermosa, endemoniadamente hermosa, y se parecía tanto a Kat que cada vez que se encontraba con ella tenía una extraña sensación de deja vu. Además, junto con aquel frío recuerdo, Adria había encendido en él la llama del deseo, haciendo trizas sus inhibiciones, calentándole la sangre y haciendo que perdiera el sentido de la realidad.

¿Qué le estaba pasando?

¿Era realmente su hermanastra?

¿O se trataba tan solo de que aquella mujer de peligrosa hermosura era tan codiciosa que estaba ciega a la realidad? ¿Estaba utilizando su innegable parecido con Kat en beneficio personal o realmente creía que ella era London?

¡Cielos, menudo desastre! Se acomodó la bolsa de viaje en el hombro y esperó a que el ascensor llegara a su planta. Esta vez se iba a marchar, aunque solo fuera por un tiempo. Agradecería las tres horas de conducción a través de las montañas y estaba ansioso por volver al rancho. Necesitaba poner tierra entre ellos y necesitaba tiempo para estar solo. Lejos del enigma que era Adria Nash. A Jason aquello no le iba a hacer ninguna gracia, pero no le importaba.

Una vez en el aparcamiento, dejó la bolsa de viaje en el asiento trasero y se dirigió hacia la casa de Jason en las colinas del este. Su hermano mayor le había pedido que se presentara allí para una reunión familiar y Zach había decidido hacer acto de presencia, para después dejar caer la noticia de que se marchaba. Solo necesitaba un poco de tiempo y de distancia para poner sus pensamientos en orden.

Las puertas del garaje estaban abiertas y el Jaguar de Jason aparcado al lado del Mercedes blanco de su mujer, Nicole. En la tercera plaza había un Rolls Royce negro que brillaba bajo la luz. Uno de los hombres que trabajaba como guarda y mecánico para la familia estaba abrillantando el impoluto guardabarros.

A Jason le encantaban todos esos juguetes. Desde las carreras de caballos a los coches de época; desde las esposas ricas hasta las jóvenes y sexuales amantes; a Jason siempre le habían gustado los juguetes.

Zach se quedó mirando aquella casa en la que había crecido. Intentando alejar de su mente los ingratos recuerdos, golpeó con los nudillos en la puerta principal y esperó. Al cabo de un momento, Nicole abrió la puerta sonriendo lánguidamente a su cuñado. Era una mujer de aspecto aniñado, con el cabello rubio platino y la piel bronceada. Se hizo a un lado para dejarle entrar. -Zachary.

– ¿Está Jason en casa? -Está en el sótano.

– Bien, bajaré a verle -añadió Zach cuando le pareció que ella tenía la intención de conducirle hacia aquella escalera en la que había jugado de niño.

Él y Nelson se habían deslizado por aquella escalera en cajas de cartón, habían hecho carreras subiendo y bajando los escalones uno a uno y habían echado a correr escalera abajo cuando Witt había intentado castigarles. Witt, agarrando con una mano a Zach por el cuello y sujetando con la otra firmemente su cinturón, había arrastrado a su segundo hijo varón por aquella escalera más veces de las que Zach era capaz de recordar. Parecía que Witt estaba determinado a domar su espíritu rebelde, y a pesar de los ruegos de Eunice de que «no la tomara con el chico, que no era más que un niño», Zach siempre había acabado sintiendo el escozor del cuero de la correa de Witt sobre su piel una y otra vez.

«¡Mierda!», dijo para sus adentros, mientras los recuerdos y el dolor zumbaban en su cabeza. Las palizas habían sido brutales, pero no habían conseguido doblegar a Zach. Apretando los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas, volvió a guardar aquellos amargos recuerdos en un rincón escondido de su memoria mientras giraba el último recodo de escalera.

Se encontró con su hermano mayor, con las mangas de la camisa arremangadas, tirando los dardos en una diana montada en una pared, al lado de una pequeña barra de bar. Una mesa de billar dominaba la sala y una chimenea de losa se abría en otra de las paredes. A través de unas puertas dobles correderas, se podía ver una sauna y un jacuzzi, y las paredes estaban repletas de trofeos: las cabezas de un oso, de un antílope y de un bisonte, que habían sido cazados por su abuelo, Juhus Danvers, quien se enorgullecía de ser un magnífico cazador. Un oso polar, con las garras extendidas, estaba de pie en una esquina, y entre él y un canguro podía verse una cebra. Los ojos vidriosos y los dientes relucientes de aquellos animales daban la bienvenida a todo el que entrara allí.

– ¿Qué has descubierto? -preguntó Jason sin mirarle, lanzando otro dardo que daba en el blanco.

– ¿De Adria? No mucho -contestó Zach, agarrando la bola blanca de la mesa de billar y haciéndola rodar entre sus manos. Sus conversaciones con Adria habían sido mínimas, pero aun así había conseguido averiguar algunas cosas que no tenía ninguna intención de compartir con Jason-. Creció en una pobre granja en Montana. Su madre era una especie de fanática religiosa y su padre la toleraba, aunque no era un fanático. -Apoyó una cadera contra la mesa de billar-. Está dispuesta a llegar hasta el final de esto sin importarle en absoluto las consecuencias.

– De modo que se trata de una investigación de carácter personal.

– Creo que solo está tratando de descubrir la verdad -dijo Zach, frunciendo el entrecejo y mirando hacia el fuego de la chimenea.

Jason le dirigió una mirada, luego lanzó otro dardo que salió fuera de la diana.

– Parece que estás empezando a sentir debilidad por lo que respecta a nuestra nueva pequeña hermanita.

– Aún pienso que es una farsante.

– Por supuesto que lo es. -Volvió a lanzar otro dardo y de nuevo hizo diana-. La estaremos observando y la veremos tropezar.

– Me vuelvo al rancho.

– Ahora no.

– Esta noche.

– ¿No puedes esperar? Me parece que Manny es muy capaz de… -dijo Jason mientras uno de sus ojos empezaba a parpadear en un tic.

– Volveré dentro de unos días. Pero necesito hacer allí un par de cosas. Tengo que controlar cómo va el rancho y la oficina.

Jason estuvo a punto de replicarle, pero prefirió mantener la boca cerrada al oír pasos en la escalera. Trisha, sin molestarse en saludar a ninguno de sus dos hermanos, se acercó a la barra del bar y se sirvió un vaso de tequila.

– ¿Dónde está Nelson? -preguntó mientras se sentaba en un taburete y le echaba un trago a su bebida.