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Sophie se rió discretamente.

– Me gusta tu forma de pensar, tío Harry.

Él ahogó una risita y la miró con el entrecejo fruncido.

– ¿Llevas perfume?

– El de la abuela. Me he puesto demasiado, ¿verdad? -preguntó, y él asintió.

– Además hueles como si tuvieras ochenta años. ¿Por qué usas el perfume de Anna?

– Digamos que he estado en contacto con algo que huele fatal. El pelo me olía incluso después de lavármelo. Y eso que me lo he enjuagado hasta cuatro veces. Estaba desesperada. -Se encogió de hombros-. Lo siento; pero, créeme, es mejor esto.

Él tomó la mata de pelo que Sophie llevaba recogida en la nuca y la estrujó.

– Sophie, aún llevas el pelo chorreando. Vas a pillar una pulmonía triple.

Ella sonrió.

– Puede que yo huela como la abuela pero tú hablas igual que ella.

Harry pareció contrariado, pero de pronto se echó a reír.

– Tienes razón. Dime, ¿por qué has venido hasta aquí con el pelo chorreando, Sophie? ¿No podías dormir?

– Exacto. Tenía la esperanza de encontrarte despierto.

– Aquí estoy, con Bette Davis. La extraña pasajera. Buenísima. Ya no se hacen…

– Películas así. -Sophie terminó la frase en tono cariñoso. La había oído cientos de veces durante su vida. Siendo niña supo que su tío era un insomne crónico que dormitaba en su sillón mientras por el televisor pasaban películas antiguas. Siempre le había resultado muy tranquilizador saber que, si alguna noche lo necesitaba, lo encontraría en su sillón dispuesto a escucharla y ofrecerle consejo. O, a veces, su mera presencia.

Siempre lo había tenido allí; siempre.

– La primera vez que bajé y te encontré aquí sentado estabas viendo una película de Bette Davis. Esa vez era Jezabel. Buenísima -bromeó, pero el semblante de Harry había cambiado, se había puesto serio.

– Ya me acuerdo -dijo en tono quedo-. Tenías cuatro años y habías tenido una pesadilla. Estabas muy graciosa bajando la escalera con los patucos del pijama.

Sophie recordaba muy bien ese sueño, recordaba el terror que le producía despertarse en una cama extraña. En esa etapa de su vida las camas siempre eran extrañas. Harry, la abuela y Katherine habían hecho que las cosas cambiaran. Les debía mucho.

– Me encantaba ese pijama con patucos. -Lo había heredado de su prima Nina, que a su vez lo había heredado de su prima Paula. La prenda de franela había sido lavada cientos de veces, y los patucos llevaban cientos de remiendos, pero Sophie lo consideraba lo más valioso que había tenido jamás-. Era muy suave, nunca he tenido otro tan calentito.

Los ojos de Harry emitieron un destello y su mandíbula se tensó, y Sophie supo que estaba recordando el raído pijama de algodón que llevaba la vez que, sin explicación alguna, la encontró plantada en la puerta de su casa. Era una noche igual de fría que la presente y Harry se puso muy furioso. Años después, Sophie comprendió que con quien estaba furioso era con su madre.

– Al principio ni siquiera me di cuenta de que estabas llorando. No me di cuenta hasta que vi tu cara.

Sophie recordaba la primera noche en que bajó la escalera; estaba aterrorizada y temblando a causa de la pesadilla, pero más le aterrorizaba hacer ruido.

– Tenía miedo de despertar a alguien. -Había aprendido que no debía molestar a su madre por las noches-. Tenía miedo de que te pusieras furioso y me echaras de tu casa. -Frotó la frente de Harry con el pulgar para hacer desaparecer su ceño-. Pero no lo hiciste. Me tomaste en brazos y me sentaste en tu regazo, y juntos vimos Jezabel. -De ese modo Sophie encontró un lugar seguro por primera vez en su vida.

– ¿A qué vienen tantos recuerdos, Sophie? ¿Qué te ha ocurrido hoy?

«¿Por dónde empiezo?»

– He estado todo el día ayudando a Katherine. No puedo contarte gran cosa, pero digamos que he estado en una «excavación».

Sophie dibujó las comillas en el aire.

– Has visto un cadáver. -El tono de Harry se endureció-. Eso explica lo del perfume. Es una irresponsabilidad enorme por parte de Katherine. No me extraña que no puedas dormir.

– Soy adulta, tío Harry. Puedo soportar ver un cadáver. Además, Katherine no creía que fuera a verlo. Se ha sentido fatal. -Sophie se volvió para mirar a Harry a los ojos y dio un hondo suspiro-. Pero se ha sentido mucho peor cuando la he visto cerrar la cremallera de la bolsa.

Harry dejó caer los hombros y sus ojos se llenaron de pesar.

– Vaya. Lo siento mucho, cariño.

Ella forzó una sonrisa.

– Estoy bien, solo que no podía quedarme en esa casa esta noche.

– Pues dormirás aquí, en tu antigua habitación. Mañana tengo el día libre, te prepararé gofres.

Ahora era Harry quien parecía un niño. Sophie esbozó una sonrisa, esta vez auténtica.

– Se me hace la boca agua, tío Harry; lástima que deba marcharme muy temprano. Tengo que volver a casa de la abuela y sacar a las perras, y luego tengo que trabajar en el museo todo el día. ¿Qué tal si quedamos para cenar?

– No deberías cenar con un viejo como yo. Tendrías que salir con algún hombre de tu edad, Sophie. Llevas seis meses aquí, ¿no has conocido a nadie que te guste?

El atractivo rostro de Vito Ciccotelli asaltó su mente y Sophie frunció el entrecejo. Mierda; él le gustaba. Y además de gustarle, lo admiraba. Y lo que era peor aún, lo deseaba, incluso sabiendo que no podía ser suyo. El hecho de pensar en él le dejaba casi tan mal sabor de boca como los cadáveres.

– No. Todos los hombres que he conocido están casados, tienen novia o son unos cerdos. -Entornó los ojos-. A veces se hacen los decentes e incluso a una le da por ofrecerles cecina de ternera.

Él pareció alarmarse.

– Por favor, no me digas que ahora se llama «cecina de ternera» al sexo.

Ella lo miró desconcertada y al momento soltó tal carcajada que estuvo a punto de caerse del brazo del sillón. Se llevó la mano a la boca rápidamente para no despertar a su tía Freya.

– No, tío Harry. Que yo sepa la cecina de ternera es solo eso, cecina de ternera.

– La que habla idiomas eres tú, tú sabrás.

Sophie se puso en pie.

– ¿Qué dices a lo de la cena? Te invito a ir a Lou's.

– ¿A Lou's? -Arqueó los labios, pensativo-. ¿Podré pedir un sándwich de ternera con queso?

– No, solo puedes comer trigo germinado. -Ella alzó los ojos en señal de exasperación-. Pues claro que podrás pedir un sándwich de ternera con queso.

Él la miró con ojos chispeantes.

– ¿Con queso fundido?

Ella lo besó en la coronilla.

– Como siempre. Te espero allí a las siete. Sé puntual.

Estaba a media escalera, camino de su habitación, cuando oyó crujir el sillón.

– Sophie.

Ella se volvió y lo encontró mirándola con expresión triste.

– No todos los hombres son unos cerdos. Encontrarás a alguien que valga la pena. Te mereces lo mejor.

A Sophie se le hizo un nudo en la garganta y tragó saliva con decisión.

– Es demasiado tarde, tío Harry. Lo mejor se lo llevó tía Freya. Las demás tenemos que conformarnos con lo que queda. Nos vemos mañana por la noche.

Lunes, 15 de enero, 00:55 horas

Tino se encontraba sentado ante la mesa de la cocina cuando Vito salió de la ducha. Su hermano señaló un plato lleno de linguini con salsa de pollo de la abuela.

– Lo he calentado en el microondas.

Vito suspiró y se dejó caer en una silla.

– Gracias, no he tenido tiempo de cenar.

Tino entrecerró los ojos, preocupado.

– ¿Has ido al cementerio?

Aparte de Nick, Tino era la única persona que sabía lo que significaba ese día y cómo había muerto Andrea. Nick lo sabía porque estaba presente cuando ocurrió; Tino porque Vito había bebido demasiado y se desahogó con él. Pero su secreto se encontraba a salvo tanto con Tino como con Nick.