Выбрать главу

Porque era evidente que se había equivocado. Aceptar la oferta de trabajo de Ted Tercero había sido una de las mayores estupideces que cometiera en su vida. «Y mira que he llegado a hacer cosas estúpidas», pensó con más amargura aún. La imagen del atractivo rostro de Vito Ciccotelli asaltó su mente, pero enseguida la apartó. Al menos se había percatado de su treta antes de cometer una estupidez supina como acostarse con él.

– ¿Hola? -llamó.

– Estoy en el despacho. -Darla, la esposa de Ted, estaba sentada tras el gran escritorio atestado de cosas con un lapicero clavado en su pelo cano. Se encargaba de la contabilidad, lo cual significaba que la tarea más importante del museo (de ella dependía su sueldo) estaba en buenas manos-. ¿Qué tal el fin de semana, cariño?

Sophie sacudió la cabeza.

– Más vale que no te lo cuente.

Darla alzó la cabeza y la miró con preocupación.

– ¿Ha sufrido una crisis tu abuela?

Esa era una de las razones por las que a Sophie le agradaba Darla. Era una buena persona que se preocupaba por los demás. Y parecía alguien normal y corriente, lo cual la convertía en un bicho raro entre los Albright. A excepción de Darla, todos estaban… como una auténtica regadera.

Estaban el propio Ted, con su peculiarísima manera de dirigir un museo de historia, y su hijo, quien para Sophie siempre había sido Theo Cuarto. Theo tenía diecinueve años y era un chico ceñudo y airado que faltaba al trabajo más días de los que asistía. La cosa no habría supuesto mayor problema si no fuera porque el nuevo trabajo de Theo consistía en guiar las visitas vestido de caballero, y cuando él faltaba, la responsabilidad recaía en Sophie, la única persona lo bastante alta para ponerse su traje. Darla medía apenas un metro cincuenta y ocho y la hija de los Albright, Patty Ann, era aún más menuda.

Patty salió del vestuario femenino ataviada con un clásico traje chaqueta azul y Sophie la miró con recelo.

– Patty Ann va hoy muy elegante. ¿Cómo es eso?

Darla sonrió sin mirarla.

– Me alegro de que no sea miércoles.

Los miércoles Patty Ann iba de gótica. Los demás días de la semana uno nunca sabía con qué pinta iba a aparecer en el trabajo. La chica luchaba por abrirse camino como actriz y a su edad aún no tenía la personalidad completamente formada, por lo que se dedicaba a imitar a los demás. Pero no solía dársele muy bien.

Sophie dudaba que asignarle el puesto en recepción fuera una decisión acertada y se preguntaba cuántos visitantes, al verla, decidirían cambiar de idea y marcharse al Instituto Franklin o a otro verdadero museo, sobre todo los miércoles. Pero Sophie decidió mantener la boca cerrada porque, si bien detestaba guiar las visitas, aún detestaba más tener que saludar con buena cara a la afluencia de visitantes. «Cuánto echo de menos mi montón de piedras.»

Muy a su pesar, Darla levantó la cabeza y miró a Sophie.

– Theo está resfriado.

Sophie alzó los ojos en señal de exasperación.

– Y hay prevista una visita guiada del caballero. Fantástico. Joder, Darla… Lo siento. Hoy tenía pensado adelantar trabajo.

Darla pareció angustiarse.

– Ganamos mucho dinero con las visitas, Sophie.

– Ya lo sé. -Y se preguntaba hasta qué punto se estaba prostituyendo por ese dinero al participar en una actividad que degradaba la historia. No obstante, mientras Anna viviera necesitaba el dinero-. ¿A qué hora me toca actuar?

– La visita guiada del caballero es a las doce y media. La de la reina vikinga a las tres.

«Qué bien, qué alegría.»

– Allí estaré con toda la parafernalia.

Lunes, 15 de enero, 8:45 horas

– Estáis de suerte, chicos -dijo Katherine mientras sacaba el cadáver del Caballero del frío depósito-. El tipo llevaba un tatuaje, es posible que eso haga más fácil su identificación. -Retiró la sábana y dejó al descubierto uno de los hombros-. ¿Sabéis qué es?

Vito se agachó y aguzó la vista para examinar el tatuaje.

– Es un hombre.

– No es un hombre cualquiera. Si te fijas tanto como ayer te fijabas en Sophie lo entenderás.

A Vito se le encendieron las mejillas. No se había dado cuenta de que se notara tanto que miraba a Sophie Johannsen. Muerto de vergüenza, se volvió hacia el hombro de la víctima, pero al hacerlo captó la mirada burlona de Nick. La cosa no le habría sentado tan mal si Sophie no le hubiera dado calabazas de aquella manera. Aún se sentía dolido.

– Es una figura de color amarillo -dijo sin más.

Nick se asomó por encima del hombro de Vito.

– Es un Oscar. Ya sabes, la estatuilla de los premios cinematográficos.

Vito entrecerró los ojos.

– No es que el tatuaje esté muy bien hecho, pero puede ser. -Se incorporó y miró a Nick-. Puede que el Caballero fuera actor.

Nick se encogió de hombros.

– Servirá para empezar. Reducirá mucho la lista de personas desaparecidas.

Vito tomó la libreta de su bolsillo.

– ¿La causa de la muerte fue el agujero del vientre?

– Parece lo lógico. Hoy empezaré las autopsias. De momento solo he realizado exámenes externos en las tres víctimas de ayer. -Se volvió a mirar al Caballero y suspiró-. Pero este sufrió, de eso estoy segura.

– Debe de doler un poco que te arranquen las tripas -dijo Nick con sarcasmo.

– Solo espero que ya estuviera muerto cuando se lo hicieron, al menos cuando terminaron, aunque sinceramente no lo creo. Estoy bastante segura de que estaba vivo cuando le dislocaron todos los huesos principales.

Vito y Nick se estremecieron.

– Santo Dios -masculló Vito-. ¿Cómo pudieron…? Es un tipo imponente.

– Mide un metro noventa y uno y pesa ciento dos kilos -confirmó Katherine-. Y se resistió mucho. Tiene escoriaciones profundas en las muñecas y en los tobillos, lo habían atado con cuerdas. Ah, y ya he enviado una muestra de la cuerda al laboratorio, pero el resultado tardará, chicos. Aparte de tener los huesos dislocados y la cavidad abdominal vacía, parece estar en perfecto estado. -Levantó la mano-. Ah, y ya he pedido un informe toxicológico de la orina. No veo de qué forma habrían podido con él sin drogarlo. No he observado ningún traumatismo cefálico.

Nick exhaló un suspiro.

– ¿Sabes algo de la mujer?

– Murió desnucada. -Abrió otro cajón, el de la víctima femenina. La sábana formaba un pico sobre sus manos unidas-. Tenéis que verle la espalda. -Katherine levantó la sábana y empujó con cuidado a la mujer por la cadera de modo que la parte posterior del muslo resultara visible-. Tiene una serie de heridas muy profundas que forman un dibujo regular. -Los miró con expresión adusta-. Me parece que son de clavos.

A Vito empezaban a llenársele los ojos de lágrimas. Pestañeó y se fijó en el dibujo que formaban las heridas de la mujer. Todas eran redondas y pequeñas.

– ¿Solo las tiene en las piernas?

– No. -Katherine cerró el cajón-. En los muslos son más profundas, pero se observa el mismo patrón en la espalda, las pantorrillas y la parte posterior de los brazos. Por la profundidad de las de los muslos, diría que el peso de su cuerpo cayó sobre los clavos al sentarse.

El semblante de Nick se tensó de forma extraña.

– ¿Se sentó en una silla de clavos?

– O en algo parecido. Tiene los glúteos abrasados. No le queda nada de piel. -Katherine torció la mandíbula, tenía la mirada llena de rabia-. Y estuvo viva todo el tiempo.

A Vito se le revolvió el estómago al tomar conciencia de la extrema crueldad del asesino.

– Nos las vemos con un sádico particular. Quiero decir, ¿cómo puede alguien imaginar siquiera una silla de clavos?

Nick se sentó ante el ordenador de Katherine.

– Ven, Chick, mira esto.