Se detuvo junto al mostrador.
– Caballeros. ¿En qué puedo ayudarles hoy?
Nick le dirigió una mirada de alivio.
– Doctora Johannsen.
La mirada de Patty Ann se tornó mucho más peligrosa cuando la chica arqueó una de sus cejas depiladas en exceso.
– Son detectives, Sophie -dijo, y Sophie ahogó un suspiro. Parecía que Patty Ann había decidido adoptar un aire británico ese día. Ahora entendía la formalidad del traje azul marino-. Detectives de homicidios -añadió en tono amenazador-. Y quieren interrogarte.
Nick sacudió la cabeza.
– Solo queremos hablar con usted, doctora Johannsen.
Como Nick no era un cerdo, Sophie le dirigió una sonrisa.
– Estaba a punto de salir a comer. Puedo dedicarles media hora.
Vito le sujetó la puerta. No había pronunciado palabra pero tampoco había apartado sus penetrantes ojos del rostro de Sophie, quien a su vez le dedicó una mirada que esperaba resultara tan amenazadora como la que Patty Ann le había dirigido a ella. Cuando él frunció el entrecejo, Sophie se dio por satisfecha.
Le resultó muy agradable percibir el contacto del aire libre en el rostro.
– Si acabamos con esto pronto, se lo agradeceré. Ted tiene programada otra visita guiada y tengo que vestirme. -Se detuvo en el borde de la acera-. Así que disparen.
Vito miró hacia ambos lados de la calle. Era mediodía y había mucho movimiento de coches y de peatones.
– ¿Hay algún sitio donde podamos hablar en privado? -El ceño de su rostro le había teñido la voz-. No queremos que nos oigan.
– ¿Qué tal mi coche? -preguntó Nick. Los condujo hasta el vehículo y abrió la puerta del acompañante-. No querría que nadie se confundiera si la ve en el asiento de atrás -dijo con una sonrisa espontánea, y se coló en la parte trasera sin dilación.
Sophie observó que Vito le dirigía a Nick una mirada asesina antes de sentarse junto a ella en el lugar del conductor. En respuesta, Nick se limitó a arquear una ceja y Sophie se dio cuenta de que la estaban manipulando.
Ella, molesta, aferró el tirador de la puerta.
– Lo siento, caballeros, no tengo tiempo para juegos.
Vito la asió por el hombro con un gesto suave pero firme que la mantuvo en su sitio.
– No es ningún juego -dijo en tono grave-. Por favor, Sophie.
Ella soltó el tirador de mala gana y Vito la soltó a ella.
– ¿De qué va todo esto?
– En primer lugar, queremos agradecerle la ayuda de ayer -empezó Nick-. Pero al examinar los cadáveres que hemos desenterrado hasta el momento han surgido más preguntas. -Apoyó un hombro en el asiento del conductor y bajó la voz-. Hemos encontrado una extraña serie de perforaciones en una de las víctimas. Katherine cree que lo que las han producido son clavos o algún tipo de pinchos afilados. Las perforaciones empiezan en el cuello y bajan por la espalda y las piernas hasta media pantorrilla. La parte posterior de los brazos muestra perforaciones similares. Creemos que obligaron a la víctima a sentarse en una silla de clavos.
Ella negó con la cabeza mientras reflexionaba.
– Están de broma, ¿no? Por favor, díganme que es una broma. -Pero el recuerdo del rostro del cadáver destripado y con las manos atadas disipó sus dudas-. Hablan en serio.
Vito asintió una vez.
– Muy en serio.
Un escalofrío sacudió el cuerpo de Sophie.
– La silla inquisitorial -dijo con un hilo de voz.
– Nick encontró una foto en la página web de un museo -explicó Vito-. Por lo visto, esas sillas existían de verdad.
Ella asintió, en su mente se plasmaban imágenes horrendas.
– Ya lo creo que existían.
– Háblenos de ellas -le pidió Vito-. Por favor.
Ella respiró hondo con la esperanza de que su estómago se asentara.
– A ver… Bueno, en primer lugar, la silla era uno de los muchos instrumentos utilizados por los inquisidores.
– Hoy en día nadie espera topar con la Inquisición española -masculló Nick con gravedad.
– El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición es la más conocida, pero hubo muchas inquisiciones. -Resultaba más fácil instruirlos sobre el tema que pensar en las víctimas-. La primera fue la Inquisición medieval. Esa silla existió en los últimos tiempos del Tribunal del Santo Oficio, y tal vez existiera ya durante la Inquisición medieval, pero eso aún es tema de debate entre los historiadores. Si la usaban, no lo hacían tanto como la mayoría de los otros métodos e instrumentos de tortura.
Nick levantó la cabeza del cuaderno en el que estaba tomando notas.
– ¿Por qué no?
– Según las fuentes originales, los inquisidores obtenían mucho provecho con solo mostrarle la silla al acusado. Verla resulta aterrador, y mucho más al natural que en foto.
– ¿Usted ha visto alguna? -quiso saber Nick.
– ¿Dónde? -añadió Vito cuando ella asintió.
– En los museos. En Europa hay muchos con buenos ejemplares.
– ¿Y dónde podría obtenerse una de esas sillas en la actualidad? -la apremió Vito.
– No tiene que ser muy difícil fabricar una sencilla si alguien se lo propone en serio. Claro que las había más sofisticadas, incluso tratándose de la Edad Media. La mayoría tenían simples correas, pero otras contaban con una manivela que servía para tensar las correas y clavar más los pinchos. Y… -suspiró- algunas también tenían una chapa metálica que podía calentarse para quemar al acusado al mismo tiempo que se le clavaban los pinchos. -Vito y Nick intercambiaron una mirada y ella, horrorizada, se llevó la mano a la boca-. No.
– ¿Dónde podría obtenerse una silla así? -repitió Vito-. Por favor, Sophie.
Sophie empezó a hacerse cargo del verdadero significado de la pregunta, y una oleada de pánico apartó el horror que sentía. Dependían de sus conocimientos para atrapar a un asesino. De pronto, se sintió como una completa inepta.
– Miren, señores, mi especialidad son las fortificaciones medievales y las artes militares. Mis conocimientos sobre los instrumentos utilizados por la Inquisición son, en el mejor de los casos, muy básicos. ¿Por qué no me permiten que llame a un experto? El doctor Fournier, de la Sorbona, tiene renombre mundial.
Los dos hombres negaron con la cabeza.
– Tal vez acabemos haciéndolo si es absolutamente necesario, pero de entrada queremos que el asunto quede entre el mínimo número de personas posible -dijo Vito-. De momento nos basta con sus conocimientos. -Clavó sus ojos en los de Sophie, y la agitación que esta sentía en su interior empezó a calmarse-. Díganos lo que sepa.
Ella asintió y se estrujó los sesos para recordar más allá de la información básica que podía extraerse de cualquier página web. Se presionó las sienes con los dedos.
– Muy bien, déjenme pensar. O fabrica él mismo los instrumentos o los compra hechos. Si los compra hechos, podrían ser desde burdas imitaciones hasta los propios instrumentos originales. ¿Qué les parece?
– No lo sabemos -respondió Nick-. Siga hablando.
– ¿La distribución de las heridas es regular?
– Mucho -respondió Vito con tristeza.
– O sea que es meticuloso. Si ha fabricado él la silla, se ha fijado en los detalles. A lo mejor tenía algún dibujo o incluso un proyecto.
El rostro de Nick reflejaba toda la repugnancia que sentía.
– ¿Existen proyectos?
Vito se inclinó hacia delante con las cejas fruncidas.
– ¿De dónde podría haber sacado un proyecto?
Estaba tan cerca que Sophie percibió la fragancia de su aftershave y vio las gruesas pestañas negras que bordeaban sus ojos. Estos se entrecerraron y su mirada se tornó más intensa, y Sophie se dio cuenta de que ella también se le había acercado, como una mariposa nocturna atraída por la luz. Violenta y molesta consigo misma, se echó hacia atrás para dejar más espacio entre ambos.