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Lunes, 15 de enero, 15:00 horas

Encontraron a Katherine examinando unas radiografías. Vito se apostó tras ella, no tenía problemas para ver por encima de su cabeza. Andrea también era bajita; había veces en que Vito tenía miedo de hacerle daño. En cambio a Sophie Johannsen… le llevaba pocos centímetros. Al enfrentarse a él por lo de las rosas había observado que los carnosos labios de la chica quedaban a la altura de su barbilla. No era fácil hacerle daño físicamente, pero su vulnerabilidad interna lo conmovía. «Los tíos sois todos iguales.» Alguien la había herido. Y mucho. «Y cree que yo también soy de esos.»

Eso le había molestado. Y mucho. Tenía que hacerle saber que él no era de esos, aunque solo fuera por su propia tranquilidad.

– ¿Quién es ese tipo? -preguntó Nick con mala cara, y Vito centró de golpe su atención en la radiografía que miraba totalmente distraído-. ¿Es más importante que nuestras víctimas?

Vito escrutó el cráneo iluminado por la plancha.

– No es de los nuestros. No hay muestras de tortura. Este recibió un balazo entre los ojos.

– Es cierto, no hay muestras de tortura y recibió un disparo -convino Katherine-. Sin embargo, sí que es una de vuestras víctimas, chicos. -Alargó el brazo-. El cadáver corresponde a la uno-tres.

– ¿Qué?

– ¿Es nuestro? -preguntó Nick al mismo tiempo.

– ¿Qué quiere decir «la uno-tres»? -añadió Vito.

– Sí, es vuestro. La uno-tres es la tercera tumba de la primera fila. Era joven, de unos veinte años. La causa de la muerte fue la bala del cráneo. Lleva muerto un año, más o menos. Sabré más cosas en cuanto le practique unas cuantas pruebas.

Se dirigió al mostrador y tomó una hoja de papel. En ella había dibujado una tabla rectangular de cuatro filas y cuatro columnas, y había incluido anotaciones en todas las casillas excepto en tres.

– Esto es cuanto tenemos por el momento. Siete fosas vacías y nueve ocupadas. Jen ha desenterrado seis de los nueve cadáveres. Está cavando para sacar a la séptima víctima de la cuarta tumba de la primera fila, o sea la uno-cuatro.

– La cuarta fila está vacía -masculló Nick-. El tres-uno es un hombre de raza blanca, de unos veinticinco años, con traumatismos en la cabeza y el torso ocasionados con un objeto contundente. Traumatismos en la cabeza y el brazo derecho ocasionados con un objeto dentado. Brazo derecho casi cercenado. Muerto hace por lo menos dos meses. Contusiones en el torso y la parte superior de los brazos, de forma circular y de un diámetro aproximado de medio centímetro. -Alzó la vista-. Ese es el tercer cadáver desenterrado anoche.

– Exacto. El tres-dos es el de la mujer con las manos atadas juntas.

– Sophie nos ha hablado de la silla inquisitorial -dijo Nick con áspera voz de indignación-. Nuestro hombre utiliza un modelo de gama alta. Con clavos y planchas metálicas que se calientan al fuego.

Katherine suspiró.

– La cosa se pone cada vez mejor. El tres-tres es el Caballero.

– Warren Keyes -aclaró Vito-. Era actor.

– Me lo imaginaba. Por cierto, he terminado la autopsia. -Tendió el informe a Vito-. La causa de la muerte fue un paro cardíaco ocasionado por la pérdida de sangre. Su cavidad abdominal está vacía. No hay signos de heridas en la cabeza, pero tiene todos los huesos de los brazos y las piernas dislocados. La fuerza es vertical, no radial.

– Lo que indica que lo que hicieron fue estirárselos, no retorcérselos -concluyó Vito examinando el informe.

– Sí.

– Lo tumbaron sobre un potro -masculló Nick.

– Me parece una deducción lógica. Sin duda, estaba drogado.

– Según su madre, ya no consumía nada. Había estado en rehabilitación -explicó Vito.

– Eso es completamente plausible. Tiene las membranas nasales dañadas por la coca. Por cierto, he encontrado más sustancia blanca en su cavidad nasal.

– ¿Era grasa de silicona? -preguntó Nick.

– Lubricante de silicona, sí. En el laboratorio tratarán de averiguar la marca. No obstante, con la silicona había mezclada escayola. Le tapaba los senos paranasales.

Nick frunció el entrecejo.

– ¿Lubricante y escayola? ¿Para qué?

Un recuerdo empezó a aflorar en la mente de Vito.

– Una vez por Halloween, cuando era niño, en mi grupo de boy scouts hicimos máscaras de nuestras caras con escayola. Primero nos aplicamos crema hidratante para que la escayola se desprendiera mejor. El asesino hizo máscaras mortuorias de Warren Keyes y la mujer de las manos atadas.

– Luego aplicó la escayola sobre la mayor parte de su cuerpo -añadió Katherine-. Pero ¿por qué?

– Algo tiene que ver con las efigies medievales. -Vito sacudió la cabeza-. Quizá haya construido un sepulcro. No lo sé. Nada de todo esto tiene sentido todavía.

Nick se había vuelto hacia el plano que mostraba las tumbas.

– ¿Qué hay del anciano que han traído esta mañana?

– Ah, ese. -Katherine señaló con el dedo la segunda fila empezando por arriba-. En la segunda fila había dos cadáveres y dos tumbas vacías. Los cadáveres son de dos ancianos, un hombre y una mujer. -Arqueó una ceja-. La mujer está calva.

Vito pestañeó perplejo.

– ¿Le ha afeitado la cabeza? -preguntó, pero Katherine hizo un gesto negativo.

– Se sometió a una mastectomía.

– ¿Ha asesinado a una mujer con cáncer de mama? -Nick sacudió la cabeza-. ¿Qué clase de hijo de puta es capaz de asesinar a una mujer con cáncer?

– El mismo que es capaz de torturar y mutilar a sus otras víctimas -observó Katherine-. Aunque a la anciana no la torturó. Tiene el cuello roto, pero no presenta ninguna agresión más. Sin embargo el hombre es harina de otro costal.

– Está claro que a él sí lo torturó -masculló Vito mientras observaba a contraluz otras tres radiografías.

– El anciano de la dos-dos tiene la mandíbula rota y muchos traumatismos en la cara y el torso. Recibió golpes a mansalva; puñetazos, deduzco. Tiene la mandíbula dislocada y los pómulos machacados. Lo atacaron de forma despiadada, y con muchísima fuerza.

– Unas manos muy grandes -murmuró Vito-. El asesino es un tipo grandote, por fuerza tiene que serlo para mover a Warren Keyes, por muy drogado que estuviera.

– Estoy de acuerdo. El hombre tiene seis costillas rotas. Las fracturas del fémur fueron producidas por algo más grande y más duro. Tiene roto el fémur de las dos piernas. -Se dio media vuelta y los miró con las cejas arqueadas-. Ahora viene el plato fuerte.

– Mierda. -Nick suspiró-. ¿Qué?

– Le han cortado las puntas de los dedos. Por completo.

Vito y Nick se miraron.

– Alguien quiere que el anciano permanezca en el anonimato -concluyó Vito, y Nick asintió.

– Probablemente tuviera algo que ver con la ley. ¿Cuándo se los cortaron? ¿Antes o después de muerto, Katherine?

– Antes.

– Cómo no -masculló Vito-. ¿Cuánto tiempo lleva muerto?

– Diría que dos meses, tal vez más. Los cadáveres de los ancianos están en un estadio de descomposición parecido al de la víctima tres-uno, el hombre al que casi le arrancan un brazo.

– El que tiene los cardenales de forma circular -murmuró Vito-. ¿Alguna idea sobre lo que son?

– Todavía no, aunque no los he examinado con detenimiento. Uno de mis ayudantes descubrió los cardenales y tomó nota.

Nick se frotó la nuca con aire cansino.

– Y ahora tenemos al uno-tres con una bala en la cabeza. Sin duda de la era posmoderna.

– Lleva muerto un año, no unas semanas o pocos meses como los demás -añadió Vito-. Esto no tiene ningún sentido.

– De momento, no -convino Nick-. No conseguiremos encontrárselo hasta que identifiquemos a más víctimas. Hemos tenido suerte con Warren Keyes. ¿Has descubierto algo a simple vista que pueda servir para identificar a los otros?