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– Sí, el mismo. ¿Terminó la tesis?

– No, lo dejó. -Hizo una pausa, luego prosiguió con picardía-. Fue después de que tú abandonaras el proyecto. Alan se quedó deshecho.

Su voz denotaba burla y a Sophie se le encendieron las mejillas mientras se tragaba las palabras que le habría gustado decirle.

– ¿Sabes algo de él?

– ¿De quién? ¿De Alan? Claro. Hablamos a menudo. Te menciona mucho.

Ella se mordió la lengua aún más fuerte.

– No, de Kyle. ¿Dónde está?

– No lo sé. No he vuelto a saber nada de Kyle desde que estuvimos en Aviñón. Dejó el curso y yo me inscribí para formar parte del equipo de Alan en la excavación de Siberia. Así que, ¿estás en Filadelfia?

Sophie maldijo la pantalla de identificación de llamadas.

– Problemas familiares.

– Bueno, yo vivo en Long Island; aunque ya lo sabías. Podríamos… quedar.

«Solo cometí un estúpido error y aún lo estoy pagando.» Con alegría forzada en la voz, le mintió abiertamente.

– Lo siento, Clint. Estoy casada.

Él se echó a reír.

– ¿Y qué? Yo también. Eso antes no suponía ningún impedimento para ti.

Sophie exhaló un lento suspiro. De pronto, dejó de morderse la lengua y le dio rienda suelta.

– Foutre.

Clint volvió a reírse.

– Dime la hora y el sitio, cariño. Alan sigue considerándote una de sus ayudantes más hábiles. Llevo mucho tiempo esperando a comprobarlo por mí mismo.

Con la mano trémula, Sophie colgó el auricular despacio. Luego tomó la hoja de papel en la que había anotado el nombre de Alan Brewster y la arrugó hasta formar una prieta bola dentro de su puño aún más prieto. Tenía que haber alguien más con quien la policía pudiera ponerse en contacto.

Lunes, 15 de enero, 16:45 horas

– Toma. No volváis a decir que nunca os doy nada.

Vito levantó la vista cuando una bolsa de tiras de maíz aterrizó en el listado de personas desaparecidas que estaba examinando. Liz Sawyer se encontraba apoyada en el borde del escritorio, abriendo su propia bolsa. Vito miró el escritorio vacío de Nick, adonde Liz había lanzado otra bolsa.

– Las de Nick son con sabor barbacoa. Yo también las quiero con sabor barbacoa.

Liz se estiró e intercambió las bolsas.

– Dios Santo, sois peor que mis hijos.

Vito sonrió y abrió la bolsa de aperitivo.

– Pero aun así nos quieres.

Ella resopló.

– Sí, claro. ¿Dónde está Nick?

Vito se puso serio.

– Con el fiscal del distrito. Le han avisado para prepararlo para mañana.

Liz suspiró.

– Por desgracia, todos hemos sufrido un caso Siever. -Entornó los ojos-. Tú también tuviste uno, hace un par de años, justo sobre estas fechas.

Vito se comía las tiras de maíz con expresión hierática a pesar del nudo que se le había formado en el estómago. Liz quería sonsacarle información. Estaba seguro de que ella sabía que había algo oscuro en relación con la muerte de Andrea, pero nunca le había preguntado nada directamente.

– Justo.

Ella lo observó unos segundos más, luego se encogió de hombros.

– Ponme al corriente del caso de las tumbas. La noticia ha abierto el informativo este mediodía y desde entonces los teléfonos del departamento de relaciones públicas no han parado de echar humo. De momento estamos salvando la situación sin comentarios, como si la cosa acabara aquí, pero no conseguiremos aguantar así mucho más.

Vito le contó todo lo que sabían, hasta la visita al depósito de cadáveres.

– Ahora estoy examinando los informes de personas desaparecidas para tratar de identificar entre ellas a las víctimas.

– La chica de las manos unidas… Si Keyes era actor puede que ella también lo fuera.

– Nick y yo pensamos lo mismo. Cuando hayamos acabado con los informes de desaparecidos, sondearemos los bares de la zona de los teatros que suelen frecuentar los actores. El problema es que el rostro de la víctima está demasiado descompuesto para andar enseñando fotos.

– Llevad a uno de los retratistas al depósito. Que examine la estructura ósea y que haga lo que pueda.

Vito mascaba el aperitivo con desánimo.

– Ya lo hemos solicitado, pero los dos retratistas que hay en plantilla están con víctimas vivas y pasarán varios días antes de que tengan tiempo de ocuparse de una víctima mortal.

– Estoy harta de los recortes de presupuesto -masculló Liz-. ¿Tú sabes dibujar?

Vito se echó a reír.

– Sí, figuras geométricas y con regla. -Se puso serio y se quedó pensativo-. Mi hermano sí sabe dibujar.

– Creía que era psiquiatra.

– La psiquiatra es mi hermana Tess. El dibujante es Tino. Su especialidad son los retratos.

– ¿Lo hace a buen precio?

– Sí, pero no se lo digas a mi madre. Para ella todos somos unos santos. -Alzó las cejas con gesto cauteloso-. Tanto que incluso podrían ordenarnos sacerdotes.

Liz se echó a reír.

– Conmigo tu secreto está a salvo. ¿Ha hecho tu hermano algo parecido alguna vez?

Vito pensó en Tino.

– No. Pero es bueno. Y pondrá interés en ayudarnos.

– Entonces llámalo. Si le parece bien, tráelo y firma el permiso. Te las arreglas muy bien últimamente para encontrar ayuda gratis, Chick. Una arqueóloga, un retratista…

Vito se forzó a esbozar una sonrisa despreocupada.

– ¿Qué me he ganado por las molestias?

Liz se estiró para alcanzar la bolsa de tiras de maíz de Nick y se la arrojó a Vito.

– Ya lo sabes, no volváis a decir que nunca os doy nada.

Nueva York,

lunes, 15 de enero, 16:55 horas

– Derek, tengo que hablar contigo.

Derek levantó la vista de la pantalla del ordenador. Tony England se encontraba de pie en el vano de la puerta de su despacho, con los dientes apretados y la mirada encendida. Derek se recostó en la silla.

– Me preguntaba cuándo vendrías. Entra y cierra la puerta.

– Me he echado atrás por lo menos veinte veces en lo que va de día. Estaba demasiado enfadado para venir. -Tony alzó un hombro-. Todavía lo estoy.

Derek suspiró.

– ¿Qué quieres que haga, Tony?

– Que te portes como un hombre y le digas a Jager que no por una vez -le espetó, y apartó la mirada-. Lo siento.

– No, no lo sientes. Has trabajado para oRo desde que la empresa se creó. Has supervisado las escenas de lucha de los últimos tres juegos. Suponías que algún día ocuparías mi puesto, no que quedarías relegado a tener que trabajar para un advenedizo.

– Todo eso es cierto, Derek. Tú y yo formábamos un gran equipo. Dile que no a Jager.

– No puedo.

Los labios de Tony se crisparon.

– Porque tienes miedo de que te eche.

Derek dejó que disparara antes de contestar.

– No. Porque tiene razón.

Tony se tensó.

– ¿Qué?

– Que tiene razón. -Señaló la pantalla del ordenador-. He cotejado Tras las líneas enemigas con todos los trabajos anteriores. Es sensacional. En comparación, el último proyecto es de lo más mediocre. Si Frasier Lewis lo consigue…

– Se agotarán las existencias -dijo Tony sin ánimo-. Nunca te he creído… -Alzó la barbilla-. Me marcho.

Eso era lo que Derek esperaba.

– Lo comprendo. Si lo piensas mejor y decides cambiar de idea, no tendré en cuenta esta conversación.

– No cambiaré de idea. No pienso trabajar para Frasier Lewis.

– Pues llámame si necesitas una carta de recomendación; cuenta conmigo para lo que sea.

– Hubo un tiempo en que habría contado contigo para cualquier cosa -respondió Tony con amargura-. Pero ahora… Prefiero arreglármelas solo. Disfruta de tu dinero, Derek; cuando Jager te obligue a dejar el cargo, eso será todo cuanto te quede.