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– He organizado una minirreunión familiar -explicó Vito, y la ayudó a bajarse de la camioneta.

– ¿A eso llamas minirreunión? ¿Por qué la has organizado?

– Hay varios asuntos que tratar. -Miró a ambos lados de la calle aguzando la vista y Sophie se echó a temblar. Llevaba todo el camino desde la comisaría haciendo lo mismo, sin bajar la guardia ni un instante. Por otra parte, le había visto hablar con Katherine. Habían hecho las paces.

Seguro que ella le había contado algo. Resultaba imposible ignorar las preguntas que sus oscuros ojos traslucían cada vez que la miraba. También Sophie tenía preguntas que hacerle, pero Vito no había dispuesto ni siquiera de un minuto para hablar con ella desde que se despertaran a las cuatro de la madrugada. Incluso el camino de vuelta a casa se lo había pasado hablando por el móvil con Liz y Nick.

Durante las últimas horas, la unidad de transporte del estado había estado muy ocupada siguiendo la pista al presidente de oRo, Jager Van Zandt, en su trayecto por la I-95, gracias a las cámaras y los operadores de los peajes. Van Zandt había viajado a Filadelfia, lo cual a Vito le pareció muy interesante. Y, si se lo planteaba fríamente, también a Sophie se lo parecía. Mantener aquel grado de frialdad era lo único que la salvaba de caer en un estado de pánico absoluto. Y el pánico no le serviría de ayuda a nadie.

– ¿Qué asuntos? -quiso saber ella, y él la encaminó hacia la casa.

– El monovolumen es de mi hermano Dino. Ha venido a ver a sus cinco hijos, que llevan en mi casa desde el domingo. Cuánto tiempo se quedarán es uno de los puntos a tratar.

– ¿Cinco hijos?

Vito asintió.

– Sí, cinco. Ha sido muy emocionante.

Ella arqueó una ceja.

– Ahora entiendo por qué querías quedarte a dormir en mi casa. Solo lo hacías para poder descansar bien.

– Como si alguno de nosotros hubiera descansado bien una sola de estas noches. La mujer de Dino lleva unos días ingresada en el hospital. Otro de los puntos es enterarme de si hay novedades en cuanto a la fecha del alta. El viejo Volkswagen es de Tino. El Chevy es el coche de alquiler de Tess. El Buick es de mi padre; ha venido para conocerte.

Sophie abrió los ojos como platos.

– ¿Tu padre está ahí? ¿Voy a conocerlo? Tengo una pinta horrible.

– Estás preciosa. Por favor. Mi padre es un buen hombre y quiere conocerte.

Aun así, Sophie ralentizó el paso.

– Y… ¿dónde tienes la moto?

Él arqueó las cejas.

– En el garaje, con el Mustang. Si te portas bien, luego te los enseñaré. -Vaciló-. Sophie, si el asesino te observa, me habrá visto a mí también. Tengo que asegurarme de que no le ocurra nada a mi familia. Ese es el último punto a tratar.

– No había pensado en eso -musitó ella-. Tienes razón.

– Pues claro. Ahora entremos, aquí hace un frío brutal.

Sophie se vio arrastrada hasta una casa plagada de gente. En la cocina, una mujer con largos rizos castaños se encontraba frente a los fogones, mientras que un hombre alto con canas en las sienes mecía a un niño pequeño sobre su hombro. En la mesa había un adolescente con libros abiertos; estaba estudiando. En el sofá, un hombre musculoso con pelo cano y un niño sentado sobre una de sus rodillas veían la televisión a todo volumen. Otro niño yacía boca abajo en el suelo de la sala de estar con los ojos pegados a la pantalla, y un tercero se sentaba solo, obviamente malhumorado.

La única persona a quien Sophie reconoció fue a Tino; tenía el mismo aspecto que siempre había imaginado en los artistas del Renacimiento, con su pelo largo y sus ojos de mirada sensible.

Vito cerró la puerta y toda la actividad cesó. Sophie tuvo la impresión de haberse convertido de repente en el centro de atención.

– Bueno, bueno. -La mujer se acercó al vano de la puerta de la cocina con una cuchara en la mano y una sonrisa en el rostro-. Así que esta es la infame Sophie. Yo soy Tess, la hermana de Vito.

Sophie no pudo evitar sonreír a su vez.

– La mensajera. Gracias.

– Algún día me explicarás qué significado tiene ese cacharro y qué caray le pasa a la recepcionista del museo. Mientras tanto, bienvenida. -Tess la guió a la sala de estar y le presentó a todo el mundo sin entretenerse. Estaban Dino y Dominic. El niño pequeño era Pierce, el mayor era Connor y el malhumorado, Dante.

Entonces el hombre corpulento se levantó del sofá y de repente la sala pareció mucho más pequeña.

– Yo soy Michael, el padre de Vito. El retrato de Tino no te hace justicia.

Sophie pestañeó.

– ¿Qué retrato?

– No ha parado hasta conseguir que te dibujara -explicó Tino, y le tomó la mano-. ¿Cómo estás, Sophie? Hoy te han dado un buen susto.

– Ya estoy mucho mejor, gracias. -Se volvió hacia el padre de Vito-. Tiene usted unos hijos muy inteligentes y muy amables. Debe de estar orgulloso de ellos.

– Lo estoy. Y me alegro de ver por fin a Vito con una mujer. Empezaba a preocuparme que…

– Papá -le advirtió Vito, y Sophie se aclaró la garganta.

– Inteligentes, amables y varoniles -añadió ella, y oyó que Tess soltaba una risita.

Michael sonrió y Sophie descubrió de dónde había sacado Vito su aspecto de galán cinematográfico.

– Siéntate y háblame de tu familia.

Tess se apoyó en el brazo de Vito mientras su padre acompañaba a Sophie hasta el sofá con tanta solemnidad como si acompañara a una reina a sentarse en el trono.

– Estás perdido. Para cuando os marchéis ya le habrá sonsacado hasta el último detalle.

»Y luego yo le sonsacaré a él.

A Vito no le importó demasiado.

– Sophie sabe cuidarse. Tenemos que hablar, Tess.

La sonrisa que reflejaban los ojos de Tess se desvaneció.

– Ya lo sé. Tino me ha explicado que el asesino a quien buscáis fue a ver a Sophie ayer. Tiene que estar desquiciada. -Se sentaron a la mesa, con Tino, Dino y Dominic-. Habla, Vito.

– Todos habéis visto las noticias. Hemos descubierto un terreno plagado de cadáveres, y el hombre que los enterró allí ha estado observando a Sophie. No pienso perderla de vista.

Dino asintió con semblante adusto.

– ¿Y mis niños? ¿Corren peligro?

– No hay indicios de que el asesino esté pendiente de ningún policía. No obstante, es listo y sabe que andamos tras él, o sea que no puedo asegurarte nada. Hasta que todo termine, me mantendré alejado de esta casa.

Dino parecía hundido.

– No podremos volver a la nuestra hasta que no hayan cambiado toda la moqueta. Mientras, puedo buscar un piso de alquiler, pero me llevará unos cuantos días. Nadie más de la familia vive en una casa lo bastante grande para acogernos a todos.

– Sé que mamá y papá no tuvieron más remedio que vender la casa, pero ojalá hubieran tardado un poco más -rezongó Tino-. Allí cabían hasta diez niños.

La casa en que ellos habían crecido tenía muchas escaleras, todo lo contrario del piso en que ahora vivían sus padres. Eso le permitía a Michael conservar sus energías. Todos tenían las esperanzas puestas en cualquier cosa que sirviera para alargar un poco más la vida de su padre. De pronto, Vito deseó que el hombre viviera para conocer a sus hijos, a quienes imaginaba con el cabello rubio y los ojos verdes y vivos.

– Podemos irnos a un hotel -se ofreció Dino, pero su voz no denotaba mucha convicción.

– No, aquí estáis bien, Dino, de verdad. Y cuando Molly se recupere podéis instalaros en el piso de arriba. Yo me mudaré abajo, con Tino.

– Tiene razón -opinó Tino-. Tess, Dom y yo nos encargaremos de vigilar a los niños, y pronto Vito nos sacará de este apuro y podremos volver al bullicio habitual.

– Yo me quedaré por aquí hasta que Molly esté recuperada del todo -dijo Tess-, así que no tienes de qué preocuparte.

– ¿Y tu consulta psiquiátrica? -protestó Dino-. ¿Y tus pacientes?