Выбрать главу

– Así es, camarada inspector jefe. No me contó qué era. Dijo algo así como «Esa puta cree que me puede chantajear. Esto lo pagará caro. ¡Le romperé la cabeza!» Sí, era algo con que podía chantajearlo.

– ¿Le contó qué pensaba hacer?

– No, no me lo dijo. Parecía poseído por una rabia asesina y la maldecía como un loco.

– ¿Y entonces qué sucedió?

– Una noche, a mediados de mayo, apareció de pronto en mi casa para revelar fotos. Me dijo que tenía un problema con su cuarto oscuro. Esa noche la pasó en mi estudio. Era un domingo. Lo recuerdo porque mi mujer se quejó. Solemos acostarnos temprano los domingos. Varios días más tarde Wu me llamó y, durante la conversación, repitió dos o tres veces que la noche del 10 de mayo había venido a trabajar a mi casa. No entendí por qué insistía en la fecha hasta que uno de los policías me preguntó por esa noche.

– Usted contó al inspector Yu exactamente lo que Wu le había dicho, y así le procuró una coartada.

– Sí, pero yo no sabía que le había procurado esa coartada, ni sabía que Wu había cometido un asesinato. Después, miré la fecha. Ese domingo, en realidad, era el día 13 de mayo, pero cuando hablé con el inspector Yu, no me acordaba de eso.

– ¿Se lo preguntó más tarde?

– Le telefoneé al día siguiente y le dije que un policía me había interrogado. Me invitó al JJ Bar. Tomamos unas copas y me contó que iban a nombrarlo Ministro de Cultura de Shanghai, y que me pagaría con creces.

– ¿Le habló en algún momento de Guan?

– No, no habló de ella. Sólo me preguntó por la fecha que había dado al camarada inspector Yu. Pareció aliviado con mi respuesta.

– ¿Algo más?

– No, ese día no me dijo nada más y yo tampoco le pregunté. No le estoy ocultando nada, camarada inspector jefe Chen.

Comenzó a sonar el teléfono.

– Es el camarada asesor Yu. Dice que es urgente -apostilló Mailing-. ¿Quiere hablar con él?

– Sí, pásemelo.

– Hemos encontrado algo en el maletero del coche, inspector jefe Chen -le informó el Viejo cazador -. Un cabello largo de mujer.

– Envíe inmediatamente esa prueba al doctor Xia, y retengan a Guo como testigo.

Al inspector jefe Chen le había llegado la hora de presentarse en la oficina para enfrentarse a sus adversarios.

CAPÍTULO 39

Al día siguiente, mientras viajaba de pie en el autobús, Chen intentaba ordenar mentalmente su presentación en la reunión con el secretario del Partido Li y el superintendente Zhao. Con todo, lo distraía el aroma de un penetrante perfume mezclado con el no menos intenso olor corporal de una mujer que viajaba aplastada contra él. Incapaz de moverse, se resignó a seguir así, como una boba sardina enlatada, casi sin poder respirar.

El autobús avanzaba lentamente por la calle Yan'an. La gente subía y bajaba sin parar, abriéndose camino a codazos. Chen se preparaba para una confrontación que podía acabar de cualquier manera, pero que era inaplazable. El círculo se había cerrado: el móvil, las pruebas, los testigos. No quedaban más cabos sueltos. Ya no había excusas para no dar la cara.

En cuanto había recibido el informe del doctor Xia, la tarde del día anterior, Chen había llamado al secretario del Partido Li, quien lo escuchó y, por primera vez, no trató de interrumpirlo.

– ¿Está seguro de que Wu Xiaoming conducía el coche esa noche?

– Sí, estoy seguro.

– ¿Tiene el informe del doctor Xia?

– Todavía no, pero me ha confirmado por teléfono que el pelo encontrado en el coche de Wu pertenecía a Guan.

– ¿Y Guo también declarará en contra de Wu a propósito de su coartada falsa?

– Sí. Guo tiene que salvar el cuello.

– Así que cree que ha llegado el momento de cerrar.

– Tenemos más pruebas, y un testigo. Por lo demás, la coartada de Wu ya no sirve.

– No es un caso normal -Li se sumió en una profunda reflexión, y antes de seguir, lanzó un bufido en el teléfono-. Además, éste no es el mejor momento. Mañana tendremos una reunión con el superintendente Zhao. Entretanto, no diga ni una palabra de esto a nadie.

Cuando Chen llegó al despacho de Li, encontró una breve nota pegada a la puerta.

«Camarada inspector jefe Chen:

Por favor, espérenos en la sala de reuniones Número

Uno. Es importante. También vendrá el superintendente

Zhao.

Li»

No había nadie en la sala de reuniones. Chen se sentó en una silla tapizada de cuero en un extremo de la larga mesa. Mientras esperaba, revisó sus notas. Quería que su presentación estuviera bien organizada, un informe sucinto y al grano. Cuando acabó, volvió a mirar su reloj. Habían pasado veinte minutos de la hora convenida. La reunión no despertaba en él ningún optimismo. Tampoco creía que sus superiores la esperaran con gran expectación. Se escudarían en los intereses del Partido y lo apartarían de la investigación. En el peor de los casos, quedaría relevado de sus funciones, pero Chen no quería ceder, aunque tuviera que perder su trabajo y fuera expulsado del Partido. Como inspector jefe, se suponía que debía procurar que se hiciera justicia castigando al asesino, fuera quien fuera. Como miembro del Partido, sabía cuál era su deber. Era la primera lección del Programa de Educación. Por encima de todo, debía estar al servicio de los intereses del Partido. Ahí estaba el problema. ¿Cuáles eran los intereses del Partido? A principios de los años cincuenta, por ejemplo, el Presidente Mao había pedido a los intelectuales que señalaran los defectos de las autoridades, alegando que todo era en aras de los intereses del Partido. Sin embargo, cuando algunos se tomaron la invitación al pie de la letra, Mao se enfureció y tachó a los ingenuos críticos de derechistas y antisocialistas. Acabaron en prisión. La medida fue tomada en interés del Partido, como declararon los periódicos, justificando el discurso anterior de Mao como una táctica para que «la serpiente saliera de su cueva». Lo mismo había sucedido con diversos movimientos políticos, entre ellos la Revolución Cultural. Todo se hacía en interés del Partido. Después de la muerte de Mao, estos nefastos movimientos fueron definidos como «errores bienintencionados» que no debían minar los gloriosos méritos del Partido, y una vez más, los chinos aprendieron a olvidar el pasado en aras del Partido. Chen ya se había dado cuenta de la diferencia entre ser inspector jefe y ser miembro del Partido, sin pensar demasiado en la posibilidad de que las dos funciones se contradijesen, y ahí estaba ahora, esperando la solución final de aquel conflicto.

No había manera de dar un paso atrás. En el peor de los casos, el inspector jefe Chen estaba preparado para dimitir y trabajar en el restaurante del Chino de ultramar Lu. Durante la dinastía Han, Sima Xiangru lo había hecho. Había abierto una modesta taberna. Vestido con pantalón corto, sudando, vertía cucharones de vino de una enorme barrica. Wenjun lo había seguido, y también servía vino a los clientes, sonriendo como una flor de loto en la brisa de la mañana, con sus delicadas pestañas que recordaban a una cadena montañosa. Desde luego, quizá todos esos detalles eran producto de la romántica imaginación de Ge Hong, en Esbozos de la capital de Occidente. No obstante, le quedaría el consuelo de haber hecho un buen trabajo y de ganarse la vida igual que los demás, tuviera o no a Wenjun a su lado…, más bien a una chica rusa vestida con una falda china que dejase entrever sus muslos blancos, con su flamígera cabellera contrastando con las paredes grises. "Es absurdo perderse en esa fantasía", se dijo Chen mientras aguardaba el enfrentamiento en la sala de reuniones Número Uno.

Oyó pasos. Dos hombres aparecieron en el umbraclass="underline" el secretario del Partido Li y el superintendente Zhao. Chen se incorporó. Le extrañó ver que entraban en la sala varias personas más, entre ellas el inspector Yu, el comisario Zhang, el doctor Xia y otros miembros importantes de la policía. Yu se sentó a su lado con expresión de desconcierto. Volvían a reunirse por primera vez desde que Chen había regresado de Guangzhou.