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– Entiendo, secretario del Partido Li, pero ya lo he dicho en muchas ocasiones: no tengo nada en contra de los cuadros veteranos.

– Sin embargo, no todo el mundo piensa igual. No se puede saber lo que les pasa por la cabeza. A estas alturas del caso, la publicidad no le hará ningún bien.

– ¿ Y qué hay del inspector Yu?

– No se preocupe por él. Cerraremos el caso como un trabajo colectivo del Departamento. En cualquier caso, no se hablará demasiado de usted.

– Me temo que todavía no entiendo un final tan brusco.

– Ya lo entenderá, se lo aseguro. Usted ha cumplido con su trabajo, deje que ahora se ocupen otros del problema – prosiguió después de una pausa-. Le diré que no se trata sólo de una inquietud de nuestra oficina. Algunos camaradas importantes también la comparten con nosotros.

– ¿ Quiénes?

– No tengo por qué decírselo. Usted lo sabe…, o lo sabrá.

Habría sido inútil seguir preguntándole a Li.

– Le doy mi palabra. Se hará justicia. Usted estará ocupado con la conferencia, aunque le mantendremos informado.

– Gracias, camarada secretario del Partido Li, gracias por todo.

Para el futuro del inspector jefe Chen, el análisis del secretario del Partido Li tenía sentido, si es que todavía anhelaba ese futuro. Salió de la sala de reuniones sin más objeciones. No pudo encontrar al doctor Xia, que quizá no estuviera demasiado motivado para rellenar los formularios de solicitud. Buscó a Yu, pero tampoco tuvo mejor suerte. En su despacho, encontró una breve nota: «Ahora trabajo con Seguridad Interior. Mantendré la boca cerrada, como usted me ha aconsejado, y los ojos abiertos. Yu». Un inspector nunca podía ser demasiado cauto con Seguridad Interior. Más tarde, cuando el inspector jefe Chen se marchaba, se le acercó el sargento Liao.

– ¡Lo felicito! Ha hecho un trabajo estupendo.

– Gracias.

– Nos ocuparemos de que la solicitud de pasaporte de la señorita Wang sea atendida debidamente -añadió en un susurro-.

La señorita Wang… ¡ Oh!

Chen apenas se había acordado de ella en los últimos días, pero otras personas sí. El mismo Liao, que lo había llamado «entrometido que ni siquiera es capaz de cuidar de sus propios asuntos», se ofrecía para ocuparse de los cuestiones de Wang, dando por sentado que a Chen todavía le importaba. Ahora que había recuperado la confianza del Partido, Wang conseguiría su pasaporte. El sargento Liao era un farsante.

– Gracias -dijo estrechando enérgicamente la mano del sargento Liao-.

Pero Wang ya parecía tan lejos como aquella mujer de la que hablaba Li Shangyin:

«El maestro Liu lamenta que el monte Peng esté demasiado lejos. Y yo, mil veces más lejos que las montañas.»

Cuenta la antigua leyenda china que el maestro Liu, un joven de la dinastía Han, se aventuró en el monte Peng, donde había pasado momentos maravillosos con una bella mujer. Al volver a su aldea, ésta había cambiado tanto que Liu no la reconoció. Habían pasado cien años, y Liu nunca volvió a encontrar el camino hasta la montaña. Por eso, aquellos versos solían citarse como el lamento por una pérdida irrecuperable.

CAPÍTULO 40

Era el cuarto día de la Conferencia Nacional de Oficiales de la Policía. Durante años, el hotel Guoji, situado en la esquina de las calles Nanking y Huanghe, desde donde se dominaba los barrios más céntricos de la ciudad, había sido el edificio más alto de Shanghai. Al inspector jefe Chen le habían dado una lujosa suite en la planta número veintidós. Mirando por la ventana hacia el Este, con la primera luz grisácea de la mañana, alcanzaba a ver el edificio de los grandes almacenes Número Uno junto a otros establecimientos en la calle Nanjing que formaban una pintoresca sucesión de inmuebles en dirección al Bund, pero Chen no estaba de humor para gozar de la espléndida vista. Se dio prisa en vestirse. Su tarea durante los últimos días había sido intenso. No sólo actuaba como representante del Departamento de Policía de Shanghai, sino que también era el anfitrión de la Conferencia y, como tal, debía coordinar todo tipo de actividades. Los representantes, en su mayoría, eran superintendentes o secretarios del Partido de otras ciudades. Chen debía alternar con ellos tanto en interés propio como en el de la oficina. Como consecuencia, apenas había tenido tiempo para pensar en la evolución del caso. Aun así, lo primero que había hecho esa mañana, como cada día desde que estaba allí, era escabullirse para ir a una cabina de teléfono al otro lado de la calle. Le había pedido a Yu que no lo llamara a la habitación, salvo si se trataba de una emergencia. Con los de Seguridad Interior moviéndose en segundo plano, tenían que actuar con suma cautela. A la hora acordada, marcó el número de Yu.

– ¿Cómo van las cosas? -preguntó-.

– Bien. ¿Sabía que la directora Yao Liangxia, esa vieja marxista, ha llamado a nuestra oficina? Ha dicho que la Co misión de Disciplina del Partido nos apoya firmemente.

– ¿Ha dicho algo el secretario del Partido Li?

– Anoche, el Comité del Partido de la oficina tuvo una conversación telefónica con el alcalde. Sólo estaban presentes el secretario del Partido Li y el superintendente Zhao. Una conversación a puerta cerrada. Supongo que se habló de política.

– He sabido que Li no quiere decir ni una palabra de esas reuniones. ¿Hay información de alguna otra fuente?

– Wang Feng nos ha llamado y nos ha dicho que mañana el Wenhui sacará un reportaje a toda página.

– ¿Por qué?

– ¡El juicio de Wu es hoy! ¿No se había enterado, inspector jefe Chen?

– ¿Qué? No me había enterado.

– ¡Increíble! Pensé que le informarían de inmediato.

– ¿Tendrá usted que presentarse en el tribunal?

– Sí, yo estaré ahí, pero Seguridad Interior se encargará de dirigir el espectáculo.

– ¿Qué tal con los de Seguridad Interior?

– Bien. Creo que se lo han tomado en serio. Están reuniendo toda la documentación, aunque en realidad, no han verificado algunas pruebas y testigos.

– ¿A qué se refiere?

– Por ejemplo, el camarada Yang, de la gasolinera. Les sugerí que lo llamaran para identificarlo y que declarase como testigo en el juicio, pero ellos han dicho que no será necesario.

– ¿Y cuál cree que será el resultado?

– Wu será castigado, de eso no hay duda. Si no, no tiene sentido todo este montaje. El juicio podría durar varios días.

– ¿Pena de muerte?

– Seguro que gozará de un indulto, con el viejo Wu todavía ingresado. Antes bien, La gente no lo consentiría menos que eso.

– Sí, creo que es lo más probable. ¿Qué más le ha contado Wang?

– Quería que le transmitiera sus felicitaciones, el Viejo cazador también, el saludo de un viejo bolchevique. «Viejo bolchevique», una expresión muy suya. Hacía años que no se la había oído.

– Sí que es un viejo bolchevique. Dígale que lo invitaré a la Casa del Medio del Lago. Tengo una deuda muy importante con él.

– No se preocupe por eso. Le he oído decir que será él quien invite. El viejo no sabe qué hacer con su paga de asesor.

– Se lo merece, después de treinta años en el cuerpo, por no hablar de su aportación a la solución del caso.

– Y Peiqin está pensando en otra cena. Esta vez será mejor, puedo asegurárselo. Acabamos de recibir un auténtico jamón de Yunnan. -El inspector Yu, que debería haber superado hacía años la emoción que un "poli" sentía después de cerrar un caso, no paraba de hablar-. Es una pena. Se está perdiendo lo mejor.

– Sí, tiene razón. He estado muy ocupado con la Confe rencia. Casi me había olvidado de que estoy a cargo del caso.

Colgó y volvió deprisa al hotel. Tenía que conferenciar por la mañana y asistir a una mesa redonda por la tarde. Al final de la jornada, el ministro Wen debía pronunciar el discurso de clausura. Al cabo de poco rato, Chen volvía a estar desbordado por las minucias del evento. Durante la pausa de mediodía, intentó telefonear de nuevo para enterarse del juicio, pero en el vestíbulo lo detuvo el superintendente Fu, del Departamento de Policía de Beijing, con quien estuvo media hora hablando. Luego se le acercó otro director, y durante la cena no tuvo ni un respiro, porque llegó el momento de agradecer la asistencia a todos los invitados con un brindis, mesa por mesa. Después de la cena, lo buscó el ministro Wen, deseoso de conversar con él. Finalmente, después de los largos discursos, ya bien pasadas las nueve de la noche, consiguió salir del hotel hasta otra cabina telefónica en la calle Huanpi. Yu no estaba en casa. Marcó el número del Chino de ultramar Lu. Wang Feng lo había llamado.