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«Wu Xiaoming nació en una familia de cuadros superiores, pero bajo la influencia burguesa de Occidente, se convirtió en un criminal. La lección es clara. Debemos estar siempre alerta. El caso demuestra la firmeza de nuestro Partido en la lucha contra la corrupción y el crimen transmitidos por las influencias burguesas de Occidente. Los criminales, sea cual fuere su origen familiar, serán castigados en nuestra sociedad socialista. La imagen pura de nuestro Partido jamás será mancillada.»

El inspector jefe Chen no quiso seguir leyendo. Había otra noticia más corta, pero también en la primera página, sobre la Conferencia, y su nombre aparecía entre los cargos importantes que asistían a ella. Vio que algunas personas hablaban delante del quiosco de la prensa. Se habían enfrascado en una acalorada discusión.

– ¡La facilidad con que esos HCS ganan un montón de dinero! -dijo un hombre alto vestido con una camiseta blanca-. Mi empresa tiene que solicitar todos los años una cuota de exportación de productos textiles, aunque es muy difícil conseguir el permiso, así que mi jefe va a ver a un HCS, y el muy hijo de su madre sólo tiene que coger el teléfono y hablar con el ministro en Beijing. «Ay, querido tío, todos te echamos tanto de menos. Mi madre siempre habla de tu plato favorito… Por cierto, necesito una cuota de exportación. Por favor, ayúdame a conseguirla», y al poco rato este sobrino consigue su cuota en un fax firmado por el ministro, pero claro está, nos la vende por un millón de yuanes. ¿Usted cree que es justo? En mi empresa van a despedir a la tercera parte de los trabajadores, y les pagan sólo ciento cincuenta al mes «a la espera de nuevo destino». ¡Ni siquiera les alcanza para comprar una tarta de luna a sus hijos en las Fiestas de Otoño!

– Es mucho más que las cuotas, jovencito -le respondió otro hombre-. Consiguen esos altos puestos como si hubieran nacido para reinar sobre nosotros. Con sus contactos, su poder y su dinero, no hay nada que no puedan conseguir. Por lo visto, había varias actrices conocidas implicadas en el caso. Todas desnudas como blancas ovejas, triscando y berreando toda la noche. Wu no ha perdido el tiempo mientras estuvo vivo.

– Pues yo he oído que Wu Bing sigue en coma en el hospital de Huadong -intervino un hombre mayor que no parecía muy contento con el giro que cobraba la discusión-.

– ¿Quién es Wu Bing?

– El padre de Wu Xiaoming.

– Mejor para el viejo -dijo el hombre de camiseta blanca-. No tendrá que asistir a la humillación de la caída de su hijo.

– ¿Y qué? El padre debería ser responsable de los crímenes del hijo. Me alegro de que, por una vez, nuestro gobierno haya tomado una decisión justa.

– ¡Venga!, ¿usted cree que lo hacen en serio? Es como el viejo refrán «Matar al pollo para asustar al mono».

– Digan lo que digan, esta vez el pollo es un HCS, y a mi con ese pollo me gustaría prepararme un estofado, delicioso, tierno, con una pizca de glutamato.

Mientras Chen escuchaba la discusión, los diversos aspectos del caso empezaron a encajar. Aquel caso de homicidio era una cuestión política sumamente complicada. En las luchas internas del Partido, la ejecución de Wu era un golpe simbólico asestado a la línea dura, con el fin de que no siguieran oponiéndose a las reformas, pero también era un mensaje influido por el hecho de que el padre de Wu estaba postrado y alejado de los centros de poder, algo que no podía incomodar a los que aún tenían su cuota de señorío como para poner en peligro la «estabilidad política». En términos de propaganda política, era un caso que les convenía presentar como la consecuencia de la influencia burguesa de Occidente para proteger la imagen del Partido. Finalmente, para la gente de la calle, el caso también servía como prueba de la determinación del Partido en su lucha contra la corrupción en todos los niveles, especialmente entre los HCS, un gesto radical exigido por la política en China después del verano de 1989.

La combinación de todos esos factores había hecho de Wu Xiaoming el mejor candidato para un castigo ejemplar. Posiblemente, si no hubiera sido éste, se habría escogido para el mismo fin a otro HCS con unos antecedentes similares. Era adecuado y justo que castigaran a Wu, no había duda. Sin embargo, la pregunta era: ¿lo habían castigado por el crimen que había cometido? El inspector jefe Chen había caído de lleno en el juego de la política. Eso fue lo que pensó cuando salió del hotel y se alejó a paso lento por la calle Nanjing. Como de costumbre, estaba llena de gente que caminaba, compraba y conversaba, y lo hacía de buen ánimo. El sol brillaba sobre la avenida más próspera de la ciudad. Compró un ejemplar del Diario del pueblo. En sus días de instituto, había creído todo lo que publicaba en sus páginas, incluido un término en particular: a saber, «dictadura del proletariado». Significaba una dictadura de transición lógicamente necesaria para alcanzar la fase final del comunismo, con lo cual se justificaban todos los medios en aras de ese fin último. No obstante, la expresión «dictadura del proletariado» ya no se usaba, pues ahora, en su lugar, se hablaba de «los intereses del Partido». Había dejado de ser un creyente tan entregado. Apenas podía creer en lo que él mismo había logrado. Wu Xiaoming había sido ejecutado durante las horas en que él dormía con Ling. Lo que había ocurrido entre él y Ling era, según el código comunista ortodoxo del Partido, otro ejemplo de «decadencia burguesa de Occidente», precisamente el mismo crimen del que habían acusado a Wu: «estilo de vida decadente bajo la influencia de la ideología burguesa de Occidente».

Desde luego, el inspector jefe Chen se podía contar a sí mismo unas cuantas verdades convenientes: que las cosas son complicadas, que se hará justicia, que los intereses del Partido están por encima de todo y que el fin justifica los medios. Pero había algo más que todo eso: cuando se recurría a ciertos medios, era imposible no transformar el fin. «Aquel que lucha contra monstruos -decía Nietzsche-debería vigilar que, durante el combate, no se convierta él mismo en un monstruo». Una voz interrumpió sus pensamientos, una voz que le pedía algo con un marcado acento anhui:

– ¿Podría tomarme una foto, por favor? -una chica le tendía una cámara pequeña-.

– Claro -cogió la cámara-.

Empezó por posar frente a los grandes almacenes Número Uno. Una chica de provincias, recién llegada a Shanghai, que escogía los exuberantes modelos del escaparate de la tienda como fondo. Chen disparó.

– ¡Muchas gracias!

Podría haber sido Guan, diez o quince años antes, los ojos encendidos de esperanza en el futuro. A Chen se le encogió el alma.

Una conclusión exitosa para un caso importante. La pregunta para él era: ¿cómo había conseguido llevar el caso a buen puerto? A través de su propio contacto con una HCS, con su relación carnal con la hija de un miembro del Comité Central. ¡Qué ironía! El inspector jefe Chen había jurado que haría todo lo que estuviera en su poder para llevar a Wu ante la justicia, sin detenerse a imaginar que eso lo llevaría a extraviarse por el camino de la connivencia. El inspector Yu no sabía nada. De lo contrario, Chen dudaba que hubiera colaborado con él. Como otros ciudadanos normales, Yu no dejaba de tener motivos que justificaran sus profundos prejuicios contra los HCS, aunque Ling demostrara ser una excepción, o sólo una excepción con él y para él.

Chen, el afamado inspector jefe, se percató de varias similitudes entre Guan, la trabajadora modelo de rango nacional, y él mismo. Lo más relevante era que los dos tenían una relación con un HCS. Había una sola diferencia. Guan había tenido menos suerte en el amor, porque Wu no respondía a su afecto, aunque quizá Wu la apreciaba un poco, pero en el camino se les había cruzado la política y las ambiciones. ¿Guan había amado de verdad a Wu? ¿Acaso ella también respondiera a los dictados de la política? No podía haber una respuesta definitiva, ahora que los dos estaban muertos. ¿Y qué había de sus propios sentimientos hacia Ling? El inspector jefe Chen no se había aprovechado de ella, deliberadamente y con frialdad. Para ser justo consigo mismo, él no había permitido que esa idea aflorara en su pensamiento, al menos de manera consciente, pero ¿qué pasaba con las pulsiones del subconsciente? Tampoco estaba seguro de que aquella noche sólo hubiera pasión. ¿Era gratitud ante la magnanimidad de Ling? En Beijing se habían amado, pero se separaron, una decisión que él no lamentaba. Durante todos esos años, pensaba a menudo en ella, si bien también en otras personas. Tenía otros amigos, y amigas.