Wu Bing tenía un hijo cuyo nombre era Wu Xiaoming. Wu Xiaoming era un nombre que Chen ya había visto en el curso de la investigación. Se encontraba en una lista del inspector Yu donde figuraban las personas con las que había hablado o con las que se había puesto en contacto en busca de posible información. Wu Xiaoming era fotógrafo y trabajaba para la revista Estrella roja. Había tomado algunas fotos de Guan para el Diario del pueblo.
– ¿Tienes una foto de Wu Xiaoming?
– Sí, tengo una.
– ¿Puedes mandármela por fax a mi despacho? Estaré ahí en media hora esperando junto al teléfono.
– Vale, supongo que no necesitas una carta de presentación. ¿Una foto te basta?
– Eso. Te llamaré en cuanto la reciba.
– De acuerdo.
Chen decidió tomar un taxi. La copia de la foto de Wu Xiaoming no tardó en llegarle por fax. Quizá databa de hacía unos años, pero se veía que era un hombre alto. Era urgente que el inspector jefe Chen siguiera la veta. Aquella tarde hizo otras dos cosas. En primer lugar, llamó a la redacción de Estrella Roja, una secretaria le dijo que Wu no estaba.
– Estamos elaborando un diccionario de artistas contemporáneos que incluye a los jóvenes fotógrafos -dijo Chen-. Cualquier información sobre Wu Xiaoming nos sería muy útil.
La táctica funcionó. En menos de una hora le enviaron por fax una lista de las fotos publicadas por Wu Xiaoming.
Luego volvió a visitar a la pareja de ancianos. La segunda visita resultó más fácil de lo que esperaba.
– Ése es -dijo Wei, señalando la copia del fax en manos de Chen-. Un joven muy simpático, siempre con una cámara en las manos.
– No sé si es un hombre bueno o no -apostilló Hua-, pero en las montañas se mostró muy amable con ella.
– Tengo otra foto -añadió Chen y les mostró a Xie Rong-. Fue su guía en las montañas, ¿verdad?
– Sí, -dijo Wei con una sonrisa inescrutable-, seguro que ella puede contarle más cosas acerca de ellos, mucho más.
– ¿Y eso por qué?
– Guan tuvo una pelea feroz con Xie en las montañas, y le diré más: Guan la trató de puta.
CAPÍTULO 16
El domingo por la mañana el inspector jefe Chen tardó más de lo habitual en cepillarse los dientes, aunque intentó en vano quitarse el amargo sabor de boca. No le agradaba el cariz que tomaba la investigación, ni tampoco el programa que le esperaba aquel día: investigar en la Biblioteca de Shanghai.
Ya era una evidencia que Guan Hongying había tenido una aventura con Wu Xiaoming. Por muy trabajadora modelo que fuera, había llevado una doble vida en las Montañas Amarillas con un nombre distinto, al igual que Wu. Sin embargo, no era suficiente para afirmar que su muerte estuviera relacionada con esa aventura clandestina.
Chen estaba decidido a resolver el caso con independencia de las complicaciones que encontrara por el camino. No se merecía ser inspector jefe si no era capaz de superar ese reto. Decidió averiguar algo más sobre Wu Xiaoming a partir de su trabajo artístico. Sabía que el enfoque podía ser engañoso, puesto que según la "teoría impersonal" de T. S. Eliot, la obra de un artista sólo nos podía informar de su técnica, pero aun así, quería intentarlo.
En la sala de lectura de la Biblioteca de Shanghai, no tardó en descubrir que le quedaba mucho más trabajo de lo que pensaba. La lista recibida el día anterior sólo incluía las fotografías de Estrella roja. Para las otras publicaciones, sólo se indicaba el nombre abreviado de la revista y el número total de fotografías reproducidas. Dado que la mayoría no tenían índices anuales, tuvo que revisarlas una por una. Las más antiguas estaban en el sótano, lo cual significaba una larga espera antes de cumplir con su solicitud.
La bibliotecaria era una mujer simpática que iba de un lado a otro dando enérgicos pasos con sus zapatos de tacón, pero muy estricta en cuanto a las normas de la Biblioteca. Sólo podía entregarle los números de una sola revista para cada año. Para cualquier otra consulta, Chen tenía que rellenar otro impreso y esperar media hora más.
Sentado en el vestíbulo, tenía la impresión de estar holgazaneando en un día con mucho trabajo. Cada vez que la bibliotecaria aparecía en el ascensor con un carrito lleno de libros, Chen se levantaba con expectación, pero no había nada para él. Mientras esperaba, se sintió invadido por un cierto desasosiego.
¿Cuánto tiempo había pasado? Estos momentos le trajeron al recuerdo otro verano, otra biblioteca, otra espera llena de ilusiones, otros momentos todavía importantes, aunque diferentes. Los zureos de las palomas que se perdían en el cielo amplio y despejado de Beijing… Cerró los ojos intentando difuminar la visión de ese pasado.
El inspector jefe Chen tuvo que hacer un esfuerzo para volver al presente. A las once y media llegó a la conclusión de que no había hecho casi nada en toda la mañana. Reunió sus notas y salió a comer. La Biblioteca de Shanghai estaba situada en la esquina de las calles Nanjing y Huangpi, una zona conocida por sus elegantes restaurantes. Caminó hasta la puerta norte del parque del Pueblo. Se detuvo ante un joven vendedor de salchichas y bocadillos con su carrito instalado en la acera, bajo una sombrilla de Budweiser, junto a una cafetera importada y una radio emitiendo rock a todo volumen. El bocadillo de pollo que le compró no era barato. Lo acompañó con un café recalentado pero tibio, servido en un vaso de papel; algo bien diferente de su almuerzo en La Ribera en compañía de Wang.
Volvió a la biblioteca y llamó a Wang al Wenhui. Mientras conversaba con ella acerca de sus responsabilidades un domingo como periodista, sonaron varios teléfonos, un par tal vez. Después, cambió de tema.
– Wang, tengo que pedirte un favor.
– La gente nunca va a los templos budistas a no ser que quiera pedir algo.
– Sí, y no se abraza a las piernas del Buda si no está desesperada -sabía que a Wang le gustaban sus réplicas. Una frase hecha por otra-.
– ¿Le toman de las piernas o le toman el pelo? -preguntó ella ahogando una risilla-.
Él le explicó el problema que tenía con su investigación en la biblioteca.
– Con tus contactos quizá puedas ayudarme si no estás demasiado ocupada en este momento, desde luego.
– Lo miraré -dijo ella-. Tengo trabajo, pero no demasiado.
– No demasiado para mí, lo sé.
– ¿Para cuándo lo quieres?
– Bueno, cuanto antes mejor.
– Te telefonearé.
– Estaré en la biblioteca. Llámame al busca.
Volvió a sus lecturas. Sin embargo, durante los veinte minutos siguientes no encontró ni un solo ejemplar con fotografías de Wu, y tuvo que esperar de nuevo. Empezó a leer otras cosas, entre ellas una colección de poemas de Bian Zilin, un brillante poeta modernista. Bian se merecía un reconocimiento mucho mayor del que tenía. Chen apreciaba muy especialmente un poema corto titulado Fragmento.
Lo había leído por primera vez con una amiga en la Bi blioteca de Beijing. Se suponía que era un poema de amor, pero podía decir mucho más, en particular sobre la relatividad de las cosas en la vida.
De pronto sonó su busca. Varios lectores lo miraron. Salió rápidamente al pasillo a devolver la llamada.
– ¿Ya has encontrado algo, Wang?
– Sí, me he puesto en contacto con la Asociación de Fotógrafos. Al estar afiliado, Wu Xiaoming tiene que rellenar un formulario cada vez que publica algo.
– Tendría que haber pensado en ello -dijo Chen-. Eres muy lista.
– Es una pena que no trabaje de detective -enfatizó ella-como esa chica tan guapa en esa película francesa. ¿Cómo se llamaba? Mimi, o algo así. Bueno, ¿y cómo puedo entregarte la lista?
– Puedo ir a tu despacho -aventuró él-.