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No tuvieron problemas para encontrar la salida. Después de cruzar la puerta, Yu se volvió para echar un último vistazo a la mansión, aún visible en parte tras de los altos muros, y luego siguió sin decir palabra. Chen caminaba junto a él, intentando no romper el silencio, como si entre los dos hubiera un entendimiento tácito. El caso era demasiado complicado para hablar de él en plena calle, y siguieron caminando a paso lento durante varios minutos.

Debían tomar el autobús número 26 de vuelta a la oficina, pero el inspector jefe Chen tampoco conocía bien esa parte de la ciudad. Sugirió tomar un atajo hacia la calle Huaihai, pero acabaron en una sucesión de calles laterales hasta que llegaron al principio de la calle Quqi. Ya no se divisaba Huaihai, y Quqi no podía estar lejos de la calle Henshan, aunque parecía muy diferente. Las casas de ese sector, en su mayoría, eran edificios de pisos construidos con materiales baratos a comienzos de los años cincuenta. Ahora estaban sucias, sin pintar, y parecían pequeñas. Al final, el inspector Yu consiguió desprenderse de su sensación de opresión.

El día era espléndido. El cielo azul daba otro aire al aspecto sórdido de los callejones por donde pasaban en silencio. Una mujer de mediana edad preparaba unas anguilas de arrozal en un cubo junto a un fregadero colectivo cubierto de musgo. Chen aminoró el paso, y Yu también se detuvo a mirar. Después de golpear la anguila contra el suelo de cemento, la colgaba por la cabeza de un grueso clavo que sobresalía de un banco. La estiraba, la abría por el vientre y le quitaba las espinas, la destripaba, le cercenaba la cabeza y la cortaba en delicados filetes. Quizá trabajaba de limpiadora de anguilas para un mercado de los alrededores, y así ganaba algún dinero. Tenía descalzos las manos, los brazos y los pies, cubiertos de sangre de anguila. Las cabezas cortadas, esparcidas por el suelo, parecían dedos pintados de rojo.

– No hay duda -Yu se detuvo bruscamente-. Ese cabrón es el asesino.

– Lo ha manejado bastante bien -dijo Chen-, camarada Joven cazador.

– Gracias, jefe -Yu estaba contento con el cumplido, y aún más con el apodo que se había inventado el jefe-.

Al final de un callejón vieron un bar de tapas de aspecto destartalado.

– ¿Huele el curry? -preguntó Chen agradecido, husmeando el aire -. Tengo mucha hambre.

Yu asintió. Entraron en el bar. Apartaron la cortina de cuentas de bambú en la puerta y se encontraron en un interior sorprendentemente limpio. Eran sólo tres mesas de plástico con manteles blancos. En cada una había un vaso de bambú con palillos, un cilindro de acero inoxidable con mondadientes y un frasco de salsa de soja. Un cartel escrito a mano y colgado de la pared anunciaba un menú de fideos fríos, bolas de verdura y un par de platos fríos, pero en una olla grande hervía una suculenta sopa de carne con curry. Eran las dos y cuarto, demasiado tarde para los clientes del mediodía, de modo que estaban solos en el local. Al oírlos llegar, una mujer joven salió del fondo de la cocina limpiándose las manos cubiertas de harina en un delantal bordado de color jazmín, y les sonrió con las mejillas teñidas de blanco. Era probable que fuera la propietaria del lugar, y quizá también la camarera y la cocinera. Los llevó hasta una mesa y les recomendó los platos especiales del día. Para acompañar, les trajo una jarra de cerveza fría. Sacaron los palillos de bambú de sus estuches de papel, y tras poner una generosa dosis de salsa de curry en sus platos de sopa, la dueña volvió a la cocina.

– Es un lugar sorprendente para un barrio como éste – dijo Chen masticando los guisantes con sabor a anís mientras llenaba el vaso de cerveza de Yu-.

Yu tomó un trago largo y asintió con la cabeza. La cerveza estaba bastante fría, la cabeza del pescado ahumado también estaba sabrosa y el calamar tenía una textura especial. En realidad, Shanghai era una ciudad llena de sorpresas maravillosas, tanto en las grandes y prósperas avenidas como en las pequeñas calles adyacentes. Cualquiera podía descubrir un rincón agradable, incluso en lugares destartalados y baratos como ése.

– ¿En qué piensa?

– Wu la mató -repitió Yu-. Estoy convencido.

– Quizá, pero ¿por qué?

– Es tan evidente…, por su manera de responder a nuestras preguntas.

– ¿Quiere decir por cómo nos ha mentido?

– No cabe duda. En su historia hay demasiados puntos débiles, pero no es sólo eso. Wu tenía una respuesta preparada para todo, demasiado preparada. ¿Se ha fijado? Saltaba a la vista que eran respuestas ensayadas. Una simple aventura clandestina no justifica tantos esfuerzos.

– Tiene razón -dijo Chen y bebió de su cerveza-, pero ¿qué motivos tendría para ello?

– ¿Habría entrado en escena otra persona? ¿Otro hombre? Wu estaría tan celoso que no podría soportarlo.

– Es posible, pero según los registros telefónicos, casi todas las llamadas que Guan recibió en los últimos meses eran de Wu. Además, Wu es hijo de un cuadro superior y tiene ambiciones. Está inmerso en una carrera prometedora y rodeado de mujeres hermosas…, y diría que no sólo en el trabajo. ¿Por qué habría de interpretar el papel de un Otelo celoso?

– Otelo o quién sea, no lo sé, y quizá fuera al revés. Puede que Wu tuviera otra mujer, o mujeres, con todas esas modelos desnudas que iban del trabajo a la cama. Guan no pudo soportarlo y quizá le montó alguna escena desagradable.

– Aun así, no veo por qué Wu tuvo que matarla. Podría haber roto con ella. Al fin y al cabo, Guan no era su mujer, no estaba en una posición para obligarlo a hacer nada.

– Sí, en eso tiene razón -concedió Yu-. Si se hubiera descubierto que Guan estaba encinta, podríamos suponer que lo estaba amenazando. Una vez supe de un caso similar. La amante embarazada quería que el hombre se divorciara de su mujer. El hombre no podía divorciarse, de manera que se deshizo de ella, pero el informe de la autopsia de Guan decía que no lo estaba.

– Sí, lo he confirmado con el doctor Xia.

– ¿Cuál será nuestro próximo paso?

– Confirmar la coartada de Wu.

– Bien, yo me ocuparé de Guo Qiang, aunque supongo que Wu ya se habrá puesto de acuerdo con él.

– Sí, dudo que Quo nos diga algo.

– ¿Qué más podemos hacer?

– Interrogar a otras personas.

– ¿Dónde las encontramos?

Chen sacó un ejemplar de la revista La ciudad de las flores de su maletín y la abrió en una foto a toda página de una mujer desnuda reclinada sobre un costado. Estaba de espaldas a la cámara, pero todas sus curvas eran suaves y sugerentes, las nalgas redondas como lunas y un lunar oscuro en la nuca acentuaba la blancura de su cuerpo que se confundía con el fondo.

– ¡Vaya cuerpo! -dijo Yu-. ¿Wu tomó la foto?

– Sí, la publicó con un seudónimo.

– ¡Seguro que ese hijo de su madre ha tenido buena suerte con la flor del melocotón!

– ¿Suerte con la flor del melocotón? -Chen siguió sin esperar una respuesta-. Ya entiendo lo que quiere decir: suerte con las mujeres. ¡Ya!, de eso no hay duda, pero ésta es una especie de fotografía artística.

– ¿Y qué nos importa eso a nosotros?

– Sé quién es la modelo.

– ¿Cómo? -inquirió Yu-. ¿Se lo han dicho en la revista?

– También es una celebridad. No tiene nada de extraño que Wu, un fotógrafo profesional, utilice modelos desnudas, pero no entiendo por qué ella habrá accedido a posar para él.

– ¿Quién es?

– Jiang Weihe, una joven artista en auge.

– Nunca he oído hablar de ella -dijo Yu dejando el cuenco-. ¿La conoce bien?

– No…, en realidad, no. Sólo la he visto un par de veces en la Asociación de Escritores y Artistas.

– ¿Entonces va a interrogarla?

– Bueno, quizá usted sea el más indicado para esa tarea. En nuestros encuentros sólo he hablado con ella de Literatura y Arte. Estaría fuera de lugar llamar a su puerta como policía, y no podría ejercer la autoridad necesaria…, quiero decir, psicológicamente en un interrogatorio. Por todo esto, sugiero que vaya usted a verla.