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– De acuerdo, iré. ¿Qué cree que nos podrá decir?

– Es una apuesta arriesgada. Quizá nada. Jiang también es artista, de modo que posar desnuda no significa gran cosa para ella. Sólo sale de espaldas, y habrá creído que nadie la reconocería. Sin embargo, si la gente sabe que ese cuerpo desnudo es el suyo, no le resultará muy agradable.

– Ahora entiendo -dijo Yu-. ¿Y usted qué piensa hacer?

– Viajar a Guangzhou.

– ¿Para encontrar a Xie Rong, la guía de la agencia de viajes?

– Sí, hay algo en las declaraciones de Wei Hong que me intriga. Guan trató a Xie de puta. Es algo realmente insólito que una trabajadora modelo de rango nacional haya utilizado ese lenguaje. Puede que Xie también esté implicada de alguna forma, o que al menos sepa algo acerca de la relación entre Wu y Guan.

– ¿Cuándo se marcha?

– En cuanto consiga un billete de tren -dijo Chen-. El Secretario del Partido Li tardará dos o tres días en volver.

– Ya entiendo. Un general puede hacer lo que le place si el Emperador no está a su lado.

– Conoce usted muchos viejos proverbios.

– Los conozco por el Viejo cazador -rió Yu-. ¿Y qué pasará con nuestro comisario Zhang?

– Nos reuniremos con él mañana.

– De acuerdo -alzó el vaso lleno-. ¡Por nuestro éxito!

– ¡Por nuestro éxito!

Después, el inspector jefe Chen tomó rápidamente la pequeña bandeja donde habían traído la cuenta y pagó por los dos. La dueña esperaba junto a su mesa, sonriendo. Yu no quiso discutir delante de ella. En cuanto salieron, Yu calculó que el total de la cuenta eran unos cuarenta y cinco yuanes, así que insistió en pagar su parte. Chen descartó con un gesto los veinte que Yu quiso entregarle.

– No hablemos más -dijo Chen-. Acabo de recibir un talón del Wenhui: cincuenta yuanes por ese breve poema sobre nuestro trabajo de policías, de modo que es justo y adecuado que gastemos el dinero en alimentarnos.

– Sí, lo he visto en el fax que le envió la reportera del Wenhui… ¿Cómo se titula? Es muy bueno.

– ¡Oh!, Wang Feng -dijo Chen-. Por cierto, cuando hablaba de la suerte con la flor de melocotón, me recordó un poema de la dinastía Tang.

– ¿Un poema de la dinastía Tang?

«Esta puerta, este día…

El año pasado, tu cara sonrojada

y las caras sonrojadas

de las flores del melocotón que reflejaban la tuya.

Esta puerta, este día…

Este año…, ¿dónde estás tú?

¿En las flores del melocotón?

Las flores del melocotón,

aun aquí, riendo suavemente

ante la brisa de la primavera».

– ¿La expresión viene de ese poema?

– No lo sé, pero se dice que está basado en una experiencia real. Cui Hu, poeta de la dinastía Tang, tenía el corazón destrozado por no poder ver a su amor tras haber superado con éxito su examen de funcionario en la capital.

Así era precisamente el inspector jefe Chen, entusiasmado con un poema de la dinastía Tang en medio de la investigación de un asesinato. Quizá había bebido demasiada cerveza. Un mes atrás, el inspector Yu se lo habría tomado como un ejemplo de la excentricidad romántica de su superior, pero ahora le pareció simpático.

CAPÍTULO 21

El comisario Zhang había tenido un día horrible. A primera hora de la mañana salió rumbo al Club Número Uno de Cuadros Veteranos de Shanghai con la idea de comprar un regalo de cumpleaños a un viejo compañero de armas. Producto de la nueva política de jubilaciones de los cuadros, el Club era una muestra de las constantes atenciones del Partido hacia los revolucionarios de la generación más veterana. Aunque estuvieran jubilados, se les ofrecía la garantía de que mantendrían su nivel de vida. Por supuesto, no todos gozaban de esta ventaja. El acceso al club se reservaba a los cuadros superiores de un determinado rango.

Al principio, Zhang estaba muy orgulloso de su carné de miembro, pues le granjeaba un respeto inmediato y ciertos privilegios que no existían en otros sitios. Le permitía comprar a precio oficial algunos productos muy buscados, hacer reservas en centros turísticos cerrados al público en general, comer en restaurantes exclusivos con guardias de seguridad apostados en la entrada y, por supuesto, disfrutar de la piscina, el campo de golf y las instalaciones del enorme complejo deportivo del Club. También había un pequeño y sinuoso arroyo donde los más ancianos podían pescar toda la tarde mientras recordaban sus años de gloria.

Sin embargo, en los últimos tiempos Zhang no lo visitaba con tanta frecuencia. Cada vez había más restricciones para usar el servicio de coches del Departamento, y como cuadro jubilado, tenía que presentar una solicitud por escrito. El Club quedaba bastante lejos, y la idea de viajar apretado dando tumbos en autobús no le entusiasmaba demasiado. Decidió tomar un taxi.

En la tienda del Club, Zhang buscó un regalo adecuado a un precio razonable, pero todo era demasiado caro.

– ¿Qué le parece una botella de Maotai en una caja de madera? -sugirió el dependiente-.

– ¿Cuánto cuesta? -preguntó Zhang-.

– Doscientos yuanes.

– ¿Ése es el precio oficial? El año pasado compré una por treinta y cinco yuanes.

– Ya no existe el precio oficial, camarada comisario. Todo va a precio de mercado. La economía de mercado se aplica en todo el país, le guste o no.

No era el precio,… o no sólo el precio. Lo que más le molestaba a Zhang era la actitud indolente del dependiente, como si el Club se hubiese convertido en un colmado normal y corriente donde cualquiera podía entrar y él mismo no fuera más que un anciano anónimo sin dinero suficiente en el bolsillo. No obstante, pensándolo bien, tampoco era tan sorprendente. En estos tiempos la gente no valoraba más que el dinero. Las reformas económicas lanzadas por el camarada Deng Xiaoping habían creado un mundo que ahora el comisario Zhang ya no reconocía.

Salió de la tienda con las manos vacías y se encontró con Shao Ping, un viejo cuadro jubilado de la Academia de Ciencias Sociales de Shanghai. Ambos se quejaron de los precios del mercado.

– Camarada Shao, usted era el Secretario del Partido en el Instituto de Economía. ¿Podría ponerme al corriente de las reformas económicas actuales?

– Yo también estoy confundido -le respondió-. Todo está cambiando muy deprisa.

– ¿Es bueno hacer tanto énfasis en el dinero? -preguntó Zhang-.

– No, no es demasiado bueno -dijo Shao-, pero tenemos que reformar nuestro antiguo sistema, y según el Diario del pueblo, la economía de mercado es el camino correcto.

– Pero a la gente ya no le importa el liderazgo del Partido.

– O quizá nos hayamos hecho demasiado mayores.

En el autobús Zhang tuvo una ocurrencia que le devolvió en parte el ánimo. Desde la jubilación, seguía un curso de pintura clásica de paisajes, así que escogería uno de sus cuadros, lo mandaría enmarcar y le haría un regalo original y emotivo a su viejo compañero de armas.

Con todo, la reunión de la brigada de asuntos especiales había sido de lo más desagradable. La había presidido el inspector jefe Chen. A pesar del rango superior del comisario Zhang, era él quien tenía la última palabra como jefe del grupo, pero no solía pedirle su opinión muy a menudo, al menos no tanto como había prometido, y tampoco le informaba de los avances de la investigación como era debido.

Por otro lado, a Zhang le inquietaba la presencia del inspector Yu en la reunión. No era en absoluto una cuestión personal, pero creía que las implicaciones políticas del caso exigían un agente más entusiasta. No le agradó nada comprobar que Yu seguía en el grupo, y eso gracias a la intervención inesperada del inspector jefe Chen, lo cual demostraba, por encima de todo lo demás, la insignificancia del comisario Zhang. La alianza entre Chen y Yu lo dejaba en una posición desfavorable. Sin embargo, en el fondo, era la propia ambigüedad ideológica del inspector jefe la que le preocupaba. No cabía duda de que Chen era un agente joven y brillante, pero no estaba tan seguro de que fuese un auténtico defensor de la causa por la que habían luchado los cuadros veteranos del Partido. Había intentado leer algunos poemas del joven inspector. No entendía ni un solo verso. Sabía que se hablaba de Chen como de un vanguardista influido por el modernismo occidental y también que se decía que estaba comprometido afectivamente con una joven periodista cuyo marido había desertado en Japón. Mientras Zhang seguía sumido en sus cavilaciones, el inspector jefe Chen, llegado al final de su informe preliminar, concluyó con voz solemne: