– Se trata, pues, de una nueva dirección decisiva para nuestra investigación. Tenemos que seguir adelante sin temer, como bien ha dicho el comisario Zhang, las dificultades ni la muerte.
– Un momento, camarada inspector jefe -interrumpió Zhang-, empecemos desde el principio.
Chen tuvo que volver a empezar. Relató su segunda visita a la habitación de Guan y su examen detenido de las fotografías, luego los registros de las llamadas telefónicas y el viaje a la montaña. Todos aquellos datos conducían a la misma persona, Wu Xiaoming, quien no sólo era el hombre que a menudo la llamaba por teléfono, sino también el que había sido su acompañante durante el viaje. A continuación, Yu informó sobre la entrevista con Wu Xiaoming el día anterior. Tanto el uno como el otro se abstuvieron de presentar una conclusión, pero la dirección de la investigación era más clara que el agua, y ellos parecían darla por sentado. Zhang se quedó atónito.
– ¡Wu Xiaoming!
– Sí, el hijo del camarada Wu Bing.
– Debería haberme mostrado las fotos antes -dijo Zhang-.
– Lo había pensado -respondió Chen-, pero era posible que no fuera más que una pista falsa.
– Entonces supongo que Wu es su principal sospechoso.
– Sí, por eso he sugerido la reunión.
– ¿Por qué no habló conmigo antes de su entrevista? Quiero decir, antes de ir a ver a Wu a su casa.
– Intentamos ponernos en contacto con usted, camarada comisario, ayer por la mañana temprano alrededor de las siete -terció Yu-.
– ¡Oh!, estaba ocupado con mis ejercicios de tai-chi -se excusó-. ¿No podrían haber esperado un par de horas?
– ¿Para un caso tan importante?
– ¿Y ahora qué piensa hacer?
– El inspector Yu irá a entrevistar a algunas personas relacionadas con Wu -indicó Chen-. Yo viajaré a Guangzhou.
– ¿ Con qué fin?
– Para encontrar a la guía turística, Xie Rong. Se trata de una testigo que podría revelarnos más cosas sobre lo que sucedió entre Guan y Wu.
– ¿Cómo llegó hasta esa mujer?
– La agencia de viajes me dio su nombre, y luego Wei Hong me contó que Xie y Guan habían tenido una discusión en la montaña.
– ¿No podría tratarse de una simple riña entre una turista y una guía?
– Es posible, pero no probable. ¿Cómo se explica que Guan, una trabajadora modelo de rango nacional, tratara a otra mujer de puta?
– ¿Y usted piensa que su viaje abrirá nuevas perspectivas?
– En este momento no tenemos otras pistas, de modo que tenemos que seguir con ésta.
– De acuerdo. Supongamos que Wu tenía un romance con Guan -prosiguió Zhang-. ¿De qué pruebas dispone usted para relacionarlo con el asesinato? De ninguna. ¿Qué motivos tendría Wu Xiaoming?
– ¿Para qué están los inspectores de policía? -atajó Yu-.
– Eso es precisamente lo que quiero averiguar en Guangzhou -afirmó Chen-.
– ¿Y qué me dice de la coartada de Wu para la noche del 10 de mayo? -inquirió Zhang-.
– La proporcionó Guo Qiang, uno de sus amigos. De hecho, declaró a Yu que Wu estuvo aquella noche revelando unas fotos en su casa.
– ¿Entonces una coartada no es una coartada, camaradas?
– Guo sólo intenta encubrir a Wu Xiaoming -dijo Chen-. Wu tiene todo el equipo necesario en casa. ¿ Por qué precisamente habría escogido esa noche para ir a casa de otra persona?
– ¡Vamos, comisario Zhang! -cortó Yu-. Guo no es más que otro hijo de cuadros superiores, aunque su padre no esté tan encumbrado, sólo un nivel trece, y además, jubilado. Tal vez por eso indispensablemente necesite ganarse el favor de Wu. Esos HCS son capaces de cualquier cosa.
– ¡Los HCS! Los Hijos de Cuadros Superiores, es lo que quiere decir, ya sé -estalló Zhang, que sentía cómo le palpitaban las sienes y le dolía la garganta-, pero ¿qué tienen de malo esos jóvenes?
– Se cuentan muchas historias sobre ellos -dijo Yu, que no estaba dispuesto a cejar-. ¿No las ha oído?
– Es posible que algunos HCS, como usted dice, hayan cometido actos reprobables, pero es una calumnia indignante afirmar que en nuestra China socialista la mayoría de los Hijos de Cuadros Superiores, o un grupo entre ellos, es corrupta. Camarada inspector Yu, es una grave irresponsabilidad por su parte basar la investigación en la idea que usted tiene de los HCS.
– Camarada comisario Zhang -intervino Chen-, quisiera aclarar algo en cuanto a mí y al camarada inspector Yu. Ambos sentimos un profundo respeto por nuestros altos cuadros veteranos. Ningún prejuicio en contra de sus hijos podría interferir en nuestra investigación.
– Sin embargo, piensa ir a Guangzhou a buscar a su testigo -dijo Zhang-.
– Ésta es la orientación que debemos seguir.
– Y si resulta ser equivocada -insistió Zhang-, ¿ha pensado usted en las posibles consecuencias?
– Hasta el momento no hemos emitido ninguna orden de búsqueda y captura, ni hemos detenido a nadie.
– Hablo de consecuencias políticas. Si se llega a saber que el hijo de Wu Bing es sospechoso de asesinato, ¿cómo reaccionará el pueblo?
– Todos somos iguales ante la ley -dijo Chen-. No veo nada de malo en ello.
– Si no hay pruebas más sólidas, no creo que se justifique su viaje a Guangzhou -sentenció Zhang mientras se ponía de pie-. El presupuesto de nuestra brigada de asuntos especiales no lo permite.
– En cuanto al presupuesto -replicó Chen, que también se había levantado-, puedo utilizar los fondos de los que dispongo como inspector jefe, cuyo monto anual asciende a trescientos cincuenta yuanes.
– ¿Ha hablado de sus intenciones con el Secretario del Partido Li?
– Li todavía está en Beijing.
– ¿Y por qué no esperar a que vuelva?
– El caso no puede esperar. Como responsable de la brigada de asuntos especiales, asumo toda la responsabilidad.
– ¿De modo que las cosas se harán como usted decida?
– Tengo que viajar a Guangzhou, porque no contamos con otras pistas. No podemos darnos el lujo de ignorar ni una sola.
El comisario Zhang se había quedado meditando en su despacho. Había llegado la hora de comer, pero no tenía hambre. Revisó el contenido de un sobre grande con fecha de ese día. Además de los anuncios habituales de varias reuniones de cuadros veteranos, también había una invitación para una sesión de cine privada en el auditorio de la Oficina del Cine de Shanghai, un neibu reservado. No estaba de humor para ello, pero necesitaba algo que lo distrajera.
En la taquilla presentó su pase de cuadro veterano junto con la invitación. Se reservaban entradas para los oficiales como él, uno de los pocos privilegios de los que todavía gozaba. Sin embargo, varios jóvenes se le acercaron cuando llegó a la puerta.
– ¿Quiere una entrada R?
– Desnudos, sexo explícito. Sólo cincuenta yuanes.
– Un estímulo para las energías de un anciano en la cama.
"Esos jóvenes granujas no deberían tener entradas", se indignó. Se suponía que la película no era accesible al público en general. El Departamento debería haber apostado un par de policías en la taquilla. Zhang entró deprisa y encontró un asiento en la parte de atrás, cerca de la salida. Le sorprendió ver que no había tanta gente como esperaba, sobre todo en las últimas filas. Sólo unos cuantos jóvenes sentados delante de él, susurrando y haciéndose arrumacos. Era una película francesa posmoderna con un intérprete sin experiencia y una traducción simultánea desastrosa, aunque a medida que se sucedían las escenas, no le costó mucho adivinar qué pasaba con los personajes. También se dio cuenta de que la joven pareja que tenía delante no dejaba de cambiar de posición. No le resultó demasiado difícil adivinar lo que hacían. Al cabo de un rato, oyó que la mujer gemía, y luego la vio deslizar la cabeza por el hombro de su acompañante, hasta desaparecer de su vista. ¿O acaso aquello era una escena de la película? En la pantalla se sucedían unas imágenes muy explícitas…