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– Déjeme verla.

– Se llama Xie Rong. Cuando vino hace unos tres meses, se alojó en el hotel La taberna de la suerte un par de días, pero se fue sin dejar una dirección.

Chen no estaba seguro de que Ouyang creyera su historia. Aunque no le había mentido, tenía que procurar que la investigación fuera confidencial.

– Déjeme intentarlo -dijo Ouyang-. Conozco a varias madames por estos barrios.

– ¿Madames?

– Es un secreto a voces. He tratado con algunas. Son cosas de negocios, no hay nada que hacer. Están siempre bien informadas sobre las chicas nuevas.

Chen estaba de lo más impresionado. Según el reglamento, su obligación era denunciar a las madames, e incluso informar de la conexión de Ouyang con ellas, pero decidió no hacerlo. El éxito de su misión dependía de la ayuda de Ouyang, un tipo de auxilio que las autoridades locales no tenían fácilmente al alcance de la mano, y tal como había prometido, el festín de serpiente resultó ser el plato más exótico que Chen había probado en su vida.

CAPÍTULO 23

El inspector Yu vaciló antes de pulsar el timbre en forma de buho. Se encontraba en el rellano, desde donde se dominaba el barrio de clase alta, unas cuantas manzanas al norte del parque Hongkou. La puerta de entrada estaba cerrada, así que había tenido que subir por una escalera de hierro en la parte trasera. No se sentía cómodo con el papel que le había tocado en aquel reparto de tareas. Tenía que visitar a Jiang Weihe, una artista emergente, mientras Chen estaba en Guangzhou. Yu no deseaba ir a Guangzhou, pues muy probablemente acabaría siendo un viaje difícil y una búsqueda inútil, pero nunca había tratado con una artista, liang Weihe era precisamente una artista bastante conocida… y lo bastante vanguardista como para posar desnuda ante Wu Xiaoming.

Antes de que tocara el timbre, una mujer le abrió la puerta y se le quedó mirando intrigada. Tenía poco más de treinta años, era alta, bien proporcionada, con un cuello largo y grácil, cintura fina y unas piernas espectaculares. Atractiva, de boca sensual, pómulos marcados y ojos grandes. Llevaba el pelo enmarañado y la suave tez que quedaba por debajo de los ojos estaba tiznada de rímel. Vestía un mono manchado de pintura, ceñido por un cinturón de cuero negro, e iba descalza.

– Lamento interrumpirla en su trabajo -dijo Yu y, haciéndose cargo rápidamente de la situación, le mostró su placa-. Quiero hacerle unas cuantas preguntas.

– ¿Policía?

La mujer apoyó una mano en el marco de la puerta y le lanzó una mirada intensa, sin hacer ademán de invitarlo a entrar. Tenía un aire de madurez y se mostraba segura de sí misma. Hablaba en un tono de voz grave, con un ligero acento de Henan.

– Sí -dijo él-. ¿Podemos hablar dentro?

– ¿Piensa detenerme?

– No.

– ¿Tiene usted una orden judicial o algo así?

– No.

– Entonces no puede obligarme a dejarle entrar.

– Verá, camarada Jiang, sólo quiero hacerle unas cuantas preguntas acerca de alguien que conoce. No puedo obligarla a hablar, pero su colaboración será muy apreciada.

– Por tanto, no puede obligarme.

– Mire, el camarada inspector jefe Chen Cao, que usted conoce, es mi jefe. Me sugirió que, para empezar, le hiciera esta visita en nuestro mutuo interés.

– ¿ Chen Cao…? ¿ Por qué?

– La situación es bastante delicada, y usted es una persona conocida. No sería buena idea darle mucha publicidad…, una publicidad desagradable. Le ha mandado una nota.

– Ya he sido objeto de muchísima publicidad -respondió-. ¿Por qué habría de importarme?

Pero aceptó la nota y la leyó. Luego frunció el ceño, con la cabeza levemente inclinada, mirándose los pies descalzos manchados de pintura. Seguro que estaba trabajando.

– Tendría que haber empezado por mencionar al inspector jefe Chen. Adelante.

El piso era un estudio, pero también servía de dormitorio, comedor y salón. Por lo visto, a Jiang no le importaba demasiado el aspecto de su cuarto, con cuadros, periódicos, tubos de pintura, pinceles y ropa desperdigados por todas partes. Había libros amontonados en las estanterías de la pared en diferentes posiciones y ángulos. En la mesilla de noche Yu vio también varios volúmenes, entre los que asomaba un frasco de esmalte de uñas, y alrededor de la cama, zapatos sueltos tirados de cualquier manera. El resto de los muebles consistía en una mesa de trabajo, unas cuantas sillas de mimbre y una enorme cama de caoba de postes altos. Sobre la mesa había vasos de agua, un par de jarrones con flores marchitas y un cenicero de concha con un cigarrillo a medio fumar. En el centro de la habitación, sobre un pedestal, se erguía una escultura aún no acabada.

– Estoy tomando una segunda taza de café -cogió un tazón de la mesa-¿Desea acompañarme?

– No, gracias.

Ella le acercó una silla, cogió otra para sí misma y la colocó frente a él.

– ¿Preguntas acerca de quién?

– Wu Xiaoming.

– ¿Y por qué yo?

– Él le ha sacado fotos.

– Vaya, se las ha hecho a mucha gente.

– En este caso hablamos de las fotos en… La ciudad de las flores.

– Así que pretende hablar conmigo sobre el arte de la fotografía -se irguió en la silla-.

– Soy un policía normal y corriente, de modo que no tengo interés en hablar de estas fotos en un sentido artístico.

– Eso ya lo entiendo -sonrió irónica-. Como policía, supongo que habrá investigado ciertas cosas.

La sombra debajo de los ojos le daba cierto aire de libertina.

– En realidad, debo decir que ese trabajo lo ha hecho el inspector jefe Chen -dijo él-.

Yu no conseguía entender cómo Chen la había reconocido en la foto.

– ¿Ah, sí?

– Sí, así que supongo que querrá colaborar con nosotros.

– ¿Qué es lo que desea saber de Wu?

– Lo que sepa de él.

– Eso es mucho pedir, pero ¿por qué?

– Creemos que Wu está implicado en un asesinato. Se trata de Guan Hongying, la trabajadora modelo de rango nacional. Trabajamos en una investigación especial.

– Ya entiendo -aunque no se mostraba demasiado sorprendida-. ¿Y por qué no ha venido a interrogarme el inspector jefe Chen en persona?

– Está en Guangzhou. Ha ido a interrogar a una testigo.

– ¿De modo que habla en serio?

– Sí, así es.

– ¿Se habrá informado sobre las relaciones familiares de Wu?

– Por eso necesitamos su ayuda.

El inspector Yu creyó detectar un cambio en el tono de voz de la artista, además de una señal sutil en su lenguaje corporal. Mientras Jiang revolvía lentamente la cuchara en el tazón de café, parecía que estuviera haciendo cálculos.

– ¿Están completamente seguros?

– El inspector jefe Chen ha pedido de manera especial que su nombre no aparezca en el expediente oficial. Dice que usted, que es una mujer comprensiva, sabrá responder.

– ¿ Eso es un cumplido? -Preguntó Jiang y tomó un trago largo de café, que le dejó una línea de crema blanca sobre el labio superior-. Por cierto, ¿cómo está su inspector jefe? ¿Sigue soltero?

– Creo que está demasiado ocupado.

– Tuvo una aventura en Beijing, por lo que he oído. Le destrozó el corazón.

– Yo de eso no sé nada -repuso Yu-. Nunca me ha hablado de ello.

– Yo tampoco sé demasiado. Sucedió hace tanto tiempo… -su sonrisa era enigmática-. ¿Por dónde quiere que empecemos?

– Por el principio, si le parece bien.

– Antes que nada, deje que le aclare algo: todo lo que le pueda contar pertenece al pasado. Conocí a Wu hace unos dos años y nos separamos un año después. Quiero que eso quede bien claro, y no es porque Wu ahora esté implicado en un asesinato.