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– De acuerdo -convino Yu-. ¿Cómo lo conoció?

– Vino a verme. Me dijo que le gustaría hacerme unas fotos… para su revista y su periódico, desde luego.

– Supongo que serán pocas las que renuncian a esa oferta.

– ¿Quién diría que no si le ofrecen hacerle fotos? Gratis, y además, para ser publicadas.

– ¿Entonces se publicaron?

– Sí, eran de muy buena calidad. Para ser justos, Wu es un fotógrafo de mucho talento. Tiene un ojo especial y también instinto. Sabe cuándo y dónde disparar. Hay varias revistas que lo persiguen para hacerle encargos.

– ¿Y qué pasó después?

– En realidad, por lo que supe después, su objetivo conmigo no era profesional sino personal. Eso fue lo que me dijo un día mientras comíamos. Y, créalo o no, él también posó para mí. Una cosa llevó a la otra, ya sabe usted qué sucede en estos casos.

– ¿Una relación amorosa?

– ¿Eso qué es? ¿Un eufemismo?

– ¿ Lo es?

– ¿Intenta preguntarme si nos acostamos?

– ¿Fue una relación seria?

– ¿Qué quiere decir con relación seria: si Wu Xiaoming me propuso matrimonio? -Preguntó Jiang-. Entonces no, no era seria, aunque pasamos unos buenos ratos juntos.

– Cada cual tiene sus definiciones, pero digamos que la pregunta es si se veían a menudo.

– A menudo, no. Como editor de Estrella roja, de vez en cuando le asignaban ciertas tareas para ir a Beijing o a otras ciudades, incluso para viajar al extranjero en un par de ocasiones. Yo también estoy muy ocupada con mi trabajo, si bien cuando teníamos tiempo, estábamos juntos. Durante los primeros meses, venía a verme con bastante frecuencia, dos o tres veces por semana.

– ¿De día o de noche?

– Los dos. Rara vez se quedaba a pasar la noche. Tenía coche, el coche de su padre, ya sabe. Le resultaba muy conveniente.

– ¿Alguna vez fue usted a su casa?

– Sólo un par de veces. Es una mansión. Usted habrá estado, ya sabe cómo es -después de una pausa, siguió-. Sin embargo, cuando estábamos juntos, a mí me gustaba hacerlo, de modo que no tenía sentido estar en lugares donde no hubiera intimidad. Aunque pudiéramos encerrarnos en una de las habitaciones, yo no me sentía a gusto con la gente de su casa pasando a cada rato.

– ¿Se refiere a su mujer?

– No, en realidad ella siempre estaba en su habitación, pues está enferma. De todas formas, es la casa de su padre. El viejo estaba en el hospital, pero su madre y su hermana vivían con él.

– ¿De modo que usted sabía desde el principio que era un hombre casado?

– Él no pretendía que fuera un secreto, y me dijo que había sido un error. Creo que era verdad… hasta cierto punto.

– Un error -repitió Yu-. ¿Alguna vez se lo explicó?

– Para empezar, su mujer lleva varios años enferma, demasiado enferma para tener relaciones sexuales con él.

– ¿Alguna otra cosa?

– En aquellos años, puede que el matrimonio fuera una cuestión de conveniencia. Los jóvenes instruidos se sentían solos y la vida en el campo era sumamente dura. Ellos estaban lejos, muy lejos de casa.

– Eso no lo sé -pensaba en los años vividos con Peiqin en Yunnan-, pero ¿usted no tuvo ningún reparo en establecer una relación extramatrimonial?

– ¡Vamos, inspector Yu! Vivimos en una década nueva, una nueva época. ¿Conoce a alguien que siga viviendo como en los libros de Confucio? Cuando una pareja es feliz, nada del exterior puede destruirla -se rascó el tobillo-. Además, yo jamás tuve la ilusión de que Wu se casara conmigo.

Yu pensó que quizá él era demasiado anticuado. Desde luego, así se sentía si se comparaba con la artista Jiang, para quien una aventura podía ser como cambiarse de ropa. Pero también se sentía tentado de imaginársela sin aquel mono que llevaba puesto. ¿Tal vez era porque la había visto en la foto? También se fijó en el lunar oscuro que tenía en la nuca.

– Pero si era tan infeliz en su matrimonio, ¿por qué seguía casado?

– No lo sé -negó con la cabeza-. No creo que un divorcio le conviniera… en términos políticos, quiero decir. He oído que alguien de la familia de su mujer tiene mucha influencia.

– Es verdad.

– También tuve la impresión de que ella todavía le importaba algo, a su manera.

– ¿Qué le hacía pensar eso?

– Me hablaba de ella. Le había ayudado en sus años más duros, como joven instruido de una familia de lacayos del capitalismo. Tuvo lástima de él y lo cuidó mucho, aunque en una ocasión me dijo que podría haberse matado por ella.

– Quizá en su día hubiese sido muy atractiva -comentó Yu-. Tenemos fotos de ella cuando joven.

– Puede que no me crea, pero una de las razones por las que le cobré afecto es que mostraba cierta fidelidad hacia su esposa. No era un hombre que rehuyera sus responsabilidades.

– Puede ser -convino Yu-.Tengo que hacerle otra pregunta. ¿Gana mucho dinero con estas fotos? Con las de su mujer, no, desde luego.

– Como HCS, es probable que sepa cómo conseguir el dinero que necesita. Hay gente que le pagaría bastante bien, por ejemplo, para que su foto se publicase en Estrella roja. No ha de ganarse la vida tomando fotos. Por lo que sé, no tiene problemas de dinero para moverse, y no se porta mal con sus amigos. -»

– ¿Qué tipo de amigos?

– Gente de clase similar a la suya. Lobos de una misma carnada, por así decirlo.

– Una carnada de HCS -gruñó Yu-. ¿Y qué tipo de cosas hacen juntos?

– Montan fiestas en su casa, fiestas locas. "Es una pena no organizar fiestas en una mansión como esa", solían decir.

– ¿Puede darme los nombres de sus amigos?

– Sólo de los que me dieron sus tarjetas en esas fiestas – se volvió hacia una caja de plástico en la estantería-.

– Eso estaría muy bien.

– Aquí las tiene -las desplegó sobre la mesa-.

Yu les echó una ojeada. Una de las tarjetas era de Guo Qiang, el hombre que había confirmado la coartada de Wu para la noche del 10 de mayo. Varias tarjetas tenían títulos impresionantes por debajo del nombre.

– ¿Me las puede prestar?

– Claro. No creo que las necesite.

Yu sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno cuando ella le indicó que podía con un cabeceo.

– Otra pregunta, señorita Jiang. ¿Sabía usted algo acerca de Guan Hongying mientras estuvo con Wu? Por ejemplo, ¿alguna vez la vio en su casa, o Wu la mencionó?

– No, que yo recuerde, no, pero sabía que había otras chicas.

– ¿Por eso rompió con él?

– Puede que usted crea eso, pero no -cogió un cigarrillo del paquete de Yu-. Yo, en realidad, no esperaba nada de esa relación. Él tenía su vida y yo, la mía. Los dos lo habíamos dejado bastante claro. En un par de ocasiones me enfrenté con él por lo de sus otras amigas, si bien él me juró que sólo les tomaba fotos.

– ¿Y usted le creía?

– No, no le creía…, pero… aunque parezca una contradicción, nos separamos por sus fotos.

– ¿Fotos de esas chicas?

– Sí, pero no de ésas…, no eran esos trabajos artísticos que usted ha visto en las revistas.

– Ya le entiendo -dijo Yu-. ¿Cómo las descubrió?

– Fue sin quererlo. Durante una de esas fiestas, yo estaba con él en su habitación cuando tuvo que contestar una llamada en el teléfono de su estudio. La conversación duró un buen rato, y yo, mirando en el cajón de su mesilla, descubrí un álbum de fotos. Eran fotos de chicas desnudas, algo previsible, pero eran mucho más… Eran fotos muy obscenas…, y todas en una variedad de posiciones asquerosas… ¡ Incluso en medio del coito! Reconocí a una de las modelos, una actriz muy conocida que ahora vive en Estados Unidos con un millonario, según me han contado. En esa foto se la ve amordazada, tendida de espaldas con las manos esposadas, y Wu tiene la cabeza metida entre sus pechos. Había varias fotos como esa, horribles, y no tuve tiempo de mirarlas todas. Las había copiado con el formato de las fotos profesionales de moda, pero de nada sirvió que me dijera que eran fotos artísticas.