En la calle se percató de que Xie no paraba de mirar hacia atrás, como si quisiera asegurarse de que nadie los seguía. En realidad, un hombre los vigilaba de cerca, aunque el inspector jefe Chen no entendía por qué alguien estaba interesado en ellos. El hotel Cisne Blanco era un edificio nuevo en la orilla sudeste de la isla Shamian. Una enorme torre blanca, como si hubiera sido trasplantada desde Hong Kong a través del mar. En el vestíbulo había una impresionante cascada, y varios restaurantes de comida internacional en el ala oeste del edificio. El restaurante chino quedaba oculto detrás de la cascada. En la entrada esperaba una elegante y sonriente azafata. Chen no pretendía darse ningún lujo, pero se sentía obligado a gastar algo de dinero. No le gustaba la idea de que Ouyang hubiera pagado por todo, incluso por los "servicios" de Xie Rong, y había de reconocer que el llamado masaje de pies había sido una experiencia insólita.
Escogieron un comedor privado, el Sampán. Se trataba de una sala acogedora que reproducía la cabina de un barco fondeado en el río de la Perla. La mesa y las sillas eran de cedro, toscas y sin barnizar, como las que Chen había visto en las primeras películas en blanco y negro. La suave alfombra roja en el suelo era la única diferencia y daba a los clientes una sensación de lujo. Podían hablar sin temor a que los escucharan. Entró una camarera joven. Vestía una blusa artesanal de color azul cobalto y una minifalda. Iba descalza, y en los tobillos llevaba brazaletes de plata. Parecía una chica de una familia de pescadores en las provincias del sur, de no ser porque tenía el menú en la mano. Chen le pasó la carta a Xie. Se sorprendió cuando pidió varios platos económicos y rechazó con la cabeza una de las especialidades del chef recomendada por la camarera: paloma en salsa con aroma de pescado.
– No quiero, es demasiado caro.
– ¿Quieres algo para beber?
– Sólo un vaso de agua.
– Vale, entonces pediremos dos cervezas frías.
– No deberías, cobran tres o cuatro veces más por las bebidas -agregó cuando la camarera se había ido-.
Casi parecía una esposa virtuosa que quiere ahorrar hasta el último feng. Al inspector jefe Chen comenzaban a preocuparle los gastos.
– Creí que me llevarías a la comisaría de policía.
– ¿Por qué haría eso?
– Quizá me llevarás igual -Xie buscó en su bolso de mano y sacó un cigarrillo, pero no lo encendió enseguida-, tarde o temprano.
– No, hagas lo que hagas no es asunto mío, al menos aquí, pero no creo que sea una buena idea que sigas… en esa profesión.
– Eres muy amable. A mí tampoco me gusta lo que tú haces, pero no tanto como para no sentarme a comer contigo.
Xie sonrió y alzó la copa hacia él, y se fue relajando a medida que llegaban los platos a la mesa. El restaurante era conocido en Guangzhou por su excelente cocina. De repente, los palillos de los dos se entrecruzaron intentando hacerse con una almeja grande en un lecho de judías verdes.
– Sírvete, por favor -dijo ella-.
– Es para ti. ¡Después de todo lo que has trabajado…!
La concha, blanca, suave y redonda, le recordó el dedo gordo de su pie. Xie comió a gusto y acabó con cuatro crepes rellenos de pato de Pekín, un plato de camarones fritos y casi todos los callos. Chen no comió demasiado y se limitó a poner trozos de carne en el plato de ella y a beber tragos de su cerveza Qingdao.
– ¿Siempre comes tan poco? -preguntó Xie-.
– No tengo hambre -dijo él temiendo que la comida no alcanzara para los dos-.
– Eres muy romántico.
¿En serio?
"Un cumplido curioso para un policía", -pensó Chen-. Sintió que algo le rozaba la rodilla bajo la mesa. Al sentir que subía, supo que era el pie descalzo de Xie. Se había quitado los zapatos. Le cogió la pierna por su parte más delgada, y con la mano transformada en una pulsera le rodeó el tobillo y lo deslizó hacia abajo. La forma de su dedo más pequeño, doblándose junto con los demás, lo distrajo de una manera que no alcanzó a entender. Con suavidad, la obligó a bajar el pie. «Comer y acoplarse pertenecen a la naturaleza humana», dijo Confucio.
– ¿Qué te parece un postre especial? -preguntó Chen-.
– No, gracias.
Compartieron unos gajos de mandarina y bebieron un poco de té de jazmín, invitación de la casa.
– Ahora estoy satisfecha. Puedes empezar a preguntar, pero primero dime cómo has conseguido encontrarme aquí.
– Conocí a tu madre. Ella no tiene idea de lo que estás haciendo en Guangzhou. Está muy preocupada.
– Siempre lo está. Toda su vida ha estado preocupada por una cosa u otra.
– Creo que se siente decepcionada porque no hayas seguido sus pasos.
– Sus pasos, ya lo creo. Estimado inspector jefe, ¿cómo puedes ir por el mundo investigando a la gente sin darte cuenta de los cambios en la sociedad? ¿A quién le puede interesar la Literatura hoy en día?
– A mí, para empezar. De hecho, he leído una colección de sus ensayos.
– No, no me refiero a ti. Tú eres muy diferente, como dice Ouyang.
– ¿Es uno de tus falsos cumplidos?
– No, yo también lo pienso. En cuanto a mi madre, la quiero. No ha tenido una vida fácil. Se licenció en Estados Unidos. ¿Y qué le sucedió cuando volvió a principios de los años cincuenta? Dijeron que era de derechas, y luego, en los sesenta, la trataron de contrarrevolucionaria. Sólo pudo volver a enseñar después de la Revolución Cultural.
– Pero ahora da clases en una prestigiosa universidad.
– ¿Y cuánto gana al mes como profesora a jornada completa en la Universidad de Fudan? Menos de lo que yo ganaba como guía turística en una semana.
– El dinero no lo es todo. Si no fuera por una broma del destino, yo podría haber estudiado Literatura Comparada.
– Gracias a Dios por esa broma…, sea cual fuera.
– La vida a veces es injusta con las personas, sobre todo en el caso de la generación de tu madre…, pero tenemos razones para creer que las cosas no serán tan malas en el futuro.
– Puede que para ti no, camarada inspector jefe, y también te agradezco tu sermón político. Creo que ya es hora de que empieces a hacer tus preguntas.
– Bueno, algunas serán difíciles de contestar, mas todo lo que digas será confidencial, te doy mi palabra.
– Te diré lo que sepa. ¡Después de la comida que me has pagado…!
– Trabajaste como guía turística antes de venir a Guangzhou.
– Sí, dejé ese empleo hace unos dos meses.
– ¿En uno de los viajes a las Montañas Amarillas conociste a un hombre que se llamaba Wu Xiaoming?
– ¿Wu Xiaoming? Sí, me acuerdo de él.
– Estaba con una amiga durante el viaje, ¿te acuerdas?
– Sí, pero al principio yo no lo sabía.
– ¿Y cuándo lo supiste?
– El segundo o tercer día del viaje. Pero ¿por qué, camarada inspector jefe? ¿Qué es lo que te ha hecho viajar a Guangzhou?
– La asesinaron hace un mes.
– ¿Qué?
Él sacó una foto de su maletín. Ella la cogió y comenzaron a temblarle las manos.
– Es ella.
– Era Guan Hongying, una trabajadora modelo de rango nacional, y Wu Xiaoming es nuestro sospechoso. Lo que sepas sobre los dos puede ser muy importante.
– Antes de decir nada -apuntó Xie mirando el vaso que sostenía, y luego a él-, quiero que contestes a una pregunta.
– Adelante.
– ¿Sabes a qué familia pertenece Wu?
– Desde luego que lo sé.
– Y entonces, ¿por qué quieres seguir adelante con la investigación?
– Es mi trabajo.
– ¡Venga ya! Hay muchos "polis" en China. Tú no eres el único. ¿A qué viene tanta dedicación?
– Soy un "poli"… romántico, como has dicho. Creo en la justicia. Llámala justicia poética, si quieres.